Miré a todos lados antes de abrir la puerta metálica, y adentrándome a lo que parecía mi muerte.
-Ey, ¿y de dónde vienes tu tan tarde?-Mirando a todos lados, pude admirar una figura alta y ancha, a lo que supuse que era el conserje.
Un silencio nos invadió por lo que parecía una eternidad, antes de que me indignara hablar.
-Verás…se me escapó la guagua y la más próxima no salía hasta las 10, y mis padres no estaban en casa asique…no me quedó más que esperar-.
Nunca había dicho tal estupidez, pero el miedo se apoderaba de mí, haciendo sudar hasta las manos.
-Bueno, ve a clase, no creo que te gusté perder más horas.
No le di tiempo a dar un suspiro, en menos de tres segundos ya estaba enfrente de mi aula, entrando en clase.
Cada clase se me pasaba más y más lenta…Hasta que por fin, sonó el timbre de las 2, indicando la finalización del día.
Entrando en la guagua, esperando a llegar a casa, solo hacía que pensar en que me iban a decir mis padres, o en que me tenían preparado.
Sinceramente tenía miedo de su reacción, ellos siempre venían estresados del trabajo, y no creo que hoy haya sido una excepción.
Estaba tan concentrada pensando en lo que pasaría, que no he di ni cuenta que ya estábamos en mi parada.
Bajándome, saqué las llaves del bolsillo, me temblaban las manos, el miedo, venía a mí, otra vez.
No me dio ni tiempo a poner la llave en la cerradura, porque la puerta se abrió sola, haciéndome saber, que ya sabían que estaba aquí.
-Donde coño estabas, porque te fuiste-.Fue lo primero que escuche salir de la boca de mi padre, al poner un pie en casa, me temblaban los pies, y no sabía que decir.
-Papá, ver...-.
-Ni Papá ni nada, SOLO DIME EN QUE COÑO PENSABAS, abandonar las clases e ir saber quién. No llores, porque te lo has buscado tu sola.
No aguantaba más, estaba harta de que me hablaran así como si fuera un bicho, las lágrimas bajaban por mis mejillas como si fueran cascadas, quería ser fuerte, pero no podía.
-NO TE MERECES LLAMAR PADRE, ERES EL DEMONIO DISFRAZADO.
Tras esas palabras, corrí hacia mi cuarto, donde me encerré, presa del pánico.
Rompí un vaso de cristal que tenía encima del pupitre, mientras cogía un trozo de cristal y lo deslizaba por mi brazo.
Eran estos momentos en los que solo quería desaparecer, saltar al vacío.
Mientras chorros y chorros de sangre viajaban por mi brazo cogí una toalla y sequé el suelo, las gotas de sangre que se habían caído.
Lavándome los cortes, me metí en la cama, suplicando a dios que me llevara, yo no pertenecía a este mundo.