Morí desde el día que olvidé escribir, desde que cada palabra forzada era un disparo directo.
Y... Por un tiempo hasta creí haber revivido.
Quizá sea por la ausencia y el silencio, la soledad y yo, como siempre, tan buenas amigas.
He tenido tiempo para pensar, para pensarnos, para pensarte, y ni siquiera he podido atisbar una sola idea. Como una máquina, fría, muerta, vacía. Nada se cruzaba en mi mente, si tenía hambre comía, si tenía sed bebía, si tenía sueño dormía; dormía para no soñar con nada.
Solo me mantenía viva, en un estado de aletargamiento, como si ese trance fuera lo suficientemente poderoso como para permitirme algunas razones por las que no abandonarme, quizá entre ellas mi testarudez. Creo que eso ha sido a las pocas cosas a las que me he aferrado toda mi vida, aún más estos días.
He llorado, siempre lo hago. Dentro de esta mujer fuerte e independiente hay una parte demasiado sensible y difícilmente controlable, así pues, con toda esa sensibilidad me he echado a llorar un millón de veces, me he partido otras tantas y después, nada.
Absolutamente nada.
Como si nada existiera, como si todo fuera un completo teatro, una película en la que no sufres si no miras, si solo apagas el televisor pero te quedas en la habitación, esperando.
Se ha apagado.
La televisión.
Y sigo.
Esperando.
A que vuelva.
La luz.
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A TI, MI AMIGO SILENCIOSO.
PoetryTe escribo a ti porque no hay a nadie más que sepa escuchar el vacío y su caída.