Monstruo

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—Sal de ahí.

—No.

Marco bajó la mirada. No entendía por qué aquel extraño se escondía de esa forma, en el armario de esa mansión vieja y abandonada. Ya había intentado de las maneras suaves, educadas, pero no surtían efecto alguno en el chico misterioso.

Ni siquiera se hacía alguna idea de qué hacía ahí el otro, pero podía dar sus propias razones acerca de por qué él estaba parado en el lugar. La última vez que había ido allí con su mejor amiga, Star (o sea, el día anterior), habían salido corriendo, despavoridos, y había dejado tirado su celular. Negándose a comprar otro, fue a buscarlo. Y ahora, lo había encontrado frente a ese gran armario polvoriento y estaba listo para irse, pero no lo haría sino hasta que el tipo que se escondía ahí saliera.

Era peligroso, ¿qué tal si algo más caía y el chico moría? ¿O si había ratas, murciélagos, enfermedades? No huiría cuando podía ayudar, y menos cuando ya había comprobado que el tipo no tenía malas intenciones.

—Oh, vamos —suspiró el moreno, rodando los ojos—. No voy a lastimarte.

—Claro que lo harás —dijo la voz masculina desde dentro—. Una vez que me mires...

—No me importa qué tan feo te sientas, quiero ayudarte, ¿no se entiende todavía?

No hubo respuesta. Marco se acercó más al armario, y trató de observar desde una de las ranuras pero fue en vano: estaba demasiado oscuro allá adentro.

El chico misterioso tragó saliva. Quizás Marco no lo había podido ver, pero él sí. Pudo ver su ojo color chocolate asomarse, su piel morena y su cabello oscuro. Era un humano, y los humanos no eran de fiar.

Abrazó sus piernas y se mordió el labio para reprimir unas cuantas lágrimas. Ya lo habían lastimado una vez por su aspecto, esta vez no sería tan tonto. Marco se cansaría eventualmente y se iría, y él podría salir del armario.

—Al menos dime tu nombre, yo ya te he dicho el mío —murmuró el moreno, y sus palabras no se escaparon de los excelentes oídos del otro.

—Tom.

—¿Tom qué?

—Tom. A secas.

—Bueno, Tom, te prometo una cosa: no me reiré ni te haré daño. ¿Ahora puedes salir de ahí, por favor?

—... No.

Un suspiro agobiado se escuchó desde afuera y Tom no pudo evitar sentirse un poquito mal consigo mismo. Claro que ese era el plan, al final tenía que largarse, pero no evitaba que se sintiera inútil, molesto. La última persona con la que había "congeniado" había terminado hartándose, y al final, contribuyó al derrumbe de la mansión. No entendía a los humanos. Tom no era ningún monstruo, ellos le habían empezado a llamar así por no tener un aspecto enteramente humano. ¿Por qué no entendían que no eran las únicas criaturas en el planeta Tierra?

Marco Díaz se escuchaba diferente, pero eso no le quitaba aires de desconfianza. Todos los humanos que lo habían visto le habían tirado su odio en la cara y le habían arrebatado todo lo que una vez amó. Vivía en cenizas de sus más felices memorias, hundido en la melancolía; cuando pensó que se habían olvidado al fin de él, se alivió tanto, y por eso mismo entró en pánico cuando escuchó al chico entrar e invadir su espacio.

No siempre había sido así, en realidad, pero al igual que sus memorias, ese tiempo estaba hecho polvo. Antes era alguien importante, alguien a quien todos respetaban por ser de una noble familia. ¿Qué había pasado? Un día, le crecieron cuernos, un ojo más en la frente, el cabello rojizo se tornó rosado y la piel, de un tono más bajo del mismo. Y después de ese día, la gente empezó a tirarle piedras, a insultarle, a odiarle. El título no era nada ahora, ya había sido aplastado por los demás. Solo le quedaba una miserable vida, ¿por qué aún no le habían quitado eso?

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⏰ Última actualización: Feb 13, 2018 ⏰

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