Carnaval del valle latente.

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Caminó entre los baches, y los afluentes de automóviles los miraban despectivamente, el hombre caminante lo sintió hasta sus mayores adentros, y fue ahí que sus latidos iban a diferentes ritmos, después de haber perdido la conciencia y la perspectiva de la real y naciente armonía entre los pestañeos de una mujer y su pulso.

El hombre caminante tembló y tembló por repudio al amor, y en aquellos días en que sus pasos y temblores eran parte de otra persona, después de lograr coordinación sus ojos callaron el color de los atardeceres, y las armonías tomaron tintes góticos, entre el silbido de los perros y el ladrido de las aves en aquel árbol repleto de nidos, de vida.

Consiguió el caminante entre sus pulmones escuchar un fuerte sólido que en sus pulmones atorado estaba que no le dejaba respirar del todo bien, inhaló y exhaló, sus piernas sangraban, y sus fuerzas nulas, muertas estaban.

Hondó su respiración y logró observarla; su rostro color rosa.
Entonces las rozaduras que su voz daba a sus oídos lo adormecían, mientras su cuerpo en el concreto era cada vez más liviano gracias a las ondas y vibraciones en las que el hombre caminante levitaba.

Nunca se había imaginado que un hombre que solo camina llegaría a este punto fatal, los ojos del hombre huían y su corazón era cada vez más el de un hombre que amaba que el de uno caminante, antiguamente eso no pasaba y ese hombre solía ser más ego que hombre.

La miró a ella, una mujer que amaba. La respiración del hombre caminante era tan estúpida que sentía la necesidad de ponchar sus propios alvéolos.

Sus latidos hablaban en verso y decían.

Esencia oscura
eleva en la dura y amable
esperanza martillada
en la suave brisa.

Con las uñas clavadas a los labios
un ritmo citadino,
sus ansias,
su espíritu de alegría.

Las banquetas recorría
entre los pasos las pútridas
estrías y la vida y la muerte
conectan.
frías pertinentes,
sables errantes
súbitas esencias.

Aglutinan hombres
frente las amargas,
la vital habida
retumbante verdad
acogida,
soberbia
no hay conciencia
qué mi alma muere.

Aguardo a escuchar
la relevante fuerza,
la que tienen tus ojos,
la de tu presencia.

En vuestro cuerpo
y en las ostras de mis manos
el Edén del cáliz.
Si mi alma fuese
y sea católica
sería el fuego en las hostias
los domingos más santos.

Anterior a mis fuentes
puras,
clara y de afecto.

Donas armonía convergente,
derrama la rueda
y un oleaje de ondas
en el imán del deseo
reta al hombre caminante.

-Hiram Félix

“¿A cuántas personas les hablaste por error”

Esta carta es para la persona número 5,
con todo mi afecto:

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