Soledad Eterna
El coche había volcado y se había salido de la carretera. Las láminas se retorcían con cada golpe que el coche daba en los árboles. El cuerpo de María se zarandeaba de un costado al otro nublando su visión. Los constantes golpes en la cabeza y el cuerpo la hicieron desmayarse. Su cuerpo continuaba precipitadamente hacia el vacío, hacia un oscuro bosque. Mientras la oscuridad engullía el coche y todo a su alrededor, una chispa proveniente del motor comenzaba a encender la parte inferior del coche. Pronto, y con cada giro del coche, todo el auto se convirtió en una bola enorme de fuego de más de una tonelada de peso, que rodaba con una furia destructora que derrumbaba y demolía todo a su paso.Hace cinco días.
La venda en los ojos estaba demasiado ajustada al igual que la mordaza que le habían puesto en la boca. La incomodidad ya se había convertido en un dolor que cortaba parte de sus sienes y su ceño. El nudo era un muñón fuertemente ajustado, que por momentos se convertía en una hoja demasiado filosa. Podía sentir cómo su piel se iba partiendo y abría paso a la sangre que humedecía, momentáneamente la tela, para después convertirla en un costra ríspida y seca que tallaba contra su cara.
Sus labios se habían convertido en una tela árida, desprovista de saliva. Desde que la habían dejado ese lugar no le habían dado ni gota de agua o cualquier otro líquido que controlara su sed. Su estómago gruñía como un gato celoso por el hambre, y sus lágrimas ya se habían convertido en sal sobre sus mejillas.
A menudo trataba de moverse con sigilo para tratar de zafar sus manos de las ataduras tan dolorosas que le habían hecho. Las hebras de los lazos se le clavaban en las muñecas como finas espinas cortando sus muñecas.
Estaba sentada, mirando una débil luz que penetraba lúgubremente por la venda de sus ojos. No había ningún otro sonido a su alrededor, más que el de su respiración disimuladamente agitada. Quería soltarse y salir corriendo hacia el exterior, hacia la luz.
Fue entonces cuando pensó que tenía que actuar con calma. Que posiblemente, fuesen quienes fuesen sus captores, estarían ahí afuera jugando con una baraja española o al dominó. Detuvo todo movimiento y trató de pensar con claridad. Estaba secuestrada.
¿Cómo había pasado?; lo último que recordaba era haber estado de camino a casa, después de haber asistido a clases, en la universidad. Había sido un día muy agitado y difícil. Recordaba que llevaba un fuerte dolor de cabeza, sentía que le iba a estallar y no pensaba en otra cosa más que llegar a casa y dormir hasta el otro día. Pero, de pronto, a unas cuantas calles de su casa, una bolsa de tela cegó por completo su visión, su vista se nubló por completo y sintió dos pares de manos sujetándole los brazos y los pies. Trató de gritar pero otra mano le tapó la boca impidiéndoselo. Hubo una voz aguardentosa que les daba indicaciones a las otras dos personas que le sostenían. Pensó que el dueño de esa voz era el que le estaba cubriendo la boca:
«—Maneja tú —le decía a uno. La voz sonaba con autoridad—. Nosotros nos encargaremos de ella.»
El que la sostuvo por los brazos, la soltó de pronto, obedeciendo a lo que le habían ordenado. Sintió, inmediatamente, otra mano que la tomó por la espalda. Solamente la habían tomado para dejarla caer al interior de una camioneta. El golpe fue doloroso, contra la cadera. El golpe le produjo un poco de inmovilización en la pierna. Los gritos que intentaba proferir ya no eran por el acto de secuestro, sino por el dolor que había concebido con el golpe. Consiguió soltarse un poco de las manos que la sujetaban y arqueó la espalda para poder aliviar el dolor. No le surtió efecto completamente como quería, pero por lo menos aminoró el dolor gradualmente.
La camioneta se puso en marcha. Los hombres que la sujetaban la volvieron a sujetar, amarrándola de pies y manos. La bolsa de tela que traía en la cabeza la fijaron con cinta adhesiva, haciendo, con ésta misma, una mordaza que le obstruía el paso del aire. Soltó unas cuantas patadas. Sentía una opresión en la garganta, como si se fuera a ahogar.
YOU ARE READING
Soledad Eterna
VampireUn secuestro. una vida a lojada en la soledad. Una niña que aparece refugiada en la oscuridad. La niña comprende que no siempre el vivir es sobrevivir y opta por ayudar a la protagonista de una manera que le recordarán por siempre.