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Flor

Hoy comienzo una nueva etapa: la preparatoria.
Desperté con flojera, acostumbrada a dormirme tarde durante las vacaciones. Me arrastré al baño, me duché y me puse el uniforme. Bajé por algo ligero para desayunar... y ahí estaba mi mamá, lo cual ya era raro.

—Hola, hija —dijo, sentándose frente a mí.
—Hola... —respondí mientras tomaba asiento.
—Estoy muy orgullosa de ti —me abrazó tan fuerte que pensé que moriría.
—M-mamá... ¡me estás apretando demasiado! —logré decir, y por fin me soltó. Respiré.

—Voy a comer rápido o llegaré tarde.
—Está bien, mi vida.

Después de desayunar, subí a arreglarme el cabello y bajé de nuevo para esperar el autobús escolar. Pasaron diez largos minutos hasta que por fin llegó. Subí, y como siempre, busqué uno de los últimos asientos.

Y ahí estaba ella.

Una chica de piel pálida, pecas esparcidas por todo su rostro, ojos verde oliva y una expresión... tranquila. Me llamó la atención al instante. La miraba de reojo sin querer, tratando de entender por qué. Es... ¿una chica? No debería mirarla así... ¿o sí? ¿Qué me atrae tanto? ¿Sus ojos? ¿Su piel? Me sentí confundida. Y nerviosa. Muy nerviosa.

Por suerte llegamos rápido al colegio. Me bajé apurada, como si huyera de algo, y fui directo a la dirección para buscar mi salón.

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Mei

Desperté. Dormí poco, como siempre.
Me vestí sin emoción y bajé a desayunar. Me esperaban Lisbeth y María, mis nanas. Ellas se encargan de todo en casa… hasta de hacer de padres. Mis verdaderos padres viven de viaje, de negocios, de todo… menos de mí.

Antes de bajar, escondí mis "detalles": la cola y las orejas de gato. Mi padre siempre quiso un gato. Mi madre, una hija. No llegaron a un acuerdo… y nací yo. Mitad humana, mitad gato. Y completamente sola.

Al llegar al comedor, ellas ya estaban allí.

—Buenos días, joven ama —dijo Lisbeth con su tono robótico de siempre—. ¿Lista para empezar en la preparatoria más prestigiosa del país?

—Clafo que fi —contesté con la boca llena.
—Joven ama, no coma así —me regañó María.

—Bueno, bueno... —tragué—. Tengo que apurarme.

Agarré mi mochila, el móvil y una sudadera blanca por si acaso. Me despedí de ellas y salí.

Esperé… y esperé… diez minutos que parecieron una eternidad. Al subir al autobús, caminé directo al fondo y me desplomé en un asiento vacío.

O eso pensé.

Había una chica ya sentada. Morena, de lentes, ojos café claro y una sonrisa que podía enamorar a cualquiera.

No quise mirarla, pero su reflejo en la ventana me delataba. Me ponía nerviosa. Muy nerviosa. Respiré hondo. De reojo la observé. De lejos era bonita, pero de cerca... era cien veces más. Me sonrojé y bajé la mirada.

Finalmente, llegamos. Ella bajó rápido, como si huyera. La seguí con la mirada.

Cuando entré al colegio, la vi. Parecía perdida. Me acerqué con timidez.

—H-hola... —le dije apenas con voz.

—Hola —me respondió con un leve sonrojo—. ¿Sabes dónde está este salón? —me mostró una hoja. El mismo salón que el mío.

—S-sí... sígueme —dije, temblando un poco.

La guié hasta el aula. Al abrir la puerta, todos voltearon a vernos. Sentí que el mundo se me venía encima. Me escondí en mi sudadera.

Ella lo notó. Se agachó, levantó suavemente mi capucha y me vio llorando. Me avergoncé. Corrí al único lugar seguro: el baño.

Me senté en el suelo frío y lloré en silencio. Otra vez.

Pasaron unos treinta minutos. Escuché la puerta abrirse. Era ella.

—Hola… de nuevo —se acercó lentamente—. No sé qué pasó, pero quiero que sepas que estoy aquí. Me gustaría ser tu amiga.

¿Una amiga?

Levanté la cabeza con lágrimas en los ojos.

—¿Lo dices en serio?

—Sí. Quiero estar contigo en los momentos tristes, en los alegres… en todos.

Me abrazó. Me sentí protegida. Como si por fin alguien me viera.

—G-gracias —le dije, aún sonrojada.

La tomé de la mano. Me sentía más segura con ella. Volvimos al salón. El profesor ya había llegado, pero no dijo nada. Primer día. Solo nos miró.

Me senté en silencio, bajo las miradas de todos.

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Almuerzo

Cuando sonó el timbre, fui la primera en salir. No soportaba ese ambiente. Me escabullí hacia la cafetería.

—¡Mei! —gritó una voz detrás de mí. Era Flor.

—¿Por qué saliste tan rápido? —parecía preocupada.

—No quería quedarme más allí.

—Está bien. No quiero presionarte. Vamos a comer algo.

Me tomó de la mano. Otra vez esa sensación cálida… y el sonrojo inevitable.

Nos sentamos con nuestras bandejas. Silencio.

—¿Tienes familia? —preguntó de repente.

No respondí. Solo bajé la cabeza.

—N-no tienes que responder si no quieres…

—No te preocupes —intenté sonar tranquila—. No, no tengo. Bueno… algo así. Mis padres no están. Siempre fuera del país.

Dejé de comer. Miré hacia otro lado.

—T-tranquila… no llores —me acarició el cabello. Me calmaba. Me gustaba. Mierda, otra vez esos pensamientos raros.

—¿Me escuchas? —puso una cara chistosa. Reí.

—¿De qué te ríes? —me miró seria.

—De tu cara —sonreí—. Es graciosa.

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Después de clases

Las horas pasaron. Sonó el timbre de salida. Suspiré. La miré de reojo mientras guardaba sus cosas. Sentía que pensaba demasiado en ella… y eso me asustaba.

Salí caminando lento, y noté que ella estaba a mi lado. En silencio, observándome. Tratando de leerme.

No sabía qué veía en mí. Pero sentía que había algo especial en ella. Algo que quería descubrir.

Caminamos juntas. Miraba las casas, el cielo… y de vez en cuando, a mí. Yo me ponía roja como tomate.

Llegamos a mi casa. Abrí la reja sin pensar, y le hice una seña para que entrara.

¿Qué rayos acabo de hacer?

Ella, en mi casa. Y las nanas no estaban. Mis manos sudaban.

Ahora estoy aquí, en mi habitación, con la chica que despierta en mí cosas que no entiendo.

¿Qué hago? Dios, ¿qué hago?




Mi novia neko [Yuri]  (REESCRIBIENDO CON IA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora