xvii. wreak havoc.

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Eran la amenaza más grande de Rusia. El mundo reconocía lo peligrosos que eran y lo increíblemente malditos que terminaban siendo si las cosas no salían como querían. El quitar vidas para ellos era como quitarle el chupete a un bebé y tener millones y millones de billetes en la bolsa, era pan comido. Bratva. No había nombre más enriquecedor que ese.

Los hombres de Nikiforov descansaron en cuanto el último cuerpo estuviese tumbado como el resto. El lugar entero olía a la pólvora del temor incrustado en los corazones paralizados de los desconocidos.

Viktor sonrió con un toque de sadismo plasmado en sus perfectos labios. Miraba hacia el suelo, donde la suela de sus zapatos de diseñador se enterraba contra la piel de su víctima e imponía presión por mero gusto de hacerle saber lo que ocurría si se atrevían a meterse en sus asuntos. El hombre con la cara desfigurada se quejaba del dolor, y eso era como una pequeña canción de cuna para el ruso quien, con la mano izquierda sostenía el tabaco, y con la derecha, estaba dispuesto a disparar contra la pierna derecha de su oponente. Sólo por mero placer de alargar el sufrimiento ajeno.

—Por ahí alguien me dijo que... —mientras hablaba, Viktor soltaba el humo al aire a la par que pisaba con más fuerza la cara del otro hombre, arrastrándola en el proceso— Conoces a la persona que está detrás de mi hermano.

Los hombres alrededor de ambos están expectantes con la respuesta. Nadie tiene derecho de interrumpir a menos que Viktor lo permitiera. Era un momento íntimo que su líder quería guardar para sí mismo pese al gran número de ojos que estaba puesto sobre ellos.

—Juro que... —se quejó el desconocido, con el cansancio plasmado en el tono ronco de su voz— Juro que no sé... Nada...

—Oh, mientes —sin más, Viktor no se limitó en jalar el gatillo para prolongar el caos—. Habla, o de lo contrario tus hijos pagarán por el resto.

Tocar a los niños nunca fue su hobbie, pero a veces no tenía de otra más que hacerlo. Era más que consciente que, aparte de sus hermanos y de sus padres, el resto del mundo no era más que una bola inservible de cobardes que, como mínimo, para él significaba una buena dotación de ganado.

—Eres un monstruo, Nikiforov... —jadea el hombre tras terminar de soltar su último grito de agonía por el disparo— Un sucio y maldito hijo de...

Viktor pecaba de impaciente desde niño. Tras esa sonrisa apacible, se escondía uno de los demonios más buscados por la justicia de Dios. Sin más, soltó un suspiro tras las acusaciones tontas y tomó el camino fácil: una patada en las costillas, y posterior a ello, una última advertencia.

Yeah... —se agachó, tomando de los cabellos al hombre para que pueda verlo directamente a la cara, como debía ser— Me llaman una amenaza, una maldición para toda Rusia. Ves los periódicos constantemente, ¿no? La gente sometida a este sistema me envidia. Algo en mí los hace reaccionar de ese modo... —nuevamente deja escapar un suspiro y, con una expresión curiosa, continúa hablando— Ahora, mi querido Popovich... Si no quieres que tus hijos y tu hermosa mujer terminen siendo la comida de mis mascotas, abre la jodida boca.

Songs on his skin「Songshots / OtaYuri」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora