Había sido una chica muy, muy mala. Mala, mala, mala.
Llevar a George a casa la otra noche formaba parte del plan desde el principio. Sabía que Zayn, mi padrastro, estaba todavía despierto, cuando nos colamos en la casa ya entrada la noche; se preocupa por mí. Sabía que subiría en silencio las escaleras mientras yo me lo montaba en mi habitación con el chaval del instituto. Y sabía que nos miraría mientras follábamos.
Había bebido demasiado, pero era mi decimonoveno cumpleaños.
Al final, resultó que George fue una decepción. Estaba bueno y era atlético, pero era un crío. Nervioso, había jugueteado con mi ropa interior como si no pudiera creerse la suerte que tenía, y luego me había enterrado la polla con tanto entusiasmo, que sólo duró un par de minutos. Y tampoco es que pueda culparlo, con mis abultados pechos y mi respingón trasero a su alcance, yo también me habría entusiasmado por darme una buena follada.