Hamilton Corporation. La empresa más influyente del Reino Unido, que gana millones de libras por hora.
Y yo, Virginia Moncrieff conseguí un trabajo aquí a mis 21 años sabrá Dios como. Porque no tengo experiencia y solo soy una estudiante cualquiera estudiando administración de empresas.
Pero lo que sí se, es que el jefe, con su metro ochenta y ocho y su cabello castaño, Alexander Hamilton, me vuelve totalmente loca.
Es muy guapo, pero frío y reservado. Divorciado dos veces, por lo que se la primera vez se casó con una mujer y se divorciaron porque ella le fue infiel, y la segunda simplemente la dejó de querer. Y por su vida llena de excesos de mujeres se ha ganado el reconocimiento como el mujeriego número uno en toda Londres.
Todas en la empresa están locas por el, desde pasantes hasta las socias. Es un hombre que cualquiera quisiera abrazar, sentir sus labios sobre los suyos y que sus grandes manos le sostengan.
Ese hombre me encanta desde mi primer día, pero me rehuso a volverme negligente en mi trabajo por mis deseos o demostrarle debilidad al mayor conquistador de Inglaterra. Simplemente no. Mi mayor deseo es trabajar y poder ascender con el tiempo, volviéndome vicepresidente de algún área.
—Virginia, a mi oficina, tengo que hablar contigo— anunció Alexander, o mejor dicho el hombre que posee mis pensamientos desde que llegué a la empresa, desconectándome de mis hermosos pensamientos sobre el.
Pero me desconcertó bastante que me tuteara porque generalmente usa el "usted" para resaltar que por nada del mundo debe haber un mínimo ápice de confianza entre el y nosotros, le gusta sentirse superior a sus empleados, que no obstante sea petulante, su habilidad de negocios y su increíble belleza matizan sus complejos de superioridad.
Me levanté de la silla giratoria, y empecé a caminar hacia su oficina, que esta a dos pasos de mi escritorio.
Una vez allá, el jefe se sienta y me ordena que yo también lo haga, así que me siento en un sofá blanco de cuero, hermoso y costoso.
«No responder» es una de las reglas que tuve que aprender al llegar a la empresa. Porque el señor Hamilton es tan meticuloso y exigente que da una serie de reglas de arreglo personal, un horario en el que un solo minuto de retraso cuesta, y un manual explicando como quiere que sus empleados se comporten con él en aspectos tales como: postura, vocabulario y una total sumisión por parte del empleado hacia su empleador, es decir, él.
Entonces lo único que tengo que hacer es permitir que él piense lo que sea que me vaya a decir, y luego dejar que él hable fijando mi total mirada y atención hacia el, ignorando al resto del mundo, así venga una bomba nuclear, tengo que concentrarme en el jefe y punto.
—Bueno, Virginia, se que debes estar preguntándote a ti misma porque te he llamado. Resulta que tengo que ir a Milán, a una reunión de negocios y necesitaré a un empleado de mi absoluta confianza, que sabe seguir todas mis instrucciones al pie de la letra y no se atreve a cuestionarme, aunque he notado que puede porque es muy lista. Esa empleada que estoy describiendo eres tú— me señaló con el dedo índice y empezó a moverse en una línea recta—. Eres ordenada, joven y con energía, me obedeces en todo y sabes hacer todo lo que se te solicita. Eres mi mejor empleada, además de la mejor pagada por tu eficiencia. El viaje sería el viernes.
Si, quiero ir con el, claro que si, pero considerando que hoy es miércoles es algo repentino. No me gustan los planes a ultimo minuto, pero de todos tengo que aceptar.
—Señor, es que hoy estamos a miércoles, es difícil conseguir un boleto a Milán, además de preparar la maleta. Claro que iré con usted, pero igual debió avisarme antes— y entonces, en lo que cerré mi boca, me di cuenta que me atreví a cuestionar y hasta a reprocharle al jefe algo, olvidando que él hace todo a su gusto.
—Lo se, lo siento. Pero respecto al boleto yo ya compre los dos, sería por un mes si no te molesta— la verdad no, la universidad iniciaría en un mes y medio por las vacaciones navideñas, y mamá y papá decidieron irse con mi hermana a Hawaii sin invitarme, así que hacer algo no me va a asesinar.
Tras aclarar esto asiento con la cabeza, demostrando mi aprobación para ir.
—Perfecto, haz tu maleta lo más pronto que puedas y empaca tu pasaporte y todo lo necesario— tras decir esto me levanté y me quedé mirándolo esperando a que me permita irme, lo cual hizo.
Y me retiré con una inocente sonrisa saliendo de mi boca.
Viajaría a otra ciudad con el amor de mi vida. ¡Que emoción! Suelto un pequeño suspiro y me acomodo en la mesa.