El día después

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La habitación era un desastre. El suelo era un campo minado de restos de una noche descontrolada. Una copa de vino volcada teñía de rojo la alfombra blanca, mientras que dos botellas de champagne vacías sostenían un corpiño negro; la bombacha de encaje, que completaba el conjunto, descansaba sobre los vidrios de dos copas rotas.
La cama era enorme. Sus sábanas blancas la hacían parecer una nube suave y reconfortante. En ella, despatarrado y desnudo, estaba Marcos. A su lado, tapada hasta la nariz, descansaba una mujer. Su pelo negro y largo estaba desparramado por la cama como las patas de una araña.

Sin aire y desorbitado, Marcos despertó. Se incorporó de repente. Sentado en la cama intento respirar normalmente, pero le era imposible. Estaba tan agitado y transpirado como si hubiera logrado escapar, por muy poco, de la pesadilla más aterradora que alguna vez alguien haya tenido. Tocó su boca. En las comisuras tenía restos de vómito que, al mirar hacia abajo, descubrió que continuaban hasta su pecho. Miró a su alrededor y contemplo la calma absoluta que lo rodeaba. Parecía que estaba observando una fotografía. La decoración moderna y fría hacía parecer todo aún más quieto y sin vida. Agarro el celular que estaba sobre la mesa de luz (al lado de una tarjeta de crédito bañada en cocaína, y de una jeringa ahogada en un vaso de agua) y lo prendió. Había 20 llamadas perdidas a nombre de "Belén"

—La puta que me parió —dijo entre dientes.

Marcos salto de la cama y fue hacia el placard, esquivando a los saltos los vidrios del suelo. Abrió sus puertas bruscamente y arrancó la ropa de su interior.

—¡Jessica, levántate por favor! —gritó, al tiempo que se abotonaba la camisa.

A los tropezones, mientras se subía el pantalón, corrió hacia el baño que se encontraba en la misma habitación. No era la primera vez que despertaba repleto de sustancias nocivas dentro de su cuerpo, ni al lado de una mujer que no era su "amada" novia de la secundaria, Belén. Sin embargo esta vez era diferente. Las cosas habían ido mucho más allá.
Se acercó a la pileta del baño y giro la llave de agua fría. Para su sorpresa, ni una gota resbaló del interior de la canilla

—¿Qué mierda pasa? —gruño entre dientes.

Giro la llave de agua caliente. Nada. Giro las dos al mismo tiempo una y otra vez. Nada. Corrió la cortina del baño violentamente y giro ambas llaves de la ducha. Ni una sola gota se asomaba por aquellos diminutos agujeritos.

Rabioso, salió del baño.

—¡Jessica deja de hacerte la boluda! —gritó furioso—. ¡Te tenes que ir ya!

Marcos agarro su celular que estaba sobre la cama. Intentó desbloquear la pantalla táctil, pero por más fuerte que deslizara el dedo, esta no respondía. De izquierda a derecha, de derecha a izquierda. No había caso, la pantalla no se desbloqueaba. La cara de Belén, que se asomaba por detrás de su hombro en la foto que servía de fondo de pantalla, lo miraba con una sonrisa. Esa tierna mirada lo llenaba de culpa y sentía que le decía: ¿Quién es esa chica que está acostada en nuestra cama?
Apretando los dientes, dejó escapar un grito estremecedor. Su cara parecía que iba a explotar de lo colorada que estaba. Lo único que quería era llamarla y pedirle perdón por no haber contestado ninguna de sus 20 llamadas. Pero por más que él deseaba con toda su alma que el celular cediera a sus demandas, el teléfono no era lo suficientemente inteligente como para percibir su desesperación.
Cansado de intentar, arrojó con todas sus fuerzas el celular contra la pared. Se acercó a la cama, tomo las sabanas y las arrancó con violencia, destapando por completo a Jessica.

—¡Te dije que te levantes, la puta que te pario!

Con todas sus perfectas curvas al descubierto, Jessica permaneció en posición fetal. Estaba inmóvil, como el resto de la habitación. Marcos camino hacia ella furioso y la tomó del brazo.

El día despuésWhere stories live. Discover now