A TI, MI AMIGO SILENCIOSO.

Parte 1

— Pequeño velero de los antojos simples, esta no es nuestra noche, pero mañana lo será. 

— ¿Por qué lo sabes?— preguntarás, sé que lo harás.

— Porque no hay opción de que siendo esto que somos, no tengamos una oportunidad.

El viaje fue largo, casi me pareció una completa eternidad, pero al final llegamos allí y nos hicimos con la tierra que no nos pertenecía.
Fuimos estúpidos, no lo niego.
Apropiarse de lo ajeno nunca estuvo dentro de mi moral, tampoco sentía curiosidad alguna por esto, pero lo hice. Lo hicimos.
Lo hicimos como completos niños que toman un caramelo con la diversión de que es un dulce que podrán saborear más tarde. Como niños que se pasarían el dulce empapado en sus propias babas sin prejuicios de lo que estas pudieran traer consigo.

Luego quizá una madre preocupada o sobreprotectora — según cómo uno quiera verlo — nos daría los azotes que esperábamos que nunca llegarán, porque aunque hubimos tapado con mentiras piadosas nuestra pequeña hazaña reprochable, al final quien nos parió, nos alcanzó por cojos.

Y es cómico que hubiéramos planeado esta artimaña a lo largo de nuestra travesía, solamente para podemos bañar desnudos en orillas cerradas por vacaciones y tomarnos ese atesorado caramelo.

Pero es que...

En realidad somos pequeños corsarios, viviendo la libertad a nuestra manera. Nuestra estúpida manera de invadir tierras exóticas cabalgando gaviotas como dragones del tamaño de una bellota, porque nunca vimos el límite que separaba el mar y el cielo. Como si lo hubiera...

Este es el juramento que puedo hacerte, bajo una bandera negra que implica guerra y libertad.

Me declaró en guerra con lo longevo de los demonios que nos rodean si queda aún espacio para añadir una espada más a la lista de deseos que nunca escribimos. Una espada que se clave en el punto exacto del mapa donde el tesoro que más obsesiona la existencia de un barco, sea saciada con él.

Una tierra prometida sin promesas, solo una declaración de guerra.