El cielo dejó de ser azul, pasó a ser de un apagado violeta grisáceo. Luces celestes brillan parpadeantes a cada minuto, cegando mis ojos. Las hojas de los árboles ser mueven en un violento vaivén, debido a ese viento que sopla, tan fuerte que eleva las cortinas de mi habitación al colarse por la ventana. Todos esperan que el agua caiga del cielo, para acabar con la sequía que lentamente mata a las plantas de toda la ciudad, pero las nubes no están tristes, están frustradas; las nubes no van a llorar, ellas se desahogan, alterando todo lo que hay a sus pies, lastimándolos. Ellas están gritando ¿las escuchas? ¿escuchas como gritan por ayuda? Porque las nubes sí quieren llorar, no quieren que los árboles se queden sin hojas a causa de ellas, quiere que vivan, quiere darles la vitalidad que solo les da el agua, aunque ellas sufran en silencio, lo hacen igual. Quieren ver a las plantas felices, aunque ellas tengan que estar tristes. Pero lo que más aman, es cuando los árboles y ellas pueden ser felices al mismo tiempo, es una sensación que las hace sentir tan bien que, cuando miran hacia atrás, dicen "Valió la pena llorar".
Miro, desde mi balcón, como las nubes lloran y gritan en estos momentos, como los árboles se mueven de un lado al otro. Pero algo en mí está tranquilo, porque sabe que siempre hay calma después de la tormenta.