Un último beso

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Género: Romance/Terror

Clasificación: +17




— ¿Qué estamos haciendo, Laura? ¿Qué nos llevó a esto?

— Oh, Henry, por favor —la mujer de vestido negro recriminó a su amante—, ya deja de ser tan dramático. Ahora, ven y bésame.

 Henry se volteó a ver a su amada, pero su rostro quedó cubierto por la oscuridad mientras que su cuerpo destacaba como una caricatura negra frente la ventana, iluminado en exceso por las aparatosas luces de Broadway. ¿Qué haría el público si supiera que allí, en el quinto piso de un edificio aparentemente abandonado, se estaba escribiendo la historia más increíble de todas? Era algo mejor que cualquier musical que ningún teatro pudiera ofrecerle a sus fieles espectadores

 No se movió. Laura suspiró, agotada de los aires de superioridad y la actitud siempre reluctante del joven promesa de Nueva York. Él, Henry Hassen, quien salvaría a la ciudad del crimen y lograría que la mafia se fuera. Henry Hassen, genio americano, héroe político, futuro presidente. Henry Hassen, asesino a sangre fría de su (ex) mejor amigo.

 La mujer se puso de pie lentamente, tranquila, cuidando que su postura fuera siempre regia, y Henry se embelesó viéndola moverse. Tenía que ser la socialité más hermosa de todo el círculo poderoso de la Gran Manzana, y la más desconocida también. Se mostraba poco al mundo, pero, cuando lo hacía, dejaba encantado a cualquiera. Lo había enamorado como a un tonto, pero habían conseguido mantener su relación en secreto. Era una relación bastante turbia. Si nadie los veía, entonces estaba a salvo.

 Y fue por eso que Arthur tuvo que morir. Pobre sujeto. Él nunca debería haber estado metido en nada de lo que él hacía, en sus... negocios con Laura. No era su culpa, todo en esa mujer la volvía loco. Su cuerpo, sus labios, sus ojos, oh, sus ojos azules y fríos como el más bello de los zafiros. Esos ojos de gata hambrienta. Había algo especial en ella y su ambición, tan grande que a Henry muchas veces le sorprendía. Era una atracción hipnótica.

 Laura se veía peligrosa con su abrigo (también negro) de piel y su vestido demasiado escotado como para que su amado no mirara constantemente sus pechos, o al menos así era cómo debería haber sido. La mujer negó con la cabeza y chasqueó la lengua para sí misma, desilusionada de su propia estupidez. Sí, era voluptuosa, pero Henry jamás hubiera hecho algo como eso. Ahorcar al imbécil y metiche de Arthur no fue trabajo duro, pero el caballero era demasiado decente como para verle las tetas. Al menos no tenía que estar recordándole constantemente que la mirase a los ojos. Pese a todo, estaba molesta. No le gustaba tener que repetir sus deseos.

— Ven y bésame —exigió con más firmeza. Su boca estaba torcida en una mueca enojada e hizo un puchero con las manos, como si fuera una niña pequeña. Sabía que a Henry le ponía que actuara como tonta.

— Oh, bebé —dijo afectivamente el hombre, acercándose presuroso a abrazarla—, lo siento tanto.

 Laura casi alcanzó a pensar que iba a tener que repetirse a sí misma por tercera vez, pero la boca de Henry se unió a la de ella en un beso profundo, desesperado. — Nunca más voy a fallart...

— Cállate —lo interrumpió. Tras ese breve respiro, volvió a besarlo. Sus manos enguantadas recorrieron seductoras el cuerpo tieso todavía del varón. Con el paso del tiempo, con el amor de su toque, poco a poco se iría derritiendo hasta convertirse en una masa caliente y lista para cogerla, igual que siempre. Su affair había comenzado así, luego de que ella le acariciara la mejilla y le susurrase un suave "desnúdame" al oído.

 Sin embargo, algo andaba mal esa noche. Sintió cierta resistencia por parte de Henry y este la obligó a bajar las manos cuando intentaba sacarle la chaqueta y desanudarle la corbata. Se separó de él y lo miró a la cara, visiblemente molesta, pero de nada le sirvió demostrarle su fastidio. El pelmazo no la estaba observando. Tenía los ojos clavados en la mesa detrás de ellos. Laura lo dejó ir y le dio un par de palmadas en el pecho. — Lo querías mucho, ¿no? ¿Te incomoda que lo tengamos con nosotros?

— Yo...

 La mujer suspiró. La indecisión de su acompañante había sido prueba suficiente de que la respuesta era un profundo sí. Rodó los ojos y se dio media vuelta, encaminándose hasta el cadáver de Arthur. El pobre ya estaba comenzando a apestar y, para ser honesta, la luz de las velas con las que lo había rodeado no lo favorecía para nada. Una lástima, porque vivo había sido muy guapo, incluso más que Henry. Se acercó al cuerpo y acarició su fría mejilla, extrañando los días en que había bromeado con él. Si ella misma lamentaba su muerte, ¿cómo se sentía Henry?

 Levantó sus ojos azules y vio a su amante casi llorando. El hombre se dio vuelta y volvió a mirar por la ventana, regresando a la pose en la que se había quejado de que lo que estaban haciendo había ido demasiado lejos, como si en un súbito ataque de amnesia hubiera olvidado que él también deseaba lo que iba a ocurrir.

— Bésalo.

 Henry se volteó a verla, horrorizado. Confundido. No podía creer lo que Laura le había pedido. La mujer simplemente se encogió de hombros.

— Bésalo. Ya no creo que le moleste.

 Henry avanzó dos pasos. — ¿Por qué me pides eso? —exigió saber con la voz casi quebrada.

 Laura suspiró. — Necesitas darle un cierre a esto. Anda, ya, dale un beso. Te prometo que no me pondré celosa.

 Sus ojos se cruzaron desafiantes mientras que él caminaba con paso lento, cada vez más seguro. Todavía parecía asqueado de todo, mas había una pequeña luz en sus pupilas que le indicaban a Laura que estaba haciendo lo correcto al obligarlo a besar a un muerto. Necesitaba que Henry avanzara, pero él no podría hacerlo hasta que dejara todo su pasado atrás. Joder, sin quererlo se había enamorado más de lo que había planeado. Cada vez le dolía más manipularlo así.

 No pudo mantener su promesa. Lo intentó, pero sintió celos al ver el rostro pálido del hombre juntarse con ese del otro aún más pálido, demacrado por las horas que llevaba fallecido. Henry se desplomó sobre su mejor amigo, abrazándolo, llorándolo. Era como ver a una viuda luego de que le dijeran que su esposo había muerto en la guerra, solo que mil veces peor. Dos cosas le rompían el corazón a Laura: la primera, tener que obligar a su amado a enfrentar sus miedos, y la segunda, aceptar que había amado a alguien más que a ella. Jamás podría reemplazar a Arthur en su corazón. No importaba que ella sí hubiera reciprocado sus sentimientos, nunca sería Arthur. 

 Sí, lo odiaba, pero no por eso había hecho que Henry lo matara. Los había descubierto y, además, era algo que él necesitaba hacer. Para ella, la conversión debía comenzar con un sacrificio. No había sacrificio más grande en el mundo que el amor.

 Fue y abrazó por la espalda a su destrozado amante. — Henry, bebé, lo siento tanto, pero sabías que tenía que hacerlo. Sino...

— Está bien —le respondió, sonaba como si sonriera—. Tienes razón —Henry se irguió, se limpió la cara con la manga de su chaqueta y la besó en la mejilla. Había determinación en su mirada. Laura sonrió—. ¿Qué sigue?

— Ahora le arrancamos el corazón y lo guardamos por si necesitas hacer un ritual importante luego, los corazones son difíciles de conseguir hoy en día. Dibujamos un par de glifos, invocamos a mi maestro y voilá, con algo de suerte te habrá aceptado y no tendré que matarte a ti también. Si le vendes tu alma, levantamos la prohibición. ¿Te parece?

 Henry negó con la cabeza, riendo. Era increíble la ligereza con la que Laura hablaba de esos temas. — Eres una bruja maldita.

— Lo sé, bebé —respondió Laura, tomándolo por la cabeza y acercándolo hacia ella para poder darle un beso orgulloso—, pero no te preocupes. Pronto tú también lo serás.

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