Liam lanzó un suspiro mientras veía su reflejo en el espejo de cuerpo completo que se encontraba en medio de la gran habitación. Miró con disgusto las horrendas prendas que le obligaban a vestir antes de comenzar a quitar con calma una por una.
A diferencia de lo que los demás pudieran pensar, ser de la realeza era estresante. Si bien tenía un grupo de gente que estaba a su disposición, lo cuál él ya detestaba también, esa misma gente no le permitía andar sólo ni a sol ni a sombra. Le disgustaba la forma en la que los chicos interesados le sonreían, y en el momento en que se diera la vuelta comenzarían a hablar mal a sus espaldas.
Él nunca pidió ésta vida, se conformaría con un estilo sencillo, como los jóvenes del pueblo tenían. Con sus padres juntos por la fuerza del amor, y no para mantener dos reinos unidos. Con risas y juegos a la hora del té, y no conversaciones superficiales como las que estaba obligado a escuchar cada tarde.
Detuvo su tarea de sacar las telas de su cuerpo en el momento que dos leves golpes a la madera de la puerta se hicieron escuchar. — Príncipe Liam, ¿puedo pasar?
Quitó sin cuidado alguno la prenda que había dejado a la mitad, dejando a la vista su pálido y delgaducho torso, con sólo los molestos pantalones colgando de la cadera. — Pasa.
Su vista se detuvo en el maravilloso hombre que cruzaba la habitación con una pila de nuevas ropas, seguramente las mismas que debía usar esa noche.
— Su majestad el rey me ha dicho que debe apresurarse, las doncellas le esperan abajo.
El castaño volvió a suspirar, melancólico. — ¿Cuándo es que todo cambió tan drásticamente, Zayn?
— ¿Disculpe? ¿A qué se refiere, príncipe?
El semblante del más pequeño cayó, dolido por la indiferencia que el morocho estaba aparentando. —Me refiero a que no me di cuenta cuándo fué que dejaste de verme con amor en los ojos, cuándo dejaste de preocuparte porque te naciera, y no porque fuera tú responsabilidad. Teníamos sueños, Zayn, y prometimos cumplirlos.
A Zayn le dolió la forma en la que la voz de su niño se rompió al final, pero era mejor así. —Liam, no hagas ésto difícil. Eres de la realeza, yo uno más de la servidumbre.— Hizo su mayor esfuerzo para devolverle la mirada, para que el castaño se diera cuenta que iba enserio. — Todo lo que imaginamos de niños no vamos a cumplirlo, tú tienes un compromiso con la corona, y yo no puedo interferir.
Con un último vistazo, el morocho salió de ahí, dejando atrás al amor de su vida con un corazón roto.
(...)
— Mi mami dice que cuándo sea grande seré un buen rey, como mi papi.
Zayn sintió ternura al mirar el blanco bigote de leche del pequeño castaño, tomó una servilleta de esas que su familia se encargaba de bordar y limpió los labios del niño, amando la forma en que las mejillas regordetas se coloreaban de rosa. —Estoy seguro que sí, Li, eres muy inteligente y tienes un gran corazón. Dos requisitos muy importantes para gobernar correctamente.