Frente de batalla.

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Hola. Mi nombre es Joseph Cane. Hace ya décadas que dejé este mundo, en el que tu te encuentras ahora. Durante toda mi vida, la pregunta de que había después de la misma me atormentaba... Y al final sólo es esto. Algunos dicen que la única forma de perseverar en este mundo hasta el fin de sus días es grabando tu nombre en la mente de otros; y creo que en vida no he podido lograr tal hazaña. Por eso vengo aquí, a contarte mi historia. Toma asiento, ya que no es una precisamente corta...

A la guerra no íbamos a pasarlo bien. Todos los que nos encontrábamos en aquella fragata mirábamos al resto con ojos pesados, deseando ser uno mismo ese "uno de cada tres" que vivía para contar las penurias del conflicto armado. Seguramente más de uno cuestionaba su humanidad cada minuto que pasaba a bordo; se de buena tinta que mi buen amigo Mike no se mareaba en los barcos. Vomitaba por la borda, si, pero estoy seguro de que fuere lo que le afligía, era mental.

Aún así, el sentido del humor era necesario para que nadie perdiera la cabeza. No llevábamos comediantes a bordo, pero en ese momento cualquier tontería que distanciara nuestra cabeza de la realidad por unos segundos era bienvenida. Nos reíamos cuando un Sargento se resbalaba y caía de culo aunque eso significara pasar días de doble jornada. El trabajo también era bienvenido, por lo que era un resultado redondo.

Por las noches, las conversaciones de camarote solían tratar sobre nuestra tierra natal. Todas las noches repetíamos la misma promesa, de como nada más poner un pie de vuelta en Londres saldríamos todos despedidos al bar más cercano a beber una buena pinta. Creo... Creo que nos ayudaba a dormir, ¿Sabes? Pensar que todo iba a estar bien, que podríamos volver con nuestro traje de marinero y una amplia sonrisa cruzando nuestra cara. Reencontrarnos con nuestras familias y ser coronados como los héroes que acabaron con la amenaza fascista en el norte de África. Qué coño se nos había perdido en el norte de África. 

No recuerdo con qué soñaba yo en aquel entonces. No recuerdo si dormía siquiera. Pero si recuerdo ver aquel techo metálico. Si los pensamientos de un hombre pudieran materializarse sin más, aquel techo tendría grabado un gran "Espero que esto nunca acabe". Deseaba con todas mis fuerzas que aquella fragata siguiera surcando el Mediterraneo eternamente. Aunque nunca pudiera disfrutar de lo que la vida aún tenía por ofrecer a un yo de 19 años. 

Pero una noche, la artillería comenzó a sonar. Recuerdo ver los tímpanos de Mitch sangrar, el terror en los ojos de Mickey... y los estallidos en la costa. Sin duda alguna, las explosiones eran lo que menos me asustaba. En estas situaciones, no te das tiempo de lo rápido que pasa el tiempo. El sonido de los tremendos cañones de 80mm de la fragata se habían convertido en el constante sonido de un motor. El casco me quedaba algo grande, pero si lo ataba sentía que podría ahogarme en mi propia angustia. 

Algunos aprovechaban aquellos momentos antes del contacto para presinarse. Pero Dios no para balas. Otros cantaban nuestro himno nacional a todo pulmón, pero la reina de Inglaterra no te acompañaría en la trinchera. Algunos... algunos se meaban encima, pero vaciarte no te iba a hacer más ligero. 

En toda aquella batalla, solamente escuché la primera orden. Nos mandaron cargar. Y eso hicimos. Nuestros cientos de botas chocando contra la arena sonaban como cascos de caballos apisonando el suelo. Quizás por eso dicen que la guerra nunca cambia. Antes de poder darnos cuenta de qué estábamos haciendo, ya habíamos vaciado el primer cargador de nuestras M1. Los rangos superiores gritában órdenes a pleno pulmón, pero nadie las escuchaba. Simplemente seguíamos disparando, apuntando a lo que fuera que se moviera delante nuestro. Aunque fuera un tanque, si clavábamos una bala en el mismo podríamos decir que fuimos capaces de dejar nuestra marca en el mundo cuando recibiéramos un balazo entre los ojos. 

Thomas fue el primero en irse. Su sangre saltó directamente dentro de mis ojos, pero no me cegó. Más bien hizo que volviera a ver. Mientras su cadáver chocaba contra la arena, me di cuenta de que somos frágiles. Unos pocos gramos de plomo habían servido para tumbar a un chico que perfectamente podría haber sido yo. Mientras mi estómago se revolvía, caí sobre mis rodillas. El suelo se acercaba a velocidades vertiginosas hacia mi cara. Cada fibra de mi cuerpo estaba deseando que caer contra el mismo fuera como caer contra la almohada de mi camarote. Quería yacer allí y esperar a que la tormenta pasase, pero sabía que esa no era una opción.

Alguien me sacudió. No era otro que mi viejo amigo Mickey. Bueno, viejo no era la palabra para describirlo como amigo, ya que apenas nos conocíamos desde hace un mes. Sólo con mirarlo a la cara, podía saber que estaba aterrorizado. Pero él, aún así, reunió las fuerzas para bromear sobre el peso de mi madre, con una angustiada sonrisa en la cara. ¿Mi respuesta? Vomité. Pero él siguió sonriendo. Me apoyé en él para levantarme y mirar hacia delante. 

La batalla no duró mucho más. El bando enemigo entregó las armas tras la muerte de Georg Stumme, uno de sus generales. Mientras los soldados enemigos pasaban frente mía maniatados, veía el mismo miedo que vi en Mickey en sus caras. ¿La mía también lo mostraba? Estoy seguro de que si.

Tras la batalla, volvimos a nuestra respectiva fragata. En nuestro camarote de 8, 3 catres habían quedado libres. Aquella noche nadie musitó una simple palabra. Mis oídos aún estaban resentidos por escuchar aquel aluvión de plomo volar a centímetros de los mismos, pero no hay sonido más reconocible que el lloro de un hombre. ¿De quien provenía?... Creo que de mi mismo.

Los siguientes días pasaron en completa penumbra. El navío había vuelto a navegar; nos dirigíamos al sur de Italia a apoyar la ofensiva aliada contra Mussolini. Saber que pronto volveríamos a estar en el frente de batalla sólo engrosó el nudo que ya se encontraba en nuestras gargantas, cortándonos la respiración cada vez que un sargento decía alguna palabra. 

Creo que en ese barco no había nadie que superara los 25 años, a excepción de los mandamases. Nunca nos dieron información exacta sobre las bajas de Alamein, pero todos sabíamos que muchos habían muerto. Muchachos de nuestra edad habían perdido la vida a miles de millas de su hogar, donde sus padres, sus novias o sus putos perros esperaban su regreso. "¡La realidad es dura, y vosotros tenéis que serlo más si queréis vivir en ella!" gritaban los altos cargos en un intento de motivarnos. Sólo lograban lo contrario.

Pasaron semanas, pero parecieron horas. La costa de Trebisacce ya se vislumbraba a lo lejos. Mickey, quien estaba a mi derecha, me pasó sus prismáticos para que echara un vistazo a la ciudad: Esvásticas hondeaban gloriosamente sobre los edificios, como si el viento estuviera del lado de los Nazis. 

El desembarco fue extraño. No encontramos contacto enemigo a pie de costa ni en las primeras calles de la ciudad. Los 230 muchachos que quedábamos en la fragata avanzábamos por las casas que hasta hace poco habían habitado familias. Cada puerta que habría hacía que mi corazón se acelerara un poco más. ¿Y si un Nazi me esperaba tras la misma con el cañón de su escopeta apuntando directamente a mi pecho?... No es que nadie me esperara en casa, pero yo seguía queriendo ser ese "uno de tres" que contaría la historia. 

Una puerta más, un poco de tensión acumulada. De vez en cuando cambiábamos a la persona que iba delante. Jugábamos a la ruleta rusa, pero apostando la vida de nuestros camaradas. Todas las puertas parecían la misma, pero no olvidaré aquel portón negro que daría comienzo a la batalla. Como si fuera uno cualquiera, Fred lo abrió con tranquilidad. Todos pasamos y aseguramos el perímetro, pero un golpe metálico rompió el silencio. Otro golpe provocó pavor entre todos. Luego, un grito. Y luego, una explosión. Recuerdo los ojos con los que Mickey me miraba mientras corría hacia mi. Dios, quien podría olvidarlos. Miraban a lo más profundo de mi alma. Solo ahora, tras mi muerte, se lo que le pasó por la cabeza a mi buen amigo en aquel momento. 

Un ¡BANG! fue lo único que escuché de esa batalla.

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⏰ Last updated: Mar 09, 2018 ⏰

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Desde la cuna hasta la tumba, volumen 1:  "Antecesores"Where stories live. Discover now