Lore de Adagio e Idris 2ª parte

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Idris viaja a través del Churn en búsqueda de la salvación de su pueblo...

Idris apareció en la Ciudad de cristal tosiendo y dejando caer el afilado chakram, con un punzante dolor en la nariz al intentar inhalar y los ojos llorosos. Se envolvió la boca y la nariz con el turbante, pero no supuso un alivio ante la turbulenta niebla tóxica de color gris verdoso. La piel le ardía incluso bajo sus prendas a prueba de tormentas de arena. Cayó de rodillas, asfixiándose, cegado, pero consciente de todas las cosas que despertaban, olían y gruñían a su alrededor. Intentó escapar de la misma forma en la que había llegado, pero el miedo lo atenazaba y no podía moverse. Así que moriría de esta manera: ahogado, lloriqueando e indefenso.

No obstante, al aceptar ese hecho, encontró paz. Permitió que la muerte entrara y esta fluyó a través de él. Su mente se relajó. Respiró profundamente, introduciendo el gas nocivo en los pulmones, y se obligó a abrir los ojos para ver llegar a la muerte. La energía de la antigua fuerza destructiva lo llenó ―¿o acaso lo estaba atrayendo?― y recordó las enigmáticas palabras del djinn.

Lo que el Churn no mata, lo engulle.

Parecía un sueño en el que respirara bajo el agua. Su visión se despejó y pudo ver que se encontraba cerca de una fuente rota que aún emanaba agua. Esta fluía en varias direcciones y caía hacia el suelo, sobre los libros que se encontraban esparcidos por doquier. Libros apilados, libros desgarrados, libros en las manos de los esqueletos de los muertos. El agua de la fuente corría negra por la tinta.

Iris dejó caer el turbante y volvió a coger el chakram. Tomó la lanza, se levantó y avanzó hacia una puerta decorada con azulejos de vidrio de distintos colores y formas geométricas, ahora rotos y afilados. El letrero de arriba permanecía intacto:

NO SE PUEDE CREAR EL BIEN
NI EVITAR EL MAL
SALVO CON CONOCIMIENTO

Había llegado a la Casa del conocimiento, dentro de la cual las hermanas Rana y Ayah habían escrito su libro.

Ahora, el aire olía a especias fuertes y a las cosas verdes que crecían de forma salvaje. Dentro de la destruida casa de aprendizaje, las enredaderas crecían por los azulejos y los murales ornamentados. Las hojas tenían dientes afilados y lenguas; le siseaban al pasar, pero retrocedían cuando las amenazaba con la lanza. Otras criaturas se escabulleron: insectos enormes con garras afiladas y reptiles con cuernos en la espalda como nunca antes había visto. Aun así, avanzó sala a sala, con determinación, pero perdido. Encontró telescopios hechos añicos pegados a las ventanas, así como mapas que llenaban las paredes y los escritorios. El suelo de algunas salas se hallaba cubierto de fragmentos de cristal que habían sido las herramientas de los químicos. Todas las salas estaban repletas de libros, que se habían caído de las estanterías, desde el suelo hasta el techo. ¿Cómo iba a encontrar un libro entre tantos miles de ellos?

Entonces, encontró una habitación ordenada. En su interior había máquinas extrañas y modelos de invenciones: molinos de agua y sistemas de riego, un pavo real robótico que le dio un picotazo al pasar, relojes de todo tipo que sonaban al unísono y un casco. También había armas, en diferentes estados de reparación, y marcas de explosiones en las paredes en las que estas se habían detonado. Curioso, Idris se colocó el casco en la cabeza y se sobresaltó al ver que un visor holográfico aparecía ante sus ojos, el cual le ofrecía una perspectiva de la sala a su espalda y a los lados. Y entonces, oyó un susurro.

―La niebla tóxica no lo ahogó.

―Ha pasado la primera prueba.

Idris se dio la vuelta y la pantalla también, de forma que lo que se encontraba a su espalda se mostraba en el visor. No vio a nadie. Se movió a través de la sala hasta que tuvo la espalda contra la pared y esperó, con la lanza y el chakram listos.

Durante el año de batallas nocturnas había visto muchos tipos de bestias de Churn, evoluciones horrendas de animales y plantas, pero lo que reptaba por la puerta era algo totalmente distinto: una cosa inspirada en una serpiente gigante, pero hecha de acero y el cuerpo unido de dos mujeres, cuyos dedos habían mutado para semejarse a colmillos viperinos y en cuya piel se habían injertado tubos y cables como si estos hubieran crecido ahí, y con un único ojo brillante que separaba sus torsos. Era una amalgama repugnante de vida salvaje, humanidad y tecnología. La serpiente reptaba en una espiral de forma que ambas hermanas se miraban entre sí, e Idris pudo ver que hubo una época en la que habían sido hermosas.

Vainglory LoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora