Prólogo

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A decir verdad, este es mi primer fanfic de Saint Seiya. Abordé el tren de los recuerdos de la niñez y, bueno... terminé la serie clásica, por fin. Solo tenía algunos vagos recuerdos acerca de la historia y los personajes, ya que era muy niña en esa época, aunque creo recordar que jugaba con figuras de acción de santos dorados que mis padres me compraron para navidad alguna vez :'D aaah, ¡qué buenos tiempos aquellos!

De todas formas, este es mi intento de escribir una historia para mi santo dorado favorito xD (aunque los amo a todos). Le prometí a mi amiga angeljasiel que haría este fic para ella porque ama a Saga también, y tengo que pedirle disculpas por estar tan atrasada con mis trabajos. ¡El próximo capítulo está en camino!

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Advertencia: Historia sin beta. Futuro contenido sexual. Posible OoC. OCs. Estoy tomando algunas licencias artísticas aquí.

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Disclaimer: Saint Seiya y sus personajes le pertenecen a Masami Kurumada. Solo estoy tratando de proveer entretenimiento a los lectores y no tengo intenciones de lucro con esta historia.

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Prólogo

Los cuentos antiguos solían decir que las Moiras controlaban el destino de todos, sin excepción. Señoras a cargo del orden cósmico, eran ellas quienes tejían las complejas escenas en la historia del universo y distribuían la porción que le correspondía a cada individuo en el gran plan de la creación.

Ya sea un mortal o un dios, el destino de cada ser estaba atado a la voluntad de estas hermanas, quienes guiaban sus pasos y dictaban las consecuencias de sus acciones, para bien o para mal. Solo la diosa Ananke (dadora de vida y destructora) así como su consorte, Khronos, la vieja personificación del Tiempo, tenían control alguno sobre las Implacables, y la historia era escrita de acuerdo a su ancestral consejo. Estos dos dioses primordiales fueron los que marcaron el principio de todo, cuando rompieron el huevo primigenio de donde se originó el universo. Era tal la omnipotencia de aquellas divinidades que estaban fuera del alcance de hasta los mismísimos dioses del Olimpo, para jamás ser encontrados, impulsando la rotación de los cielos y supervisando el eterno pasaje del tiempo.

Las Moiras, hijas en vestiduras blancas de Ananke, eran tres. Cloto, la hilandera, quien devanaba la hebra de la vida en una rueca; Láquesis, la repartidora de suertes, quien medía su longitud con una vara; y Átropos, la inexorable, quien decidía la forma de muerte de cada persona y cortaba el hilo con sus terribles tijeras. Era deber de ellas el asegurarse que todos cumplieran con el destino que se les había sido asignado, sin ningún obstáculo.

Fue así que, cuando Láquesis extrajo el hilo enrollado en el huso de Ananke, ya se había decidido que nacerías en el corazón de una humilde familia en el pueblo de Rodorio. La historia de tu vida había sido urdida incluso mucho antes de que fuera plasmada en el tapiz del destino.

Para entonces corría el año 1960, un tiempo de inestabilidad política en Grecia que conduciría a un golpe militar en 1967, consecuencia de la interminable Guerra Fría. También sería el año en el que el senador John Fitzgerald Kennedy ganaría las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, y el conflicto en Vietnam se intensificaría con el surgimiento del Frente Nacional de Liberación. El año cuando Francia probaría su primera bomba atómica en el desierto del Sahara, convirtiéndose en el cuarto poder nuclear del mundo, y antes de que la construcción del Muro de Berlín empezara en respuesta a un masivo éxodo de refugiados hacia Alemania Occidental. 1960, el año cuando varios países de África ganarían su independencia después de años de colonialismo; cuando el criminal nazi, Adolf Eichmann, sería capturado por el Mossad y llevado a Israel para ser juzgado por sus crímenes contra la humanidad.

Todo esto estaba escrito mucho antes de que sucediera.

Fueron las Moiras quienes entrelazaron tu hilo con el de tus padres desde el momento en el que naciste. Con los temidos dolores de parto, y el llanto de tu madre mientras trataba desesperadamente de expulsarte de sus entrañas, tu vida empezó: cubierta de sangre y llorando a todo pulmón.

Cuando tu padre te vio en los brazos de su extenuada esposa, no se sintió muy conforme con la idea de que su primogénita fuese una niña. Aún así, encontró consuelo con el pensamiento de que tu madre le daría muchos hijos más (con suerte, varones) en años venideros.

¿Cómo saber que en las estrellas tu destino ya había sido sellado? Desconocido para ti era el hecho de que, en 1958, el hombre cuyo hilo se uniría y enredaría de forma irremediable con el tuyo había nacido a fines de Mayo en el Santuario. O más bien, había descendido en una estrella que anunciaba las vísperas de una próxima guerra.

En ese entonces, ninguno de los dos siquiera podía imaginar lo que el futuro les tenía preparado; la cruel broma del destino de la cual serían víctimas. Después de todo, él era un santo de Athena y tú... no tenías permitido enamorarte de él ni de nadie. Se suponía que no debía mirarte con los ojos de un hombre, los ojos de deseo- un anhelo que sería considerado impuro y vil.

Cualquier otra mujer hubiera sido aceptable ante los ojos de los demás, pero no tú. Jamás se les permitiría estar juntos.

Las mismas circunstancias que te reunirían con él, también te separarían. Incluso aunque intentaran olvidarlo, dejarlo todo atrás, borrar el recuerdo de ese amor era imposible. Beber de las aguas del Leteo podría haber sido la única salvación de ese tormento, esa agonía que los consumía con el espejismo de lo que nunca tendrían.

Aún así, a pesar de tu sano juicio, elegirías aferrarte a este dolor; a estos pecaminosos sentimientos que solo te traían penas. Desde el momento en que te rendiste a ese ardiente deseo y abrazaste a tu amado bajo la protección de la noche más oscura, supiste que tu alma sería condenada al castigo eterno. Tal vez deberías haber temido la ira de los dioses, pero en el abrigo de sus brazos podías olvidarte del mañana. Aunque tu amor fuera inmoral, aunque fuera un crimen (una transgresión de leyes antiguas), era la única manera en la que podía ser tuyo. La única opción que quedaba ante la desolación de sueños que nunca pudieron ser.

Una vida sin él era vacía, sin sentido. Lo quisieras o no, él era parte de ti- de tu alma y tu corazón- y lo amabas... tanto que fuiste capaz que perdonarle los crímenes que había cometido. Oh, qué muchachita tan tonta fuiste. Le perdonaste cuando te decía que lamentaba sus ofensas desde lo más profundo de su corazón, porque querías creer que aquel hombre bondadoso que alguna vez conociste todavía vivía en él. Tan enamorada estabas que escogiste cegarte ante la presencia de ese terrible monstruo que acechaba en su interior desde hace tanto tiempo. Elegiste vivir una mentira en lugar de afrontar la verdad; en lugar de aceptar que tú no podrías salvarlo de él mismo, porque simplemente no estaba en tu poder hacerlo.

¿Te perdonarían los dioses alguna vez? Probablemente no. Sin importar cuantas veces trataras de creer en tus propias fantasías, todo tenía un precio y tarde o temprano pagarías por tus pecados. Esto era algo que te había quedado muy claro, cuando mirabas al pasado. Y al final, solo pudiste reír ante la triste ironía de la vida.

Qué extraño sentido del humor los dioses tenían.

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Espero que haya sido del agradado de ustedes ;u; ¡hasta la próxima!

Hilo De La Vida (Saga de Geminis x Tú / Lectora - Saint Seiya)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora