T r e i n t a y d o s

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Estaban llegando tarde. Louis odiaba llegar tarde. Debió haberse comprado un jodido despertador. No podía creer que había dormido tanto. De no haber sido por el chofer que había pasado a recogerlo y que había insistido tanto con el timbre, ni siquiera se habría despertado. 

Lo único bueno era que la fiebre y la tos ya se habían marchado. Louis ya se sentía mejor que antes, sin embargo, su nariz aún estaba congestionada, limitándole el olfato. 

Se encontraba de tan malhumor que Harry ni siquiera se atrevía a decirle palabra alguna, tenía miedo de que le respondiera mal, o peor, le gruñera.

Louis no estaba enojado con él, todo lo contrario, estaba enojado con el hecho de no poder estar un momento tranquilo junto a él. Desde que llegó no había disfrutado de nada. Si no era por el jodido papeleo y los lazos laborales, era por su jodido resfrío. Ni un puto beso en los labios le había podido dar a su omega.  

Y por tal razón poseía aquel desfavorable humor de perro, el cual le otorgaba un aura aún más intimidante, pero que siempre le hacía quedar como un alfa grosero.

Llegaron. Louis fue el primero en bajar del auto, arruinando la intención del chofer de abrirle la puerta, por lo que el beta quiso abrírsela al omega. Sin embargo, dio un respingo cuando recibió un voraz gruñido de parte de Louis, quien, luego de rodear el auto por la parte trasera, lo fusiló con la mirada.

—Yo le abro —espetó con severidad.

El beta realizó un asentimiento de cabeza, algo apenado, y se alejó.

Cinco minutos más tarde, Louis y Harry ya se encontraban dentro de la residencia del nuevo jefe del alfa, siendo recibidos por el mayordomo de este. El lugar era tan cálido y ostentoso. Harry caminaba junto a su alfa, observándolo todo a su alrededor.

Una muy joven omega, rubia y despampanante, metida dentro de un ajustado vestido plateado, se acercaba a ellos haciendo resonar sus tacos en cada paso. Con una enorme sonrisa plasmada en su rostro maquillado se detuvo frente a ellos.

—Mucho gusto, mi nombre es Brooklyn —se presentó la omega con el acento americano enroscado en su lengua, mirando con especial atención a Louis—. Tu debes de Tonlinson, ¿no?

—Tomlinson —le corrigió con rapidez Harry, lanzándole una mirada desdeñosa mientras se apegaba a su alfa, entrelazando sus brazos. Una clara muestra de que aquel hombre ya estaba apartado por él.

Louis sonrió, negando con la cabeza por la posesiva reacción de su bebé.

—Sí, mi apellido es Tomlinson. Louis Tomlinson —aclaró el alfa—. Y este es Harry, mi omega.

La rubia enarcó una ceja, algo cínica, su sonrisa ya se había borrado hacía rato. 

—Ya veo. Lo siento —dijo, intentando sonreír de nuevo—. Mi padre te espera, acompáñenme... Oh, y por cierto, felicidades.

Louis frunció el ceño. ¿Felicidades?

Y Harry palideció, sintiendo un repentino vuelco en su estómago. Su corazón se aceleró cuando el alfa lo miró interrogativo, expectante. 

—¿Cómo que felicidades? —preguntó, confundido.

—Por el cachorro, claro —habló Brooklyn, extrañada ante la confusión del alfa. Pero, entonces, lo entendió y soltó un gritito, tapándose la boca con ambas manos—. ¿Arruiné la sorpresa?

El omega capturó su labio inferior entre sus dientes, nervioso. Quería asesinarla. ¿Por qué mierda tuvo que abrir su estúpida boca? Se suponía que se lo diría él, que se enteraría gracias a él, no gracias a una jodida rubia tonta.
Louis lo miró al instante y no supo descifrar las emociones que reflejaban sus azules ojos. No sabía si estaba alegremente desconcertado o furiosamente asombrado. O quizás todo junto. Y Harry se encogió sobre sí mismo, espantado por lo que sea que estaba a punto de ocurrir.

Sublime Dominación | LarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora