La pequeña maria

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- Señora Pauli, ¿usted cree en los fantasmas? - preguntó el joven a la señora, quien venía a recoger el dinero de la renta del muchacho.

- ¿Fantasmas? - respondió la señora - Hay que tenerle más miedo a los vivos.

- Jaja, si ¿verdad? - dijo avergonzado el joven tratando de ocultar su nerviosismo.

Su nombre era Raúl. Llevaba unos meses viviendo en la casa de la Señora Paulí, se había mudado recientemente al pueblo para trabajar en una clinica particular. Raúl era médico.

La casa de la señora Paulí era grande, demasiado grande para él, pues no tenía familia. La casa era de tres pisos, seis habitaciones y en cada nivel un baño completo. La cocina era enorme y además el jardin delantero era un terreno muy amplio. De verdad una pérdida de espacio para que solo una persona habitara allí. Pero siendo conocido de la familia, y estando la casa sola, deteriorandose por el casi abandono en el que se encontraba, la señora Paulí decidió rentarla a un precio muy bajo a Raúl, así tendría un ingreso extra y además la casa dejaría de estar sola. Para la señora Paulí era un doble beneficio.

Raúl no dudó en aceptar el trato, pues de esa manera le alcanzaba a cubrir todos sus gastos y también podría ahorrar un poco. "para el futuro" decía él.

La enorme casa estaba amueblada, todos los muebles estilo Luis XVI estaban cubiertos por sabanas blancas cuando Raúl llegó. Con solo un par de maletas y toda la intención de que este nuevo trabajo funcionara. Los primeros días transcurrieron de manera normal. Raúl no descubrió todos los muebles de la casa. Solamente los necesarios como los sillones, las mesas ratoneras y el comedor.

Lo demás permanecía cubierto, comodas, trinchadores, y hasta un piano vertical, pues no le parecía que fuese a ocuparlos. Para él era mejor dejar todo cubierto y evitar que el polvo dañara tan elegante mobiliario.

Pasadas un par de semanas las cosas tomaron un giro diferente. Por las noches se escuchaba como si alguien recorriera los pasillos a pie descalzo. Raúl se lo atribuía a su imaginación.

Después ya no eran solo pisadas, también se escuchaban murmullos y golpes. Como cuando accidentalmente te golpeas contra un mueble al caminar en la oscuridad.

Todas estas cosas comenzaron a poner a Raúl nervioso, tanto que optó por dejar la luz del pasillo encendida. Él dormía en una de las habitaciones del primer piso y rara vez subía a los otros dos pisos.

El eco de los ruidos extraños e inexplicables que provenían de los pisos superiores, le acompañaba ya casi todas las noches.

Un día volvía de la clinica a eso de las siete de la tarde, cuando el sol ya se ha ido pero la oscuridad aún no reina por completo en el cielo. Raúl caminaba de regreso a casa cuando vio en la ventana de la casa vecina a una niña que lo miraba. Lo seguía en cada paso sin parpadear.

Raúl se incomodó un poco, a decir verdad, la niña se veía enferma, pálida y con ojeras instaladas bajo sus ojos. Pero su mirada era dulce. Entonces antes de entrar al jardin de la casa donde él vivía, le sonrió a la criatura y ella le devolvió la sonrisa. Sintió de inmediato una especie de compasión.

No era un tipo muy bueno con los niños, pero de vez en cuando le tocaba atender pequeños en el consultorio. Cuando los niños le sonreían se sentía bien consigo mismo, por el trabajo tan importante que desempeñaba como médico.

Cuando la niña de la casa vecina le sonrió, sintió compasión y ansiedad al mismo tiempo.

A los pocos días, Raúl salía de su casa cuando vio a la mujer que vivía en la casa vecina saliendo también de su vivienda.

- Buenos días - saludó el doctor.

- Hola, ¡que tal! - respondió el saludo la mujer. Se veía de unos 30 años.

- Soy su vecino desde hace unas semanas.

- Si, noté que la señora Paulí rentó su casa.

- Soy doctor en la clinica local, me llamo Raúl

- Mucho gusto. Mi nombre es Daniela - dijo mientras le estrechaba la mano.

- Cualquier cosa que se le ofrezca, no dude en acudir a mi.

- Es usted muy amable - respondió la mujer mientras comenzaba a caminar a modo de despedida.

- Noté que la niña estaba muy pálida. Quizá pueda ser anemia o falta de vitaminas.

- ¿Disculpe? - preguntó extrañada.

- No se ofenda, algunas madres piensan que es por culpa de una mala alimentación. Pero puede ser por muchas cosas. Sería bueno que la revisaran.

- No se de que está hablando. ¿De que niña habla?

- La niña que vive en su casa, la ví hace unos días en su ventana. Pensé que era su hija.

- No tengo hijos - respondió la mujer

- ¿Quizá es alguna sobrina?

- No - respondió tajante mientras se alejaba - No hay ninguna niña en mi casa.

Raúl se quedó estupefacto mientras observaba a su vecina alejarse rapidamente. Estaba seguro de haber visto a una pequeña en la ventana, estaba seguro de haberle sonreído y de haber recibido una sonrisa de regreso.

A partir de ese día los ruidos en la casa comenzaron a hacerse más evidentes. En las noches una voz susurrante llamaba a "maría" desde el último piso. El joven médico pronto comenzó a dejar más luces encendidas durante la noche, pues estaba seguro de que en la casa no estaba solo.

Una noche despertó con el sonido de las teclas del piano sonando al azar. No era una melodía definida, sino mas bien como si tocaran una tecla, luego otra y luego otras dos, sin seguir un patron o una armonía. Lo primero que pensó raúl fue que alguien se había metido en la casa, así que salió de su habitación y se dirigió al salón de musica, donde se encontraba el piano. Todas las sabanas de ese cuarto habían sido quitadas y se encontraban en el suelo. El piano estaba descubierto y el banco en posición para que alguien se sentara a tocarlo.

Raúl muerto de miedo llamó a la policía y cuando los oficiales llegaron, registraron cada centímetro de la casa. Obviamente no encontraron a nadie.

- Quizá es la pequeña María - dijo un policía en tono de burla.

- ¿María? - preguntó Raúl con seriedad.

- Si, la niña que murió en esta casa hace 60 años.

Los oficiales no dijeron más, solo se rieron de la cara pálida de Raúl al escuchar sobre la niña y se marcharon. Evidentemente esa noche el joven no logró pegar el ojo.

Al asomar la primera luz de la mañana, Raúl saltó de su cama y se dirigió a la hemeroteca para buscar algo al respecto de la propiedad. Lo que encontró le erizó la piel. Un periodico de 1940 en el que se informaba de la desaparición de la hija del entonces propietario del inmueble. Días después fue hallada en el ropero de una de las habitaciones del tercer piso. Jugando se había quedado encerrada. Todos se encontraban afuera buscandola en las calles, en los parques y en las afueras de la ciudad, nadie escuchó sus gritos desesperados por salir, se quedó sin aire y murió.

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