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Cómo cada mañana de su miserable vida, Yoongi encendía un cigarrillo mientras se servía una potente taza de café para sobrevivir el resto del día. La noche de ayer había sido difícil.

Dió otra calada, dejando escapar el humo por entre sus labios y tomó un trago de aquel tibio líquido. De reojo, se fijó en la hora que era: 08:38 a.m.

Ya estaba llegando tarde a su primera clase en la universidad y poco le importaba, después le pediría a alguien los apuntes.

Apoyado tranquilamente en la encimera de su cocina, luego de otros diez minutos, terminó su café y dejó a mitad el cigarro; sin apuro alguno, subió las escaleras de su desolado hogar hasta su desordenada habitación. Con paciencia se cambió a algo más "decente", quedando con una simple remera blanca, sus jeans ajustados y rotos negros, una campera de cuero y sus botas del mismo material. Se dirigió hacia el baño donde se maquillo aquel ya poco notable moretón sobre su ojo izquierdo, se lavó los dientes, se echó un poco de perfume y se revolvió el pelo.

Ya listo bajó y tomó la mochila casi vacía que estaba en el roñoso sillón de su sala, la colgó en su hombro tomó las llaves de su casa y salió, cerrando la puerta bajo seguro.

Se dirigió hacia el garaje, se agachó enfrente de este y desbloqueó el candado que actuaba como seguro y lo quitó, tomó la manija que tenía el porte y tiró con fuerza, provocando que este se levantara casi por completo haciendo un arto sonido a óxido. A su vista se mostró únicamente su espectacular motocicleta, bestial y negra mate. El único orgullo de Yoongi.

El rubio la sacó de su lugar, empujándola por los manubrios para luego darse vuelta y volver a cerrar el porte. Todo listo, se montó sobre y la encendió, sonriendo ladinamente al escuchar el motor rugir. Avanzó empujándola con los pies hasta asomarse a la calle, al ver que nadie venía, aceleró al límite provocando un leve derrape y arrancó.

Sus cabellos se movían locamente por el viento y más en aquel día de invierno; amaba esa sensación, era lo único que lo hacía olvidar de su asquerosa existencia por unos escasos minutos.

Manejó por algunos 20 minutos, ya que a esa hora no había tráfico. Llegó a destino y entró al pequeño estacionamiento que éste tenía y ahí dejó su motocicleta. Apagó el motor y se bajó, dando comienzo a la caminata hasta la entrada.

Su malhumor volvió a aparecer apenas entró al establecimiento. Acomodó su mochila y dió camino hasta el jardín que el lugar tenía, iba a esperar a la otra clase. En el lugar había como mucho cuatro personas, las cuáles todas estaban estudiando.

Se dirigió hacia la parte más desolada, que era donde había un gigante sauce llorón. Tiró su mochila y se tiró al césped, apoyando su cabeza en su improvisada almohada. Largó un profundo suspiro y cerró los ojos, tratando de encontrar la tranquilidad que necesitaba unos segundos.

No se había dado cuenta de que un curioso lo estaba observando. Jung HoSeok miraba al muchacho que le gustaba: Min YoonGi, el rubio de aspecto rudo y malhumorado del cuál quedó enganchado apenas le vió aquél primer día de clases en su primer año. Pocos sabían de que vivía Yoongi y el era uno de ellos, por saberlo de palabra y por haberlo visto con sus propios ojos.

Había conversado con el mayor alguna que otra vez, y agradecía que YoonGi no lo mandara a la mierda como el pensaba siempre.
Ambos estudiaban la carrera de música, pero el rubio era muchísimo más capaz y talentoso y eso era una de las tantas cosas que el pelirrojo admiraba.

Decidió guardar sus apuntes y se levantó de su lugar para dirigirse hacia donde el contrario estaba recostado, se fue acercando sigilosamente hasta quedar a una distancia prudente.

탄약 ; ʸ ᵒ ᵒ ⁿ ˢ ᵉ ᵒ ᵏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora