CAPÍTULO 1

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Dicen que todo es posible en el País de las Maravillas y espero, sinceramente, que así sea. Sé que he hecho muchas cosas digamos... malvadas estos últimos años. He movido a personas reales como a peones para conseguir mis propósitos, he oscurecido corazones y los he usado para mi propio beneficio. No me enorgullezco de todos mis actos, pero tampoco me arrepiento porque cada corazón que procuré romper para poder obtener era necesario y lo haría de nuevo, funcione o no el hechizo, para el que los necesitaba.

A medida que la hora de la verdad se aproxima y se abalanza sobre mí, el miedo y las dudas se hacen más intensos. Ha llegado el momento de saber si todo el mal que he sembrado por el mundo ha servido para algo. Pero si no funciona, si no lo logro... no creo que pueda seguir con esta carga. Así que mientras el tiempo pasa y el momento llega, dejaré mi legado por escrito. Podéis tomarlo como una confesión completa o una leyenda, como gustéis. Para mí, es la historia de la Reina Roja y de cómo llegó a ser quien es.

Mi vida, como la mayoría de las personas que pasan por este mundo o cualquier otro, no comenzó siendo malvada. Al contrario, de hecho, me crié rodeada de bondad y belleza en un pequeño poblado celta que luchaba contra la dominación extranjera. Mis padres eran los druidas de la tribu, así que siempre estuve rodeada por la magia y el misticismo. Han pasado muchos años, tantos que prefiero no contarlos, pero sigo recordando a mi madre como si todavía pudiera verla frente a mí. Era la mujer más hermosa del poblado, la más hermosa que yo haya visto jamás. Recuerdo que, cada noche, siendo yo una niña, nos sentábamos junto al fuego y me hablaba de las estrellas, me encantaban las estrellas, siempre brillantes y vigilantes.

—Las estrellas son nuestros antepasados, Gwen—me decía mientras me abrazaba para que no me alcanzara el fuego de la noche— de un modo u otro, todos nacemos del polvo de las estrellas y, al morir, volvemos al cielo, nos convertimos en una más y desde allí podemos vigilar a nuestros seres queridos.

—Pero, mamaidh, yo no quiero que seas una estrella, yo quiero que te quedes aquí conmigo— decía yo.

—Y lo haré, mi pequeña, pero algún día, cuando mi tiempo toque a su fin, dentro de mucho, y me marche de este mundo, subiré al cielo y desde allí velaré por ti. Si estás perdida o asustada, solo tendrás que pedirle un deseo a una estrella y yo cuidaré de ti.

—Pero mamaidh, las estrellas no me pueden escuchar, están muy lejos— y gesticulaba abriendo mis manos todo lo que podía para señalar la lejanía.

—Mi querida Gwen, si tienes fe todo es posible.

Y yo la creí. Todo era posible si tenía fe, cualquier cosa, cualquier cosa es posible, lo sé... o lo sabía. Mi madre solo mintió en una cosa, no faltaba demasiado para que su tiempo en ese mundo se agotase. Fue una emboscada de una tribu enemiga. No recuerdo cuantos años tenía, el tiempo pasaba de manera diferente en aquella época, en aquel mundo, aunque creo que no tendría más de lo que ahora me parecen unos diez años. Unos cuantos hombres se apresuraron el sacar a todos los niños de los chacras antes de que los enemigos les prendieran fuego. Me conducían entre ellos, pero yo no podía marcharme sin mis padres, no pensaba que nada pudiera pasarme, ni a mí ni a ellos, simplemente tenía fe en ello y todo podía ser posible. Pensé que quizás podrían necesitarme para que les llevara alguna hierba que usaban para sus invocaciones o las piedras de las runas. Me escabullí del grupo de niños que huían y volví corriendo al campamento. Lo que vi quedo grabado a fuego en mi mente. Justo cuando me acercaba corriendo, un hombre vestido con unas extrañas ropas de metal le clavó una espada a mi madre en el vientre. La vi gritar, tambalearse y caer sobre sus rodillas. Apenas escuché los gritos de mi padre porque toda mi existencia en aquel minuto se concentró en la mirada de mi madre. Creo que antes de morir me miró a mí, sonrió y después llevó su mirada al cielo para recordarme que sería por siempre una estrella del firmamento. Después la vida la abandonó y ya no estoy segura de si esto fue real o la invención de una niña desesperada, pero al exhalar su último aliento, levanté los ojos hacia el cielo y juraría que vi brillar una nueva estrella.

El País de las Maravillas. Sagan Grimm VWhere stories live. Discover now