#1: El encuentro

738 58 6
                                    

- Sabes que no me gusta trabajar de noche- me crucé de brazos, mirando a una suplicante camarera rubia con ojos verdes de nombre April-. La noche es la única hora en la que estoy tranquila y a mi bola.

- ¡Por favor, Úrsula! ¡Sólo por esta noche! ¡No puedo fallarle a mi hermana el día del naicimiento de su primer hijo!- ella me agarraba las manos y me las apretaba, histérica. Eran las seis de la tarde y debería estar saliendo, pero April me había cogido justo cuando me estaba cambiando en los vestuarios-. Ya lo he hablado todo con Randy y dijo que si no te importaba...

- Está bien, está bien, te cubriré el turno- la interrumpí para que dejara de hacerse la víctima-. Pero deja de cotorrear ya. Sólo hoy.

- ¡Gracias, gracias, gracias!- saltó de alegría. Le puse una mano en la cabeza y presioné hacia abajo mirándola mal, dejándola quietecita de una vez.

- Me debes una bien gorda: esta noche hay partido y el bar va a estar hasta los topes. 

- Tú dime lo que quieras mañana, haré lo que esté en mi mano- sonrió, mandando a tomar vientos su uniforme negro del bar y vistiéndose para ir al hospital donde su hermana estaba de parto. 

Rodé los ojos y suspiré rendida cuando April se hubo ido, poniéndome otra vez el uniforme y gruñendo al oír un considerable barullo que llegaba a mis oídos desde el comedor. 

Señor, dame paciencia...

***************************

- Ve a casa, Úrsula, no pasa nada. Hoy has trabajado el doble, te lo compensaré a final de mes- me sonrió Randy, mi jefe, dándome una palmada en la espalda con una de sus enormes y morenas manos. A vista de todas sus empleadas, e incluso a la de sus empleados masculinos, Randy era un hombre que despertaba los más extraños sentimientos en cualquier cosa viviente. Moreno, alto, robusto y con fuertes músculos bien marcados, además de un hermoso cabello algo largo castaño claro adornado con unos ojos también de tono castaño claro. Tendía a no dejar nunca de sonreír, mostrando sus dientes blancos y perfectamente alineados, y además emanaba un aire muy risueño que provocaba más de un suspiro. 

- Todavía hay demasiada gente, Randy, puedo...- bostecé, muerta de cansancio y sin poder disimularlo-... puedo quedarme hasta que se vayan...

- No puedes ni tenerte en pie, muchacha, tus otros compañeros están haciendo el turno, no te preocupes. Además, deberías haberte ido a las seis pero el inconveniente de April te ha mantenido aquí hasta las doce. Puedes irte.

- Gracias...- volví a bostezar, sacudiendo la cabeza con violencia y yendo a cambiarme por segunda vez, ahora sin retorno. Me puse mi blusa roja con el símbolo del pentagrama chorreando en color negro y mis vaqueros negros con los zapatos también negros. Me peiné un poco el cabello con los dedos, dejando mi cascada de brillante pelo negro y liso hasta el trasero y me froté mis ojos azul turquesa de puro cansancio. Estaba destrozada. 

********************************************************************

No me quedó más remedio que ir a pie, ya que era muy tarde para llamar a un taxi y no había más autobuses después de las once y media de la noche. Normalmente tomaba en bus hasta mi casa, que me demoraba unos 10 minutos, pero andando tendrían que ser 45. Fui acortando por callejones hasta llegar a zonas con luz, y volvía a acortar por otro callejón, y volvía a aparecer en una zona iluminada, y así hasta que llegué a ESE callejón.

Un cristal cayendo al suelo me llamó la atención a mi espalda, y al girarme curiosa descubrí tres sombras caminando rápidamente hacia mí. Me limité a seguir caminando como si nada, hasta que fui empujada con brusquedad contra la pared de mi izquierda y apresada por dos pares de brazos fuertes. Me sacudí, sin mostrar emoción alguna, y miré con los ojos entrecerrados al hombre que tenía delante. Sonreía con malas intenciones, y cuando comenzó a meter la mano por el cuello de mi blusa para quitármela, enfurecí y di un brusco tirón, soltándome y dejando a los tres hombres confusos. Sin poderme contener, comencé a golpearlos con los puños, gritando:

- ¡A mí nadie me toca sin mi consentimiento!

- Maldita zorra...- masculló el más robusto de los tres, devolviéndome uno de los muchos golpes que les había dado a él y a sus compañeros, dejándome aturdida. Estaba cansada, no estaba para peleas y mucho menos para ser violada. 

Metí fugazmente la mano en mi bolso y saqué una navaja, abriéndola y tirando el bolso al suelo, abalanzándome de nuevo sobre ellos. Pero esta vez no se dejaron sorprender: un golpe en el brazo y la navaja salió volando hasta la otra punta del callejón, rebotando luego con un fuerte sonido metálico antes de quedarse quieta y lejos de mi alcance. Maldije entre dientes al ver que se volvían a acercar. 

Abrí la boca para gritar pidiendo ayuda, pero me golpearon otra vez y esta vez caí al suelo, con un fino hilo de sangre saliendo de mi comisura labial izquierda. Estiré una mano hacia el bolso, negándome a tirar la toalla, y me volvieron a golpear. El "jefe" se me echó encima, sentándose sobre mi vientre, y apresando mis muñecas con sus manos. Me sacudí, histérica, pero ya no había escape alguno. Tenía que aceptarlo: tras haberlos atacado y haberlos desafiado con mi insistencia, probablemente no se limitarían sólo a hacerme sufrir con la violación inminente...

Cerré los ojos.

***************************************

En el preciso momento en que mi ropa comenzaba a ceder ante los desesperados y furiosos tironeos del hombre, dos gritos ahogados por parte de sus compañeros lo sacó de sus sucios pensamientos, haciéndolo darse la vuelta y gritar horrorizado. Asomé un poco la cabeza como si nada y me sentí aliviada cuando vi a los dos compinches clavados en la pared, con las entrañas por los suelos y con sus cuerpos vaciados llenos de caramelos de envoltorios negros. 

No pasó mucho hasta que a su jefe le sucedió lo mismo. Con un grito, salió despedido al lado de sus compañeros y en menos que canta un gallo ya estaba exactamente igual que los otros. Suspiré, tratando de quitarme el sabor a sangre de la boca, y me digné a mirar hacia arriba, descubriendo allí parado a un sonriente y bastante alto payaso blanco y negro que reía como desquiciado. Sabía de sobra quién era.

- Gracias- le dije, sin mostrar siquiera una sonrisa. 

El payaso volvió a reír. 

- Me sorprende que no estés llorando, pequeña.

- Tampoco iba- me hundí de hombros, notando cómo una leve mueca de confusión se dejaba entrever en su rostro pálido.

- Aunque fuera bueno, ¿no me agradecerás que te haya ayudado?

- No.

- ¿Es que acaso no sabes quién soy, mocosa?- Laughing Jack se cabreó ante mi indiferencia, la de la chica a la que acababa de salvar el pellejo.

Me limité a mirarlo sin demostrar ningún temor.

- ¿Y por qué he de saber quién eres para temerte? No me ibas a dar miedo de todas formas- repliqué, sin apartar mis ojos de los del payaso bicolor en blanco y negro. Éste se enfadaba y se admiraba cada vez más por mí. 

- ¿No has visto lo que le he hecho a esos hombres en un parpadeo? ¿Quién te asegura que no correrás la misma suerte?

- ¿Qué sentido tiene salvarme la vida si me vas a matar igualmente?

- Aunque vivieras, deberías tenerme miedo.

- Ése es el problema, amigo: yo no tengo miedo.

Le sostuve desafiante la mirada, cruzada de brazos y aún sentada en el suelo. Su sonrisa se había desvanecido y ahora estaba muy enfadado. Admiraba a este personaje desde bien pequeña, y ahora lo tenía en vivo y en directo frente a mí tras haberme salvado.

- ¿Sabes, preciosa? Seré un buen payaso y te dejaré marchar, además con un caramelo- volvió a sonreír malvado, tendiéndome una mano para ponerme en pie que yo acepté sin denotar ningún sentimiento. Así era yo. Muy seca para expresar mis sentimientos a otras personas, e incluso para sonreír. Total, en mi vida sólo conocía la indiferencia y la ira. 

Tal como prometió, Laughing Jack me dio un caramelo de envoltorio negro que cogí y me comí enseguida, cerrando los ojos para disfrutar en silencio su extraño pero sin duda delicioso sabor. Cuando volví a abrirlos, Jack ya no estaba. Me hundí de hombros, reí en la baja garganta con malicia al mirar la obra del payaso Creepypasta y acabé el recorrido hasta mi casa, dando botes como una niña pequeña al ritmo de su famosa melodía...

Pop! Goes the Weasel...- canté al entrar a mi casa, sonriendo traviesa para mis adentros. 

(En la foto, los ojos de Úrsula)

Yo no tengo miedo (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora