Capítulo 2

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Natalie estaba dando los toques finales al pastel de su pequeña hija Alyssa, colocaba los últimos detalles en chocolate, unas cuantas letras para terminar el nombre y el número once de la edad de Aly. Miró el reloj que marcaba las tres y quince de la tarde solo unos minutos y sabía que su hija entraría corriendo por la puerta siguiendo el olor hasta su preciado pastel de cumpleaños, un pastel por el que cada año Natalie se jugaba la vida ya que dentro de Artif solo se conseguían esencias sabor a chocolate, más no el chocolate puro. Una familia de sudamericanos que no habían tenido la fortuna de juntar el dinero suficiente para entrar en la ciudad se ubicaba a unos kilómetros al sur de esta, en una pequeña especie de selva que por fortuna de ellos había quedado sin exposición alguna a las bacterias, esta familia compuesta de cuatro miembros: los padres con dos hijos, se dedicaron al llegar allí a sembrar unas semillas de cacao que siempre cargaban con ellos, porque de eso vivían en Sudamérica. Uno de los soldados jefes de seguridad resultó ser familiar de aquella familia y al un día escuchar a Natalie maldiciendo entre dientes no poder tener chocolate para una preparar el pastel de su hija se acercó a ella y le ofreció cambiarle cantidades enormes de nutbix el cual era una pequeña esfera de color verde que tenía la potencia suficiente para mantener a una persona sin necesidad de alimento o agua por un lapso de una semana, Natalie trabajaba en la empresa que los fabricaba y podía conseguirlos con un riesgo enorme, por lo cual pasaba todo el año tomando de a pocos hasta completar la cantidad que le pedían para el día del cumpleaños de su hija. Estas esferillas solo se usaban en los soldados cuando eran enviados fuera de la ciudad en misiones de exploración, en busca de sobrevivientes, mercado de contrabando y de materiales valiosos que pusiesen vender o usar las personas con mayor poder en Artif. Claro que conseguían muchas personas, pero cada quien tiene su precio, y el de aquellos guardias era bastante bajo; solo con un par de cosas de afuera se marchaban como si no fuesen visto a nadie. El día del cumpleaños Natalie se encontraba con aquel jefe de los soldados en unos callejones donde se practicaba el contrabando en la ciudad, por supuesto, aquellos Sudamericanos no eran los únicos que habían podido sobrevivir afuera, y cada cosa que lograse entrar multiplicaba su precio cien o hasta doscientas veces en aquellos callejones, allí se vendía de todo: desde marihuana hasta diamantes. Natalie dejaba la bolsa con los nutbix a una señora ya bastante mayor la cual el guardia pedía que la dejase, nunca había logrado verlo cuando recogía la bolsa, tal vez lo hacía sin el uniforme y de hecho era lo más lógico porque dentro de aquel traje no mostraban ningún rastro físico que los describiera, ni siquiera sus voces lograban distinguirse ya que el sistema de ventilación dentro de estos hacia parecer las voces casi robóticas y ella suponía que nadie había visto a alguno de aquellos guardias sin el uniforme que les protegía tanto la identidad como la integridad física. Una media hora después de haber dejado la bolsa con las esferas, siempre, en el ir y venir de la gente, una bolsa era puesta sobre sus pies sin saber si por el guardia sin su uniforme, o alguna otra persona encargada de aquello. Muchos años intentó descubrir tanto quien se llevaba los nutbix como quien ponía la bolsa con el cacao sobre sus pies, pero era una tarea imposible... nunca logró distinguir nada. Todos los años era el mismo procedimiento, con el mismo gratificante resultado: la sonrisa de su hija. A Natalie no le importaba en lo más mínimo tener que arriesgarse por esos cubos, o ser descubierta con mercancía de contrabando: se había vuelto experta en el arte de robar los nutbix y el soldado le había prometido total seguridad desde que aquella bolsa fuera puesta en sus pies hasta que ella cruzara la puerta de su casa, y de hecho, nunca había faltado en aquella promesa, siempre llegaba a su casa sin ningún problema para preparar el pastel de verdadero chocolate para su amada hija.

Cada año en el día del cumpleaños de Alyssa recordaba cómo se había enterado de que le llevaba en su vientre, el recuerdo de un día con el sabor más agridulce que había sentido en toda su vida: Natalie estaba parada en la fila para entrar en ciudad Artif junto a su futuro esposo Kevin, juntos habían recolectado todo el dinero que tenían para pagar la entrada en la ciudad de ambos, estando bastante lejos de la entrada a la ciudad habían visto como un hombre había querido entrar por la fuerza a la ciudad y uno de los soldados lo había tomado por la nuca como si aquel fuera un simple muñeco de trapos y haciendo presión con su mano en el cuello de aquel hombre lo había degollado. Así. Sin más. Luego de aquello ni el sonido de las respiraciones era audible, solo un leve pitido que salía de la un escáner bacteriológico cuando las personas estaban infectadas, más adelante, cuando solo faltaban unas pocas personas para que pudiesen entrar en la ciudad el pitido del escáner se hacía sentir nuevamente: una mujer de unos cuarenta y tantos años había resultado infectada y un chico que ya estaba por entrar a la ciudad se había vuelto de golpe y corrido para abrazar a aquella mujer. Esto a los guardias no les pareció un acto de amor de pareja, o un amor de madre a hijo, para ellos simplemente era el retraso del protocolo, uno de ellos levantó su arma, apuntó a ellos y sin previo aviso, sin nada más, jalo el gatillo... y en menos de un parpadeo la mujer caía al piso con un agujero en su espalda hecho por el plasma del arma. Al muchacho atónito solo le rodaban las lágrimas por las mejillas y no se movía de aquel lugar junto a la mujer asesinada en el suelo hasta que un guardia le grito con un tono severo que entrase sino quería tener el mismo destino. El muchacho caminó hasta entrar a la ciudad y perderse de vista. Al momento de entrar ella había empujado a su esposo para que pasase el primero, él era un hombre de un metro noventa de piel morena y cabello lacio, negro y corto con un cuerpo musculoso, y ella una mujer de poco más del metro sesenta piel blanca, cabello castaño ondulado, un tanto flaca pero con un buen cuerpo. El factor sorpresa era lo que había logrado que sus finas manos movieran a su esposo al empujarlo: él no se veía venir aquello. Con mucha confianza su esposo camino por el medio del arco que era el escáner el cual no emitió ningún sonido, volteó y le dio una de sus sonrisas características mientras se acercaba para hacer el pago de la entrada a la ciudad. Natalie caminó hacia adelante con mucha confianza también: "Si él no estaba infectado, pues muchísimo menos yo" pensaba mientras una sonrisa se le asomaba en el rostro y pasó por el escáner. Sus músculos se tensaron, su sonrisa desapareció, y las lágrimas comenzaban a inundarle los ojos... El escáner había activado la alarma. Su esposo ya en la entrada de la ciudad volteó a mirar, sus ojos mostraban incredulidad, y es que ¿Cómo lo iba a creer? Ella misma no podía entender como aquello había ocurrido "¿Cómo carajos es que estoy infectada?" se repetía en su mente mientras las lágrimas rodaban por su mejilla hasta que uno de los guardias se le acercó y le dijo:

- No temas, no estás infectada. El sonido de la alarma es distinto al de los infectados, este sonido indica solo una cosa... estás embarazada.

Natalie no sabía ahora si llorar o sonreír, solo veía que otro de los guardias le decía algo a su esposo y este había comenzado a correr hacia ella con una enorme sonrisa en el rostro hasta llegar a ella y levantarla con sus brazos mientras la besaba, en aquel momento olvidaron que podrían retrasar el protocolo y terminar muertos los dos, ella estaba segura que a su esposo poco le importaba aquello porque si morían allí podrían decir que murieron felices.

Un hombre de unos 50 y pocos años de estatura promedio, cabello negro canoso ligeramente largo peinado hacia atrás y un rostro que con una sonrisa que no tenía nada de agradable se acercó a ellos, vestido de un elegante traje que parecía oro, Natalie bajó de los brazos de Kevin y escucharon lo que aquel hombre venía a decirles:

-Felicidades a ambos por tan majestuosa noticia, mi nombre es Victor Markham, soy el accionista mayoritario de ciudad Artif. Les tengo una noticia, que es mala para ustedes... Debido a que...

Kevin no lo dejó terminar, ya que este sabía lo que venía a continuación:

-Debido a que mi mujer está embarazada debemos de pagar una entrada de más a la ciudad, si, lo supuse. El problema está, señor Victor, en que no tenemos dinero suficiente para pagar la entrada que nos falta.- Terminó agachando la cabeza y con un tono de preocupación

-Pues, es lamentable joven, pero alguno de los dos no entrará a la ciudad en estas circunstancias.

Ambos se abrazaron y Natalie lloraba desconsoladamente, sintiendo las manos de Kevin que recorrían su espalda. No quería dejar a su compañero, a su amor, no podía hacerlo. ¿Cómo se supone que sobreviviría allí sin él? Pensar en que lo separarían de su lado, e incluso en que podía morir la aterraba completamente, no podía permitir esto, no tenía idea de cómo pero no lo permitiría, quería tener una familia feliz a su lado, quería permanecer con él y tampoco permitiría que aquel nuevo ser que tenía en su vientre fuese privado de vida, que sin antes de ser concebido lo asesinaran. Era su hijo, el que tanto había deseado, junto con el hombre que amaba.

Natalie cada vez más sumida en la tristeza fue abordada por las palabras que Kevin le dijo a aquel hombre de tan duro corazón

- Está bien... ella entra, yo me voy.

Estuvo a punto de gritar algo, de no permitir aquello cuando la mano de Kevin apretó fuerte la suya y solamente le quedó callar.

-Pero, he visto que a sus guardias les encanta usar sus armas, si se me es posible quisiera pedir como último deseo ser ejecutado, mi vida sin ella no vale. Preferiría morir de un disparo y darle la posibilidad a ella y a mi hijo o hija que está en camino de entrar a la ciudad y vivir, a morir de tristeza deseando estar a su lado protegiéndolos – Volteándose a verla siguió diciendo – espero querida que comprendas mi decisión, te amo tanto como amo a este pequeño, que llevas aquí – dijo posando la mano en su vientre – déjeme entregarle algunas cosas para que pueda recordarme siempre, y pueda darle a mi futuro hijo o hija cuando nazca.- concluyó con la mirada puesta sobre Victor

-Muchacho, si ese es tu último deseo, creo que es mi deber cumplirlo, hazlo pero date prisa, mucha gente desea entrar a la ciudad y estás frenando el proceso.

Kevin se quitó una fina cadena de oro que colgaba de su cuello con un dije de una pequeña esfera azul que parecía tener vida propia dentro de ella y la puso en las manos de Natalie. Le dio un beso suave en los labios y le susurró al oído "nunca olvides que te amo, y hazle saber a mi hijo que su padre lo amó con su vida".

-Estoy listo, señor

-Muy bien. Guardia, llévelo y ejecútelo, siento mucho esto.- Las últimas tres palabras sonaron con una incredulidad tremenda, aquel hombre no sentía nada más que amor por el dinero.

Natalie abrazó a Kevin por la espalda, llorando y suplicando que lo dejaran vivir. Pero ya había presenciado la crueldad de estos seres, le resultaba casi imposible que fuesen humanos. Kevin tomó sus brazos y los desligo de su torso, se volteó y le dio un último beso acompañado de una sonrisa, nunca había visto llorar a aquel hombre fuerte que era su compañero, y ni siquiera aquel momento fue la excepción a eso.

Lo vio alejarse tomado del brazo por uno de los guardias de uniforme negro, veía partir al amor de su vida, al hombre que amó y amaría por siempre, en unos segundos ya no fueron visibles. Hasta que se escuchó el ligero sonido que hacía disparar el arma del guardia.

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⏰ Última actualización: Mar 05, 2018 ⏰

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