Un día, yo estaba en mi casa, sola, como siempre. Veía la televisión y eran las seis en punto. Estaban pasando una comedia mientras yo comía una ensalada de tomate y lechuga. Amába las ensaladas, ahora no debo comer nada.
De pronto, alguien tocó el timbre. Rezongué unos minutos, dejé mi ensalada casi terminada en la mesa y fue a atender. Al momento de abrir la puerta, un hombre alto y delgado, de fuertes y musculosos brazos, irrumpió en mi casa. Me agarró de la cintura y me llevó a mi habitación. Primero, me sacó la ropa, violándome en el proceso, y al minuto estaban hombres con batas de doctores. Me inyectaban cosas en mi cuerpo desnudo. Me desmayé.
Me desperté poco después. Mi cuerpo había cambiado, lo sabía incluso antes de verme. Miré a mi lado, ya no estaba en mi casa, lo noté, unos hombres con armas estaban allí, riéndose. Uno me tocó la pierna y la deslizó hasta mi entrepierna. Se reían como cerdos. Una furia me recorrió y de mi cuerpo, salió un tentáculo.
Atacó brutalmente a uno de los tres hombres que había allí, destrozando su cuerpo por completo. De prónto, de mi espalda salían muchos tentáculos, que parecían disfrutar asesinando a los tipos negros. Me paré, intentando que mis pies no toquen la sangre, pero fallé de inmediato: todo el suelo estaba de un rojo profundo.
Alcé mi mano para poder tocar la sangre , porque por alguna razón me atraía, y lancé un gemido ahogado. Mi brazo era blanco como el mármol, frío, de apariencia frágil pero de carne fuerte, y largo... como mi cuerpo entero. Jamás fui una chica muy alta, en realidad era baja, pero esto era demasiado anormal para fijarme en eso.
Corrí lejos de aquel lugar extraño y casi tenebroso. Estaba en un bosque y paré a descansar, aunque no sentía cansancio, sino... confusión. Y angustia. De repente, un hombre alto y delgado, mucho más alto que el que me había raptado, que se parecía curiosamente a mí, salió de los arbustos. No tenía rostro, pero en lugar de resultarme tenebroso y extraño... me pareció familiar y tranquilizador.
- No te haré daño. Eres parecida a mí. Somos iguales. Ten, ponte esto.- Y me tendió un vestido que era casi igual a un traje formal. Negro, con una camisa abajo blanca y una corbata preciosa de color sangre.
Me la coloqué entre los arbustos, mientras él esperaba. Yo no traía casi nada, salvo un vestido viejo y arrugado de un oxidado color blanco. Salí de las sombras y él me miró. Juro que hubiera sonreído, pero no tenía rostro con el que sonreír.
- Yo... yo... tengo miedo. No sé qué soy... Y no sé quién eres.
- No te preocupes. Ya te lo dije: no te haré daño. Mi nombre... no lo recuerdo. Pero todos me llaman Slenderman. Slender, pues significa algo así como delgado.
-Yo... soy... ¿Soy Slender Girl? ¿Hay más como nosotros?
- Sí. Algún día te los presentaré. Pero antes, te diré tu misión, igual a la mía: Proteger el bosque. Y tratar de no asesinar, es el instinto que han incluido los científicos. No temas del bosque, será tu único refugio.- Y se fue, dejándome sola por completo.
Slenderman ahora es mi compañero. Hemos hablado muchas veces y aún parece un desconocido. Y todo lo que dijo es cierto: hay incluso más gente como nosotros. He conocido una Slender Woman, que es casi como yo, sólo que más alta inclusive, y de apariencia más grande. Ella es casi la esposa de Slenderman. Y hay un Slender Dog, que es mi mejor amigo. Y un Slender cat.
Duele saber que nosotros somos monstruos para la sociedad. Duele saber que no soy la misma de siempre. Pero, ¡Mírale el lado positivo! No estoy sola. Y de algún modo... ellos son mi familia.