Lore de Adagio e Idris 1ª parte

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Al otro lado del mundo, el Churn ha tomado una ciudad y obligado a sus habitantes a vivir en el desierto circundante...

Eras atrás, la gente del desierto aprendió a calentar la arena de cristal rosa, azul y blanco para fabricar cristal, y a partir de él crearon una ciudad tan robusta, brillante y hermosa que hasta los serafines se fijaron en ella.

Adagio no era como sus hermanos, quienes se aventuraban en las idioteces de los humanos ―¿para qué, si las estúpidas criaturas morían en un abrir y cerrar de ojos?―, pero le gustaba la Ciudad de cristal y no le complació verla destruida. Mientras sobrevolaba las ruinas de cristal, observó rayos en la oscuridad y humo aceitoso que se alzaba del aliento de fuego de los monstruos. Así los llamaban los humanos, aunque Adagio sabía que las bestias de Churn no eran más que una parte natural del ciclo sin fin de aniquilación y renacimiento del mundo.

Aterrizó a una distancia segura sobre una de las dunas de cristal pulverizado que le daban nombre al desierto: El resplandor.

~

Idris salió de su tienda de pelo de cabra al amanecer con las armas atadas a la espalda y los ojos entornados hacia el alba. Se detuvo en seco cuando vislumbró algo verde en la arena: unas hojas diminutas se abrían paso a la vez que se dividían y se alargaban mientras las contemplaba. Antes, el crecimiento espontáneo de unas plantas en medio de El resplandor habría resultado una maravilla; ahora, suspiró con temor y se giró hacia la ciudad. A media hora de camino, la asfixiante niebla tóxica y las enredaderas de la selva que caían de las puertas casi resultaban hermosas. Sobre una duna alta justo afuera de la ciudad, vislumbró a un djinn de alas azules.

Parpadeó para librarse de la ilusión y se dio la vuelta. En El resplandor, todos conocían bien los peligros de un espejismo; una vez que la mente comenzaba a engañarse a sí misma, ya no había lugar para la razón.

Mientras se movía por las tiendas y dejaba atrás las hogueras matinales, pudo inhalar el olor a pan recién hecho y té hirviendo. Bajó a un cabritillo que había subido hasta la cima de un cañón, y saludó a los ancianos con un roce de nariz y noticias nefastas: el crecimiento en la arena significaba que disponían de tan solo unos pocos días para desplazar hacia atrás la línea de defensa.

En la tierra de nadie bañada en sangre entre el campamento y la ciudad, comenzó a alejar a las bestias de Churn que se habían acercado demasiado durante la noche; a menudo surgían nuevos horrores a partir de los huesos. Las bestias acudían en oleadas cada noche, escupiendo, rechinando los dientes, blandiendo sus garras o tentáculos, rugiendo o balbuceando, cada vez más grandes, sin apenas dar tregua a los combatientes. Se había convertido en el día a día. Todo lo que Idris había aprendido sobre la lanza y el chakram, ya lo había puesto en práctica.

Volvió a mirar hacia la duna. El hombre de alas celestes no había desaparecido.

Idris cerró los ojos, fijó la duna en la que se encontraba el djinn en la mente y deseó estar allí.

~

Adagio no era capaz de recordar la última vez en la que lo habían sobresaltado, pero sus alas celestes se sacudieron de sorpresa cuando el guerrero del desierto apareció ante él.

―Bienvenido, djinn ―saludó Idris con tono suave―. Si has venido a unirte a nuestra guerra, te doy la bienvenida a mi fuego.

―Extraordinario ―dijo Adagio, aunque su voz musical canturreaba como si fuera a bostezar en cualquier momento―. No sabía que la magia se cultivara en El resplandor.

―No soy conocedor de la magia ―contestó Idris―. Mi habilidad es natural.

―Si eso fuera cierto, todo el mundo la obtendría ―replicó Adagio.

―Un hombre sin miedo alcanza su destino en cuanto elige partir.

―Quizá la humanidad debiera tener más miedo, y no menos. ―Con un rápido movimiento de sus esbeltos dedos, Adagio señaló la ciudad devastada.

―Ahora la gente vive con miedo ―contestó Idris, con voz suave―. Si las historias son ciertas, los horrores que brotan del pozo legendario son el resultado del fracaso de tus antepasados, pues los serafines y los dragones ancianos crearon los pozos de poder para controlar la emisión de su energía destructiva.

―La naturaleza no se puede controlar para siempre. Nos destruirá a todos y sobrevivirá ―dijo Adagio.

Idris asintió. ―Los astrónomos aseguraban que las luces de los cielos se habían alineado para crear la sizigia que desataría el caos en el interior de los pozos de poder, pero hacía tanto tiempo que nadie les creyó. Un año atrás, las bestias de Churn brotaron del pozo y nos expulsaron de la Ciudad de cristal. Todos los días luchamos, y todos los días nos vemos obligados a retroceder. La mayoría de estos refugiados ni siquiera ha ordeñado a una cabra, y menos aún blandido una lanza... pero aquellos que no escaparon y no murieron se llevaron la peor parte.

―Ciertamente, es un horror ―suspiró Adagio―. Lo que el Churn no mata, lo engulle.

―Dime qué se puede hacer ―dijo Idris.

―No se puede hacer nada excepto salvaros. Dentro de un año, todo lo que ves a tu alrededor se habrá convertido en una selva depredadora repleta de criaturas temibles. No es la primera vez que el Churn destruye una civilización tan cercana al gran entendimiento ―Adagio rió entre dientes―. Me recuerdas a las hermanas Rana y Ayah. También me hacían preguntas como a un igual. Les encomendé, como jóvenes y prometedoras ingenieras, que escribieran un libro. Tal vez alguna criatura del futuro lo descubra entre las ruinas de la ciudad y tengan algo de ventaja frente al apocalipsis.

―¿Existe un libro que puede salvarnos?

―Otras civilizaciones han combatido el Churn, por un tiempo, mediante la tecnología. ―Adagio volvió a posar la mirada en la ciudad, mientras arrugaba su afilada nariz conforme la bruma del Churn seguía a la cálida brisa matutina―. Pero Rana y Ayah fracasaron, como todos los de tu especie, cuando se volvieron codiciosas con su conocimiento, y ahora... ―Hizo un gesto desdeñoso hacia trinchera defensiva―. Es irrecuperable.

―Yo lo recuperaré.

Por un momento, la expresión de Adagio se suavizó. ―Lo que el Churn no mata, lo engulle ―repitió.

―Gracias por el consejo, djinn. ―Idris cogió el chakram y no miró atrás. Inhaló con fuerza y soltó un chorro de aire largo y fino.

―Yo no te he... ―Pero antes de que Adagio pudiera terminar su pensamiento, la tierra alrededor de Idris se derrumbó y la arena se alzó en un espectacular torbellino. Entonces, el joven desapareció de la duna y Adagio, con los brazos cruzados y negando con la cabeza, no pudo encontrarlo―. Una vez cada eón ―murmuró―, un mortal proyecta una sombra interesante.

Vainglory LoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora