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Intenté no darle importancia a las palabras de mi madre y, como era viernes, tocaba hacer la compra. Me gustaban los viernes, podía meterme en mi habitación, cenar pizza o una hamburguesa de Shaggy's y leer o ver mi programa favorito. Además, adoraba el frío y la lluvia con las que podía refugiarme.

Fuimos al supermercado, la noche había caído ya en el pueblo, aunque sólo eran las seis de la tarde, y las compras se agilizaban porque se acercaba Halloween. Mis padres iban cogiendo de todo, mientras, yo miraba los estantes sin ningún interés por nada. A veces me gustaba pararme a mirar el mostrador donde estaba el pescado, me parecía curioso, nunca supe por qué.

—Nico, ¿de qué quieres la pizza? —Mi madre señaló los estantes. Yo simplemente sacudí la cabeza, porque en realidad me gustaban todas —excepto la pizza con piña—.

—Me da igual, mamá. —Mi madre cogió una al azar y la metió en el carro. Me pareció ver que era barbacoa, estaba genial.

Seguimos caminando entre los pasillos y estantes, hasta que salimos al pasillo central y mi padre chocó el carro con algo.

—¡Lo siento muchísimo! —Se disculpó mi madre con las manos en la boca. Me aparté para ver qué ocurría, y es que mi padre había estampado el carro con la silla de ruedas de Oliva, que también estaba allí de compras con su padre.

—¡Mira que eres torpe, Joseph! —Gritó mi madre, acercándose hacia Olivia y su padre.

—Lo siento mucho, es que el carro va cargado y no controlo, se me va hacia los lados. —Se disculpaba mi padre.

—No importa, no ha pasado nada. —Respondió Olivia, que al percatarse de que yo estaba allí me miró y creí que sonreía.

—Que tengan una buena tarde. —Se despidieron con una sonrisa, y el padre se llevó a su hija por el pasillo.

—Hay que ver, Joseph, lo que tiene que ser tener a tu hijo en silla de ruedas. —Se quejaba mi madre negando. Mi padre también lo hacía, mientras cruzábamos el pasillo de las galletas hasta llegar a la caja.

—Pues sí, pobrecito Colin si estuviese en silla de ruedas. No podría jugar al baloncesto, y... —Se paró suspirando, y negó. Parecía afectado sólo con pensarlo. Bueno, aparentemente, yo no existía en esta familia.

Esa noche me hice aquella pizza para cenar, y me senté en la cama a comérmela mientras veía alguna serie. Cuando terminé el capítulo, ojeé twitter, y esos tweets de gente enamorada, hablando de sus novias o rollos, de con quién salieron el sábado anterior, y entonces me vine abajo.

Estaba sola. Absolutamente sola en el mundo. Para la única persona que yo era una primera opción era para mi abuela, y ella había muerto. ¿Qué se supone que iba a hacer ahora? Ella era mi refugio cuando sentía que nadie me quería, pero ahora ya no tenía un lugar en el que sentirme en casa.

*

El sábado fue aburrido. Me desperté y me senté en el escritorio a hacer las tareas que tenía para el lunes, aunque no tardé mucho. Para la hora de comer ya estaba lista y, después de degustar la deliciosa sopa de calabaza de mi madre, me senté en el sofá para ver la tele, pero no me duró mucho. Mi padre puso el baloncesto que comenzaba a las cuatro de aquella misma tarde, aunque no me disgustaba porque yo adoraba el baloncesto, no era mi equipo el que jugaba. Sí, éramos de distintos equipos. Mi hermano y él eran de los Knicks de Nueva York y yo de los Minnesota Timberwolves, así que tenía que aguantar las estupideces que decían ambos cada vez que jugaban.

Una vez dieron las ocho de la tarde, mi hermano se fue a cenar con sus amigos a Shaggy's.

—¿Tú no sales con tus amigos, Nico? —Preguntó mi madre.

El fuego entre mis venasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora