—¡MAYA! —ESCUCHÓ ESA VOZ QUE BIEN HABÍA aprendido a conocer a lo largo del semestre. Y sin darse la vuelta, se quedó petrificada en su lugar, incluso cuando su bolso se le desencajó del hombro—. Te he estado buscando.
Recordaría por siempre la ansiedad en su voz. La forma en que cada tono se desdoblaba al pronunciar su nombre, y cómo esa última oración había hecho que le temblaran las rodillas como un par de resortes locos. Era lo que había esperado todo el año. Con algo de culpabilidad recordó la mirada traicionada de Javier tras confesar que algún día, en el futuro próximo y de tener la posibilidad, lograría acostarse con ese hombre.
—Dicen que está con una persona mayor —había contraatacado su amigo en tono de repudio, a lo que ella le había contestado, no sin encogerse de hombros, que no le importaría siquiera si fuese casado. Después de todo, las estadísticas establecían que por esos días la mayoría se casaba por lo menos tres veces en su vida. El amor no existe, solía repetirse, la palabra amor no es más que un mito del pasado. No le hubiera importado esperar un par de años de haber sido necesario.
Me merezco un capricho. Uno solo.
La expresión de profundo dolor que le transmitieran esos ojos azules era lo que gatillaba su recuerdo ahora. Nunca lo había visto tan triste. Y pensándolo bien, era la primera vez que lo veía tan molesto.
Eso no evitó que su estómago siguiera retorciéndose al pensar que a sus espaldas, en ese angosto pasaje, Manuel la hubiera seguido en su estúpido deambular. Lentamente, se volteó, y para su asombro, Manuel se encontraba más cerca de lo que el sonido de su voz le había permitido anticipar. No pudo ahogar el agudo chillido que se le escapó.
—¿Qué hace aquí, profesor? —Aunque hubiera querido llamarlo por su nombre, la costumbre no se lo permitía y como siempre, cumplía con el protocolo establecido.
Solo el silencio la acogió de regreso, y la extraña indiferencia la descolocó de su papel habitual. Por primera vez se permitió desviar su mirada a esos ojos que tanto se había esforzado por cautivar, pero en vez de la ansiedad que antes hubiera notado en su voz, solo encontró hielo. Hielo del témpano más frío, se permitió pensar en romanticismos como sabía que a él le hubiera gustado.
Manuel dio un paso hacia adelante y Maya se sorprendió a sí misma al dar uno hacia atrás, solo por instinto.
¿Qué me pasa?, pensó para sí, mientras sentía acrecentar el pulso contra su pecho y subir hasta su cuello. ¿No es lo que he querido siempre, que Manuel me dé una atención especial? El fluir de sus ideas la hizo tomar consciencia de sus alrededores y la posición en la que se encontraba.
Tras ella, los tachos de basura se aglomeraban ordenadamente contra las murallas del pasaje hasta llegar al muro que la dejaba sin salida, y por el frente, la vía pública se encontraba vacía hasta donde le alcanzaba la vista. Recordando uno de los artículos que había leído una vez en la red, trató de planificar mentalmente una secuencia de movimientos que le permitiera escapar. Ya no le importaba tenerlo al frente y solo para ella. La intensidad de su mirada era todo lo contrario a la que poblaba las esquinas más recónditas de sus fantasías. Ahora solo quería salir de ahí.
—¿Seis Sigma? —llamó a su dispositivo de red en un intento desesperado—. ¡¿Seis Sigma?!
Recordando que lo había dejado en su bolso para escapar de los llamados de Javier, se dejó llevar por la desesperación. Vamos, Maya, piensa. Manuel dio otro paso al frente y esta vez ella no se opuso a sus instintos.
Justo cuando pensó que podría huir por el pequeño espacio que había entre el hombre y una de las murallas, donde nada más por mero milagro se encontraba desnuda de tachos de basura, dos sombras amorfas entraron al pasaje por detrás de Manuel. Ella las observó con los ojos bien abiertos por sobre el hombro de su acompañante. Estoy perdida, se lamentó mientras sus pupilas se contraían del pánico. Inconscientemente, dio otro paso hacia atrás.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Manuel, y aunque su voz sonó preocupada, sus ojos seguían carentes de toda emoción—. No quiero que tengas miedo.
Pero sus palabras estaban lejos de tranquilizarla.
Paso a paso, Manuel siguió acortando la distancia que los dividía, y las extrañas sombras que lo acompañaban seguían su andar de cerca. Ella intentó mantener la distancia, pero a los pocos pasos su espalda dio contra la muralla que la acorralaba.
Su bolso acabó por caer al suelo y ella no hizo ningún ademán para recogerlo. Estaba paralizada y su profesor ya se encontraba a escasos centímetros de su cuerpo.
Maya no estaba acostumbrada a sentirse indefensa, sino que por lo general acostumbraba a tener un ramillete de soluciones a sus problemas de los que podía elegir a tajo y destajo. Pero ahora, casi por primera vez en su vida, se veía arrebatada de alternativas.
Cerró los ojos con fuerza para evitar las lágrimas y apretó la garganta para sostener el sollozo que amenazaba por escapársele.
—Shhh...
Sintió cómo Manuel la jalaba por la tela de su vestido, haciendo que sus caderas quedaran en contacto. El calor que irradiaban sus dedos ahí donde se enredaban con el género, la hicieron arrepentirse de su elección.
—¿No era lo que querías? —Su voz era una suave caricia.
Sí, tenía razón, era lo que había querido, pero no así, no en un pasaje oscuro y sucio. No así, cuando sus ojos parecían la fiel imagen de los actualmente reducidos témpanos glaciares. Y por supuesto que no así, cuando eran observados de cerca por figuras espeluznantes.
No con espectadores. Punto.
Como si hubieran adivinado sus pensamientos, las sombras que flanqueaban a Manuel se disolvieron en el aire sin dejar rastro de su antigua presencia. Un instante de paz. Un respiro. Pero al minuto siguiente volvieron a aparecer, una en cada costado, haciéndola sentir que su cerebro explotaría por el estrés.
Estaba por soltar un grito agudo –uno de esos que podrían hasta trizar los cristales–, cuando sintió algo húmedo contra su nariz y un profundo olor metálico ahogó su olfato.
Lo último que pudo recordar antes de perder la consciencia, fueron un par de rocas negras como el ónix trabajado en el lugar donde habían estado los ojos de su profesor.
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ALMAAZ - Del pasado al legado
Science FictionCon el grito en la garganta, Maya se encontró de pronto con los ojos bien abiertos y sentada sobre una superficie blanda. Tenía los músculos tensos y la respiración agitada. Solo fue una pesadilla, intentó calmarse, pero los vívidos recuerdos no le...