Parte I Capítulo 5

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Porque para ella la clase que se impartía era la primera recibida, el profesor de Arte y Literatura no la iba a molestar con sus preguntas, sólo sí le recalcaba que pusiera atención. A quienes sí bombardearía con cuestiones para ella desconocidas, fue al resto del grupo, incluido Terry quien no fallaría.

Durante los minutos siguientes, con cada acierto que él daba, se giraba a ver a su compañera. Ésta sonreía por dos cosas: por lo arrogante que le resultaba el chico y porque sus guiños coquetos la hacían sonrojar.

Para que Terry no notara el rubor que le producía con cada uno de ellos, Candy agachaba la cabeza y fingía ponerle atención a su todavía hoja de problemas sin resolver.

Viéndolo, el jovencito se la solicitó. Primero, la chica dijo no; después y nuevamente él se la arrebató y, como si nada comenzó a trabajar en ello, sorprendiéndole mayormente a Candy que el maestro al cacharlo con tareas que no correspondían de su clase, más y difícilmente lo cuestionaba.

– ¡Diablos! – exclamó la rubia dentro de sí, – ¿cómo le hace para saber tanto?

– Dones que se dan – respondió él quien al parecer la hubo escuchado.

– Si es así... a ti te los dieron todos. Yo con trabajos aprendí el ABC.

– ¿En serio? – él se interesó entregándole su pequeño test matemático.

– Sí, además... no duraba mucho en las escuelas. Gracias – ella apreció lo realizado por él.

– ¿Y eso?

– El trabajo de Papá es muy errante.

– ¿Es vendedor?

– No; es escolta.

– ¡Oh! – Terry expresó diciendo: – de ahí es que tú sabes ciertas técnicas de defensa, ¿verdad?

– Pues sí –, ya estando en confianza, ella se apenó.

– Me parece bien. Bueno, Candy –, el chico se puso de pie, – espero verte a la hora de la salida.

– ¿Te vas? – a ella le extrañó.

– Sí – contestó él regalándole un adiós de mano. La jovencita lo imitó viéndolo en su camino, en el cual, el maestro tampoco objetó su salida.

Intrigada se quedó ella; y muy segura se dijo le preguntaría de qué privilegio gozaba. Ah, es que ella no sabía que Terry Grandchester no estaba obligado a asistir a ciertas clases, pero sí a ser examinado y acreditado por los profesores. Eso se debía a que en cualquier rato sus padres también decidían que se tenían que mudar.

Cansado de la diplomática profesión de sus progenitores, estaba Terry. Al relacionarse con Sandy tenía motivos fuertes para negarse a dejar el nido. Ahora que ya no la tenía, su madre principalmente le había sugerido irse por un tiempo del país. Él en otro momento de depresión fue tentado a aceptar. Sin embargo... no podía hacerlo. Algo tenía ese pueblo que le gustaba además de ser el natal de su fallecida novia que, en vida, lo llevó a recorrer gran parte de ello, habiendo un lugar que era su favorito y por él descubierto a los pocos días de "enviudar".

Para llorarle a solas, Grandchester visitó todas y cada una de las áreas que anduviera paseando con Sandy. Pero aquel camino que un día ella le prohibiera no cruzar, Terry lo hizo, hallándose, luego de caminar varios metros de terracería entre espinosos arbustos... un viejo puente colgante y profundamente debajo pasaba un embravecido río.

La advertencia de no pasar estaba. Quizá se debía a lo viejo de los maderos. Y para comprobar qué tanto, él se propuso a cruzarlo. Aferrado a las cuerdas metálicas que fungían como barandal, en cada paso que daba primero aseguraba la firmeza de la angosta tabla. Calculado que lo aguantaba, uno a uno fue pisando, escuchando de vez en cuando el crujir de la madera y todo el tiempo sintiéndose balanceado por él mismo y el viento que corría. Sin temblor alguno llegó hasta el final donde también había una señal que decía: Persona que se sorprenda cruzando será acreedora a multa.

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