Todo ocurrió hace más de mil años, en una isla recóndita de la tierra de la que nadie de este mundo sabía su existencia. En ella, los prados eran de un color verde esmeralda, el cielo siempre tenía un hermoso azul turquesa, el mar que la rodeaba parecía un conjunto de zafiros ondeantes que llegaba a una orilla recubierta de pequeños granos de oro. Era un paraíso natural, tan hermoso que parecía fruto de un sueño… Que cruel ironía que un lugar tan tranquilo y pacífico acabase siendo un campo de batalla en la guerra más antigua del mundo. Comenzó en los inicios de la vida, cuando todo se dividió en dos partes: el bien y el mal. Dos polos totalmente opuestos que decidieron librar su lucha por el control del universo en aquel paraíso terrenal apartado de la consciencia humana. Cada mañana, ángeles y demonios acudían al lugar acordado para luchar hasta la muerte en un fallido intento por llegar a algo parecido a un acuerdo. Tras tan ardua batalla, al atardecer, regresaban a sus correspondientes mundos, dejando tras de sí ríos y charcos de sangre, que simulaban alfombras granates sobre los prados, miles de gritos silenciosos y un aire de paz sobrenatural. Y así transcurría, día tras día, aquella guerra eterna. Pasaron los años, y después de una larga espera, una nueva promoción de soldados, tanto en el infierno como en el cielo, se sumaron a la lucha. Iba a ser una ocasión especial: cada siglo, se realizaba un descanso de 1 año, con lo que en esta batalla, todos sacarían sus mejores cartas. En el submundo, Dante era el mejor de su especie. Era un demonio joven con dos ojos negros como dos túneles, un cabello dorado como las espigas del trigo y una mirada que hacía enmudecer a cualquiera. Hermoso y a la vez mortal, al igual que una rosa envenenada. Capaz de acabar con 20 soldados únicamente con una espada, se preparó para salir al exterior. Se sentía seguro de sí mismo, no temía a nada ni a nadie. En cuanto sonaron las sirenas, salió disparado a las primeras filas, y, como todos esperaban, arrasó con todos y con todo. A cada una de sus víctimas les dedicaba una sonrisa de superioridad, y al segundo, continuaba su labor. Era un trabajo perfecto, cortes limpios y mortales. Se sentía muy orgulloso, y en un acto de bravuconería, se enfrentó a un ángel usando únicamente sus puños, para demostrar su fuerza y su valía. Todo iba bien, hasta que recibió un golpe en la cabeza a causa de una piedra procedente de una onda. Cuando se despertó estaba atardeciendo, pero allí ya no había nadie; lo habían dado por muerto. Se sintió muy frustrado por haberse visto vencido de aquella forma tan absurda. No podía ir a ningún lado, ya que las puertas del infierno se habían cerrado hasta dentro de 365 días. No sabía qué iba a hacer, ni a dónde iba a ir, pero decidió buscar un sitio donde poder refugiarse en la noche. Caminó hasta el anochecer, y encontró una pequeña cueva al lado de una cascada que desembocaba en un lago del color de la aguamarina. Se acostó sobre la fina arena de la orilla e intentó conciliar el sueño. Le quedaba un largo tiempo por delante, y tendría que aprender a sobrevivir, pero no podía perder los nervios.
Dante abrió los ojos poco a poco, dejando que aquellos rayos dorados inundaran de luz sus pupilas. Se levantó, y se quitó las armaduras y sus ropajes con la intención de meterse en el agua clara del lago y limpiar toda aquella sangre que decoraba su piel como tatuajes tribales. Pero, al salir de la cueva, observó que algo flotaba en el agua. Cogió una piedra algo puntiaguda que le sirviera de defensa por si era un animal rabioso o agresivo, y se fue acercando poco a poco. Sin embargo, lo que encontró no era en nada parecido. En medio del lago, a unos 2 metros de él, se encontraba una mujer desnuda de pies a cabeza, de cabellos largos y negros como el azabache, de piel tan clara y delicada como la nieve y con unos labios del color de la sangre. Se quedó mirándola encandilado unos minutos, hasta que decidió llevarla en brazos hasta la orilla. Era muy extraño que una mortal encontrase esa isla, ¿cómo era posible? Además, era extraordinariamente hermosa… No podía ser. Cuando la dejó sobre la arena, la mujer abrió los ojos bruscamente, asustada y a la vez sorprendida. Y entonces, lo vio claro: aquellos ojos dorados como el sol al atardecer… Eran claramente de un ángel. Se apresuró a agarrar la piedra que había recogido anteriormente para acabar con la vida de aquel ser celestial, pero cuando se quiso dar cuenta, la joven había huido. La vio corriendo entre los arbustos y árboles, y decidió seguirla.
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Entre el cielo y el infierno
RomanceDante, un joven luchador perteneciente al ejército del submundo, es el guerrero más prometedor de su generación para la guerra. Al quedar atrapado en el mismo campo de batalla, una isla paradisiaca, decide intentar sobrevivir hasta poder volver a ca...