Su mano tercia se apoyaba suavemente sobre la fría columna de mármol que sostenía una parte del imponente castillo. Al frente, un viento cálido le acariciaba el rostro, moviendo su ondulante cabellera cual cobre abrillantado. Hacía menos sofocante la quietud de una noche silenciosa.
La torre alta del castillo le permitía ver el océano calmado y en cuyas profundidades parecía querer fundirse una luna que se bañaba a medias en su imponente infinidad. Era un espectáculo mágico de tonalidades oscuras y pálidas al unísono, pero que aquella noche, a ella poco le importaba.
Su respiración se aceleraba y con ella, prominentes suspiros parecían emerger de lo más profundo de su alma. Sus ojos entornados parecían zafiros desesperados. Su mirada se había posado en el horizonte de un mar sádicamente calmo desde hacía horas.
Su corazón aterciopelado esperaba la llegada de la embarcación en cuyo seno estaba su alma entera. Armandor era el guerrero al que se había entregado en cuerpo y alma. Como general de un ejército de un pueblo lejano, se presentó en su castillo para hacer pacto con el Rey, su padre.
Al verlo arrodillado con aquella espada reluciente y armadura platinada, su mente se resumió a infinidad de galaxias incandescentes, al ver aquellos ojos color musgo asomar sobre su cabello avellana, que se abría paso a los costados de su rostro, como cortinas que revelaban una preciosa obra de arte.
Entre dos latidos de su corazón quedo su alma. Pausada. Todo a su alrededor parecía moverse en cámara lenta. Ya no importaba.
Los días siguientes parecían haber salido prestados de un pedazo de cielo. Amaba su voz calma y firme, su tacto cálido y reconfortante, su mirar intenso. Entre besos interminables, sonrisas y gemidos transcurrieron sus días en aquel campo alejado de todo pueblo, y de todo régimen.
Pero sus corazones parecieron desintegrarse como cenizas el día en que se confirmó que sus pueblos estaban en guerra. El pacto de paz se había roto. Su separación fue como una daga en el pecho, que penetra de a poco la carne, la retuerce, y la deja sangrando en su interior lentamente, gota por gota, lagrima por lagrima.
Pero esta noche su rostro serio solo se enfocaba en aquel maldito y calmado mar, que parecía reírse de su desesperación.
Por fin vio las embarcaciones a lo lejos, que prometían destruir su reino. En una de esas embarcaciones iba su amado. Prometió adentrarse en el castillo y encontrarla, para huir juntos de un lugar de guerra y desconsuelo.
Lo vio finalmente en la puerta, corrió a abrazarlo como si toda la fuerza de las estrellas se homogeneizaran en sus almas ya conectadas.
Armandos la miró fijamente con sus ojos infinitos, le acaricio el pelo y dejó caer una lágrima. Ella comprendió que los guardias reales lo habían descubierto y le habían atravesado la espalda con una flecha.
Ella estalló en gritos y llantos desesperados. Se puso de espalda a la ventana de la torre más alta del castillo. De frente, su amado, ya con sus últimos latidos de vida y contemplándola con la misma dulzura de siempre. Lo abrazó mas fuerte que nunca... y ambos cayeron al abismo.
Desde el fondo de la habitación se oyó un grito del rey, quien había ganado la guerra pero perdido algo mucho más preciado.
Los amantes caían velozmente sintiendo el viento que les servía como una sábana eterna. Habían conseguido su objetivo en cierto modo. La noche los envolvía como un manto lúgubre de infinita entrega. Lo último que contemplaron sus almas valerosas, fue un intenso brillo de amor, color verde zafiro.
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La hija del rey
Short Story¿Qué ocurre cuando el amor se interpone al honor? Una historia de amor imposible entre la princesa de un poderoso reino y un soldado que deberá renunciar a mucho para perpetuar su pasión...