Capítulo uno:
Las manos de Paige apretaban firmemente el volante, como si tratara de dejar todo su malestar e incomodidad en él. No quería afrontar lo que estaba sucediendo, ni encontrarse en aquél lugar frente a aquellas personas que alguna vez le hicieron tanto daño, según ella. Sin embargo, nada podía contra la disposición de su madre; lo que ella dictaba se hacía, no había forma de cambiar eso.
La relación filial con su padre había sido inexistente, él no había estado presente casi en ningún momento de su vida; no estuvo ahí cuando dijo su primera palabra, cuando se le cayó su primer diente, la primera vez que se enamoró ni en su primer corazón roto, por lo que, a diferencia de su madre que era un mar de lágrimas, a Paige la defunción de su progenitor no le estaba afectando en lo absoluto.
Se bajó del auto y su desconcierto fue notorio al notar que se encontraban numerosas personas concentradas, seguramente frente al ataúd.
—¿Puedes creerlo? La hipocresía de esta gente es increíble. Todos allí están velando una persona terrible como si, sólo por el hecho de estar muerto haya que santificarlo. — De su garganta dejó salir una risa amarga, mientras movía su cabeza de lado a lado en sentido negativo. Le supo seguro al auto, y guardó la llave en su bolso, ya no había vuelta atrás.
—No digas esas cosas, él era una buena persona. — Le remarcó su madre, indignada por las palabras hirientes que salían de la boca de su hija. Ella no era a quien había educado. Paige alzó las cejas, acción que apenas se divisaba por las gafas que llevaba puestas.
—No con nosotras.
—Él era tu padre... — Vivian estaba haciendo un gran esfuerzo para que las se calmaran, pero su hija se había vuelto una piedra difícil de penetrar.
—Tú eres mi padre. — Le interrumpió, mirándola con frialdad, aquél no era un tema que quisiera seguir discutiendo.
Vivian negó con la cabeza mientras secaba las lágrimas que se escondían bajo las, exageradamente grandes, gafas de sol con un pañuelo.
Sinceramente a Paige le costaba entender cómo su madre estaba tan afectada, cuando en los últimos veinte años lo único que hacía era hablarle de cómo él las había dejado y la peste que era.
Ambas mujeres caminaron hacia el grupo de personas y se acercaron a la primera fila, notando que allí estaba el cura, diciendo las típicas palabras que se dicen en ocasiones como esas, o eso suponía Paige, pues nunca había estado en un funeral.
Miró a su alrededor, todas caras desconocidas, sin embargo, podía reconocer la tristeza en cada una de ellas. No pudo evitar preguntarse qué relación tendrían con Daniel y si realmente extrañaban a un tipo de persona que abandona a su hija y rehace una familia como si la anterior hubiera sido sólo parte de su imaginación. Mientras observaba a toda la gente reconoció a dos personas y deseó mentalmente no haberlo hecho. A lo lejos estaban la ahora viuda Patrice y su hijo, Jesse. Daniel había criado a Jesse como suyo cuando Patrice y él formalizaron la relación, fue entonces cuando Paige dejó de tener noticias sobre su padre. Desde entonces su rabia por ellos dos, por las personas que le habían arrebatado a su papá, fue en incremento.
—... A continuación, si alguien quiere dedicar unas palabras, es completamente bienvenido. —Finalizó el cura, se hizo a un lado y a los pocos segundos Patrice estaba ocupando su lugar, sus ojeras eran prominentes y tenía la nariz roja de tanto llorar, se notaba devastada.
—La verdad que esto nos tomó por sorpresa a todos, él era un hombre sano, fuerte, joven, y sobre todo con un corazón inmenso. Fue un excelente padre y esposo, entregado totalmente a su familia, haría todo por ella. —Patricia sorbió su nariz y se tomó un momento para poder volver a hablar ya que su voz se oía rota. Paige sintió el pecho cada vez más estrecho y que los pulmones se le achicharraron como pasas de uva, apenas y le pasaba el aire. Tragó fuerte y cerró los ojos un momento. «No es nada» se dijo, y volvió a abrir los ojos, poniendo la misma expresión neutra de siempre.
Fue el turno de Jesse de hablar y ella no pudo seguir escuchando, así que fue donde su madre y le dijo que ya estaba aburrida, que se marcharía.
Después de una expresión de tristeza de Vivian, esta le respondió que vaya, que ella se quedaría.
Y sin dudarlo ni un segundo más se alejó de aquel grupo de gente, reconociendo mentalmente que había sido una mala idea llevar aquellos zapatos tan costosos e incómodos, además de altos, a un lugar con césped, pues ahora estos se estaban enterrando en la tierra y le dificultaban el caminar.
Luego de caminar torpemente por el césped consiguió dejar atrás aquel lugar, caminó unos cuantos metros por el parking hasta que algo, o mejor dicho alguien, la frenó.
—¿Paige? — Se dio la vuelta, a unos metros de ella se encontraba Jesse, que por la manera en la que estaba respirando se podía notar que había corrido para alcanzarla. Cuando por fin estuvo frente a ella le dedicó una sonrisa que reflejaba tristeza, además de que su nariz y ojos rojos evidenciaban que había estado llorando. También su pelo estaba peinado de manera mediocre, como si lo hubiera intentado pero fallando en el intento, por lo que peinaba este con sus dedos, echándolo hacia atrás cada cierto tiempo. —Qué bueno verte, ha pasado un tiempo.
Jesse había tratado de ponerse en contacto con Paige innumerables veces, pero se rindió luego de que durante años Paige lo ignorara por completo, entendiendo que no quería tener relación alguna con él.
Alzó las cejas, incrédula. Este gesto fue apenas percibido por Jesse, las gafas realmente ocultaban un tercio de su rostro.
—Bueno, si para ti veinte años es "un tiempo", pues sí, ha pasado un tiempo.
La sonrisa del chico fue desapareciendo, cambiando aquella mueca por una de incomodidad y volvió a peinarse hacia atrás. Rio un poco, tratando de quitarle tensión al asunto.
— Sí... bueno, eres alguien difícil de contactar. — Intentó bromear, pero al ver la expresión dura de Paige se acomodó el traje y se aclaró la garganta. — Decía que era bueno verte porque necesitamos hablar de algo.
La muchacha asintió con impaciencia, comenzando a golpear su tacón inconscientemente, reforzando aquel vicio que tenía.
—Tenemos que hablar de la herencia. — Hizo una pausa. — La parte que te toca.
Paige se quedó helada, esas palabras eran las últimas que esperaba que salieran de su boca. Frunció el ceño y por primera vez desde que pisó ese lugar se quitó las gafas de sol. Sus profundos ojos grises hicieron contacto con los de Jesse, quien sintió como si le estuviera atravesando con ellos.
—¿De qué hablas? ¿Herencia para mí?
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La Herencia
RomanceLa muerte inesperada de su padre y una herencia compartida abrirán las puertas a una historia llena de sentimientos nunca antes experimentados y secretos reveladores.