Biografía

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Su partida de nacimiento está consignado como Manuela, pues se creyó que era una niña. Era de aspecto físico normal aunque medía solo 137 cm, rubio y de facciones consideradas por algunos historiadores como «tiernas». Romasanta trabajó como sastre y era considerado inteligente y culto para la época, pues sabía leer y escribir.

Llevó una vida aparentemente corriente hasta la muerte de su mujer, en la que no tuvo participación. A partir de ese momento dejó la vida sedentaria y empezó a dedicarse a la venta ambulante, trasladándose para ello durante los primeros años por la zona de Esgos y posteriormente abarcando toda Galicia.

Con el tiempo, los lugareños empezaron a conocerlo como vendedor de un ungüento del que se decía que estaba compuesto por grasa humana, por lo que su fama se extendió rápidamente por Galicia. Por ello las autoridades -al ser informadas más adelante de los crímenes de Romasanta- iniciaron su búsqueda y posterior apresamiento en Toledo.

 Por ello las autoridades -al ser informadas más adelante de los crímenes de Romasanta- iniciaron su búsqueda y posterior apresamiento en Toledo

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Su fama de asesino le llegaría con la acusación por la muerte de un alguacil cerca de Ponferrada. Tras ser condenado en rebeldía, consiguió escaparse a un refugio en el pueblo abandonado de Ermida. Allí convivió con el ganado durante meses.

Volvió a aparecer en público, esta vez en Rebordechao, mezclándose poco a poco con la población local, y estableciendo progresivamente relaciones personales, ganó en especial la confianza y amistad de las mujeres, lo que hizo que arrastrara cierta fama de «afeminado». Llegó a desempeñar el oficio de tejedor considerado propio de las mujeres en aquella época.

Ya asentado en el pueblo es cuando comenzaron sus asesinatos, que cometía en los bosques de Redondela y Argostios. Durante años eludió a la justicia, cometiendo nueve asesinatos, siendo las víctimas siempre mujeres o niños. Tras los últimos asesinatos planeó su huida, llegando a salir de Galicia con un pasaporte falso. Finalmente fue capturado en Nombela (Toledo) y juzgado en Allariz (Orense), siendo fiscal Manuel Blanco Bastida.

 Finalmente fue capturado en Nombela (Toledo) y juzgado en Allariz (Orense), siendo fiscal Manuel Blanco Bastida

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Romasanta afirmó que, víctima de un maleficio que lo volvía lobo, había matado a trece personas a sangre fría, usando sus manos y dientes para acabar con sus vidas y comerse los restos. El juicio (conocido como la «causa contra el hombre lobo») duró aproximadamente un año.

En él se le acusó de llevar con él con mentiras y engaños a mujeres y niños para matarlos y sacarles el sebo o unto, y posteriormente venderlo. En este litigio declaró ser víctima de un sortilegio de una bruja que, según él, le hacía transformase en lobo durante las noches de luna llena. La primera vez que me transformé fue en la montaña de Couso. Me encontré con dos lobos grandes con aspecto feroz. De pronto, me caí al suelo, comencé a sentir convulsiones, me revolqué tres veces sin control y a los pocos segundos yo mismo era un lobo. Estuve cinco días merodeando con los otros dos, hasta que volví a recuperar mi cuerpo. El que usted ve ahora, señor juez. Los otros dos lobos venían conmigo, que yo creía que también eran lobos, se cambiaron a forma humana. Eran dos valencianos. Uno se llamaba Antonio y el otro don Genaro. Y también sufrían una maldición como la mía. Durante mucho tiempo salí como lobo con Antonio y don Genaro. Atacamos y nos comimos a varias personas porque teníamos hambre.

Manuel Blanco Romasanta, Causa Nº 1778: Causa contra Hombre Lobo, Juzgados de Allariz (Orense)

Más tarde alegaría que lo que sufría no era una maldición sino una enfermedad. Además declaró recordar todo lo sucedido una vez transformado de nuevo en ser humano, lo que fue decisivo para su sentencia. La defensa del reo argumentó que no se podía probar un asesinato con una única confesión, aunque ésta fuera la del propio acusado. La sentencia llegaría el 6 de abril de 1853, cuando Romasanta contaba cuarenta y cuatro años: se consideró que ni estaba loco ni era idiota o maníaco, con lo que fue condenado a morir en el garrote vil y a pagar una multa de 1000 reales por víctima.

Un hipnólogo francés que había seguido el caso envió una carta al Ministro de Gracia y Justicia en la que expresaba sus dudas acerca de si Romasanta padecía o no licantropía. Aseguraba haber curado a otros pacientes con la hipnosis y pedía que, antes de ejecutarlo, le dejaran hipnotizarlo. También solicitó la intervención de la reina Isabel II, que a su vez pidió al Tribunal Supremo que revisase el caso. Tiempo después, Isabel II firmó una orden para liberar a Romasanta de la pena capital, reduciéndose ésta a la perpetua.

Su vida dio lugar a la creación de cantares de ciego, novelas y películas.


El bosque de RomasantaWhere stories live. Discover now