Capítulo I

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I.Nunca le dejes a alguien más, algo que tú mismo puedes hacer.

Las cartas de amor eran una ridiculez; solo lograban sacar el lado más estúpido de las personas, las hacían cual animalillos al que un cazador, sin nada que hacer más que joder, acechaba. Escribir un texto romántico para alguien era un desperdicio de tiempo, una cosa absurda e insulsa que solo se comparaba con los raros menjurjes que aquel ojos de pescado muerto solía hacer.

Sí, eran pura basura. Pero si eso era cierto, entonces...

¡¿Por qué carajos no dejaba de escribir sobre ese trozo de papel?!

Suspiró desganado para luego darle una gran bocanada a su cigarrillo. Frunció el ceño al ver aquella hoja blanquecina mancillada por sus desvaríos sin sentido, todo era tan contradictorio. Con cierto repelús tomó la carta, apresando el papel cuál ebrio pobretón ahorcando al bartender para que le diera otro trago, cerró los ojos por breves segundos, liberando el humo del tabaco en el proceso y finalmente se dispuso a releer aquel escrito de terror, y trás procesar el primer párrafo, unas enormes ganas de romper en trozos la delgada hoja le invadieron, estaba a punto de hacerlo, no obstante presidió de esa idea al sentir cierto dolor en su estómago, tal vez el haber fumado sin siquiera desayunar primero no fue tan buena idea.

Chasqueó la lengua al oprimir el cigarro contra el cenicero de cristal, su atención se fue de llenó al cilindro de tabaco, observando con desinterés el humo que aún salía de la punta, como si con ello pudiera olvidar la tontería que redactó, estaba confundido, algo inusual en él, ¿Cómo llegó a ese punto tan bajo? Llevaba con esa carta más de media hora, media hora en la que sentía pena por el pobre árbol que fue talado para terminar convirtiendose en esa bazofia propia de una niñata pre puberta que acababa de ver una comedia romántica genérica.

«vaya tontería» pensó  y sin más se dignó a posar su gélido mirar en la delicada hoja de papel dispuesto a acabar la lectura, pero no podía, la prosa empleada no parecía haber salido de él, sino todo lo contrario, era como si un panal de abejas hubiera caído de lleno en la hoja, vertiendo toda la miel existente en ella, haciéndola extremadamente... melosa, agh.

Y, en parte, era verdad, era propensa a causarle diabetes a quien se atreviera a leerla, seguía sin saber cómo es que logró escribir semejante tontería. Continuó mirando la carta con repudio, mientras sus dedos golpeaban la fina madera con la que su mesa estaba hecha, respingando de vez en cuando intentado responder cuestiones que invadían su cabeza, la que más resonaba era aquella de ¿por qué se lo escribía a la persona más estúpida de todo Edo? No había lógica alguna, o bueno, sí la había y era más palpable que su adicción a la mayonesa, pero esa lógica no iba con él, simplemente no.

Eso último ocasionó que por inercia sacara el paquetillo de cigarros de nuevo, colocó uno de ellos en su boca para luego encenderlo, quizá en pocos minutos el dolor estomacal volvería exigiéndole comer, pero no era algo con lo que no podría tratar. El pequeño cilindro lleno de tabaco comenzaba a consumirse a la par de verse infraganti borrando y corrigiendo párrafos extensos pertenecientes a la delgada hoja blanca, tal vez podría hacerla menos deshonrosa.

Borró.

Corrigió.

Y volvió a borrar palabras que no le convencían, intentado opacar el dulce horror que creo, si iba a hacer una carta, entonces estaba dispuesto a hacer de esa carta la mejor, ese pedazo de papel retendría sus bochornosos sentimientos, era algo insano para él,  se encontraba avergonzado de si mismo.

Era justamente por eso que odiaba sus días libres, pues la falta de trabajo —e incluso de Okita—, ocasionaba que su mente se pusiera a divagar, ocasionando con ello un debate mental que únicamente se dedicaba a torturarlo, haciéndolo pensar de más, en la razón de su sentir, en lo qué ocurriría si alguien supiera lo qué sentía por aquel imbécil.

Efluvio |GinHiji|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora