- Sabes que no me gusta trabajar de noche- me crucé de brazos, mirando a una suplicante camarera rubia con ojos verdes de nombre April-. La noche es la única hora en la que estoy tranquila y a mi bola.
- ¡Por favor, Úrsula! ¡Sólo por esta noche! ¡No puedo fallarle a mi hermana el día del naicimiento de su primer hijo!- ella me agarraba las manos y me las apretaba, histérica. Eran las seis de la tarde y debería estar saliendo, pero April me había cogido justo cuando me estaba cambiando en los vestuarios-. Ya lo he hablado todo con Randy y dijo que si no te importaba...
- Está bien, está bien, te cubriré el turno- la interrumpí para que dejara de hacerse la víctima-. Pero deja de cotorrear ya. Sólo hoy.
- ¡Gracias, gracias, gracias!- saltó de alegría. Le puse una mano en la cabeza y presioné hacia abajo mirándola mal, dejándola quietecita de una vez.
- Me debes una bien gorda: esta noche hay partido y el bar va a estar hasta los topes.
- Tú dime lo que quieras mañana, haré lo que esté en mi mano- sonrió, mandando a tomar vientos su uniforme negro del bar y vistiéndose para ir al hospital donde su hermana estaba de parto.
Rodé los ojos y suspiré rendida cuando April se hubo ido, poniéndome otra vez el uniforme y gruñendo al oír un considerable barullo que llegaba a mis oídos desde el comedor.
Señor, dame paciencia...
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- Ve a casa, Úrsula, no pasa nada. Hoy has trabajado el doble, te lo compensaré a final de mes- me sonrió Randy, mi jefe, dándome una palmada en la espalda con una de sus enormes y morenas manos. A vista de todas sus empleadas, e incluso a la de sus empleados masculinos, Randy era un hombre que despertaba los más extraños sentimientos en cualquier cosa viviente. Moreno, alto, robusto y con fuertes músculos bien marcados, además de un hermoso cabello algo largo castaño claro adornado con unos ojos también de tono castaño claro. Tendía a no dejar nunca de sonreír, mostrando sus dientes blancos y perfectamente alineados, y además emanaba un aire muy risueño que provocaba más de un suspiro.
- Todavía hay demasiada gente, Randy, puedo...- bostecé, muerta de cansancio y sin poder disimularlo-... puedo quedarme hasta que se vayan...
- No puedes ni tenerte en pie, muchacha, tus otros compañeros están haciendo el turno, no te preocupes. Además, deberías haberte ido a las seis pero el inconveniente de April te ha mantenido aquí hasta las doce. Puedes irte.
- Gracias...- volví a bostezar, sacudiendo la cabeza con violencia y yendo a cambiarme por segunda vez, ahora sin retorno. Me puse mi blusa roja con el símbolo del pentagrama chorreando en color negro y mis vaqueros negros con los zapatos también negros. Me peiné un poco el cabello con los dedos, dejando mi cascada de brillante pelo negro y liso hasta el trasero y me froté mis ojos azul turquesa de puro cansancio. Estaba destrozada.
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No me quedó más remedio que ir a pie, ya que era muy tarde para llamar a un taxi y no había más autobuses después de las once y media de la noche. Normalmente tomaba en bus hasta mi casa, que me demoraba unos 10 minutos, pero andando tendrían que ser 45. Fui acortando por callejones hasta llegar a zonas con luz, y volvía a acortar por otro callejón, y volvía a aparecer en una zona iluminada, y así hasta que llegué a ESE callejón.
Un cristal cayendo al suelo me llamó la atención a mi espalda, y al girarme curiosa descubrí tres sombras caminando rápidamente hacia mí. Me limité a seguir caminando como si nada, hasta que fui empujada con brusquedad contra la pared de mi izquierda y apresada por dos pares de brazos fuertes. Me sacudí, sin mostrar emoción alguna, y miré con los ojos entrecerrados al hombre que tenía delante. Sonreía con malas intenciones, y cuando comenzó a meter la mano por el cuello de mi blusa para quitármela, enfurecí y di un brusco tirón, soltándome y dejando a los tres hombres confusos. Sin poderme contener, comencé a golpearlos con los puños, gritando:
- ¡A mí nadie me toca sin mi consentimiento!
- Maldita zorra...- masculló el más robusto de los tres, devolviéndome uno de los muchos golpes que les había dado a él y a sus compañeros, dejándome aturdida. Estaba cansada, no estaba para peleas y mucho menos para ser violada.
Metí fugazmente la mano en mi bolso y saqué una navaja, abriéndola y tirando el bolso al suelo, abalanzándome de nuevo sobre ellos. Pero esta vez no se dejaron sorprender: un golpe en el brazo y la navaja salió volando hasta la otra punta del callejón, rebotando luego con un fuerte sonido metálico antes de quedarse quieta y lejos de mi alcance. Maldije entre dientes al ver que se volvían a acercar.
Abrí la boca para gritar pidiendo ayuda, pero me golpearon otra vez y esta vez caí al suelo, con un fino hilo de sangre saliendo de mi comisura labial izquierda. Estiré una mano hacia el bolso, negándome a tirar la toalla, y me volvieron a golpear. El "jefe" se me echó encima, sentándose sobre mi vientre, y apresando mis muñecas con sus manos. Me sacudí, histérica, pero ya no había escape alguno. Tenía que aceptarlo: tras haberlos atacado y haberlos desafiado con mi insistencia, probablemente no se limitarían sólo a hacerme sufrir con la violación inminente...
Cerré los ojos.
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En el preciso momento en que mi ropa comenzaba a ceder ante los desesperados y furiosos tironeos del hombre, dos gritos ahogados por parte de sus compañeros lo sacó de sus sucios pensamientos, haciéndolo darse la vuelta y gritar horrorizado. Asomé un poco la cabeza como si nada y me sentí aliviada cuando vi a los dos compinches clavados en la pared, con las entrañas por los suelos y con sus cuerpos vaciados llenos de caramelos de envoltorios negros.
No pasó mucho hasta que a su jefe le sucedió lo mismo. Con un grito, salió despedido al lado de sus compañeros y en menos que canta un gallo ya estaba exactamente igual que los otros. Suspiré, tratando de quitarme el sabor a sangre de la boca, y me digné a mirar hacia arriba, descubriendo allí parado a un sonriente y bastante alto payaso blanco y negro que reía como desquiciado. Sabía de sobra quién era.
- Gracias- le dije, sin mostrar siquiera una sonrisa.
El payaso volvió a reír.
- Me sorprende que no estés llorando, pequeña.
- Tampoco iba- me hundí de hombros, notando cómo una leve mueca de confusión se dejaba entrever en su rostro pálido.
- Aunque fuera bueno, ¿no me agradecerás que te haya ayudado?
- No.
- ¿Es que acaso no sabes quién soy, mocosa?- Laughing Jack se cabreó ante mi indiferencia, la de la chica a la que acababa de salvar el pellejo.
Me limité a mirarlo sin demostrar ningún temor.
- ¿Y por qué he de saber quién eres para temerte? No me ibas a dar miedo de todas formas- repliqué, sin apartar mis ojos de los del payaso bicolor en blanco y negro. Éste se enfadaba y se admiraba cada vez más por mí.
- ¿No has visto lo que le he hecho a esos hombres en un parpadeo? ¿Quién te asegura que no correrás la misma suerte?
- ¿Qué sentido tiene salvarme la vida si me vas a matar igualmente?
- Aunque vivieras, deberías tenerme miedo.
- Ése es el problema, amigo: yo no tengo miedo.
Le sostuve desafiante la mirada, cruzada de brazos y aún sentada en el suelo. Su sonrisa se había desvanecido y ahora estaba muy enfadado. Admiraba a este personaje desde bien pequeña, y ahora lo tenía en vivo y en directo frente a mí tras haberme salvado.
- ¿Sabes, preciosa? Seré un buen payaso y te dejaré marchar, además con un caramelo- volvió a sonreír malvado, tendiéndome una mano para ponerme en pie que yo acepté sin denotar ningún sentimiento. Así era yo. Muy seca para expresar mis sentimientos a otras personas, e incluso para sonreír. Total, en mi vida sólo conocía la indiferencia y la ira.
Tal como prometió, Laughing Jack me dio un caramelo de envoltorio negro que cogí y me comí enseguida, cerrando los ojos para disfrutar en silencio su extraño pero sin duda delicioso sabor. Cuando volví a abrirlos, Jack ya no estaba. Me hundí de hombros, reí en la baja garganta con malicia al mirar la obra del payaso Creepypasta y acabé el recorrido hasta mi casa, dando botes como una niña pequeña al ritmo de su famosa melodía...
- Pop! Goes the Weasel...- canté al entrar a mi casa, sonriendo traviesa para mis adentros.
(En la foto, los ojos de Úrsula)
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Yo no tengo miedo (PAUSADA)
Teen FictionLa vida de una adolescente no es fácil. La de una amante del terror, no demasiado. La de una gótica, menos. La de una chica que no le teme a nada, muy difícil. Y nadie sabe mejor esto que Úrsula. Nadie se fija en ella, pero lo que no sabe es que la...