Él la miró.
No sabía porqué, ni como, pero esos ojos azabache, que cambiaban a placer le había vuelto loco.
¿Ojos Verdes? Siempre le gustaron.
¿Ojos azules? Con pasión los deseó.
Pero luego la miro a ella y se dio cuenta de que ningún tono, por extraño, insólito o deseado que fuera, podría llegar a compararse con esos ojos, que para la mayoría serían normales, pero para él, eran inefables.