Zora.

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Era tan formal y distante como una princesa, siempre en la postura adecuada,con la vestimenta apropiada para cada ocasión y los modales más eficaces que alguna vez se había visto, y sin embargo, Zora no era suficiente para sus padres.

Corre, Zora, corre. Ve a dar tu espectáculo. La fiesta ya está abajo y todos quieren verte.
Un vestido con el largo adecuado, diez centímetros debajo de la rodilla, con las pinzas en los lugares adecuados para resaltar, pero claro, nunca exhibir su bonita figura y el cabello recogido en un moño alto, y sus bonitos caereles, rebeldes, aprisionados en una banda. Aprisionados como su cuerpo, aprisionados como su voz.

Baila y baila, vuelve a bailar con la gracia y agilidad que sólo tú podrías tener, muévete dulcemente en las melodiosa canciones que son tocadas por la orquesta y al final de la noche sonríe a los invitados y luego escucha pacientemente, con la miraba baja y los labios bien apretados, a tu madre, corrigiendo cada una de tus acciones y luego cuando estés por defenderte, ve como te observa tu padre, él no quería hijos. Sube a tu habitación resignada y luego sin previo aviso, en medio de la brisa veraniega, escapa a media noche y ve en busca de problemas.

Zora, dócil Zora, huye de casa y levanta tu falda hasta los muslos, y grita fuerte, a todo pulmón las canciones que nunca puedes oír y llora, llora por ellos pero sobre todo llora por ti porque casi amanece y debes volver corriendo, arrastrarte en medio de la oscura habitación para que muy temprano, por la mañana, tu madre en sus imponentes vestidos grises abra la puerta y las ventanas y te lleve a todas esas clases matutinas en las que ya no puedes mejorar, y luego prepara tu mochila y ve a la escuela para después volver y tener que enfundarte en trajes que te asfixian para terminar tus labores.

Conozcan a Zora, la chica perfecta a la que le exigían ser más perfecta

Tierra y espinas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora