Parte 1 Sin Título

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  Los Garrett estuvieron vedados desde el principio. 

Pero no era por eso por lo que eran importantes.Diez años atrás, mientras estábamos de pie en el jardín delantero de nuestra casa, estacionaron sumaltrecho sedán, seguido de un camión de mudanzas, en la puerta de al lado.—Oh, no —suspiró mi madre, dejando caer los brazos a los costados—. Albergaba la esperanzade poder evitar esto.—¿Esto... qué? —preguntó mi hermana desde el camino de entrada. Tenía ocho años y estabaharta de la tarea que nuestra madre nos había asignado aquel día: plantar narcisos en el jardín deentrada, de modo que se fue a toda prisa hacia la valla que separaba nuestra casa de la de al lado yse puso de puntillas para poder observar a los nuevos vecinos. Yo hice otro tanto y me asomé en elespacio que había entre dos tablillas, mirando con asombro salir del automóvil a los dos adultos ycinco niños que lo ocupaban como si se tratara de uno de esos vehículos atestados de payasos delcirco.—Esto. —Mamá hizo un gesto en dirección al sedán mientras se retorcía un mechón de su rubiocabello con la mano—. Siempre hay una en cada barrio. La familia que nunca corta el césped, quetiene juguetes desperdigados por todas partes. Los que nunca plantan flores o que, cuando lo hacen,las dejan morir. La familia descuidada que hace que el valor de las viviendas de la zona disminuyalo suyo. Y aquí están. Justo en la puerta de al lado. Has plantado ese bulbo del revés, Samantha.Cambié el bulbo de posición y clavé las rodillas en la tierra para acercarme más a la valla sindejar de mirar al padre que mecía a un niño pequeño en el asiento del sedán mientras otro con el pelorizado y castaño se encaramaba a su espalda.—Parecen simpáticos —aventuré.Recuerdo el silencio que siguió a aquella frase y cómo mi madre sacudió la cabeza cuando alcé lavista para mirarla. Tenía una extraña expresión en el rostro.—La simpatía es lo de menos, Samantha. Tienes siete años y debes empezar a ver qué es lo querealmente importa. Cinco hijos. Por Dios bendito. Igual que la familia de tu padre. Una locura. —Volvió a sacudir la cabeza, poniendo los ojos en blanco.Me acerqué un poco más a Tracy y rasqué un trozo de pintura blanca de la valla con la uña delpulgar. Mi hermana me lanzó la misma mirada de advertencia que ponía cuando estaba viendo latelevisión y yo la molestaba con alguna de mis preguntas.—Es mono —dijo, fijando de nuevo su atención al otro lado de la valla. Miré para ver a quién serefería y vi a un muchacho mayor saliendo de la parte trasera del automóvil, con un bate de béisbolen la mano, que se dispuso a sacar una caja de cartón llena de ropa de deporte.Ya desde esa época a Tracy le gustaba cambiar de tema para olvidar lo difícil que le resultaba anuestra madre hacer de padre. Papá había salido de nuestras vidas sin despedirse siquiera, dejando amamá con una niña de un año, un bebé en camino, una enorme decepción y, afortunadamente, el fondofiduciario de sus padres.*  

LA PUERTA DE A LADOWhere stories live. Discover now