Prólogo

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EDITADO

Prólogo

El semestre pronto daría fin y, como siempre, Enid tenía una pila considerable de trabajos pendientes. Los últimos meses para ella habían sido difíciles en cuestiones amorosas, lo que la mantuvo de cierto modo dispersa, desinteresada y deseosa de que su estancia en la capital surcoreana llegara a su fin. Aún le quedaban dos semanas de clases, pero después de varias noches de insomnio, sentimientos confusos, palabras hirientes y charlas con la única amiga que tenía en esa gran ciudad, había decido alejarse de toda perturbación amorosa. Había decidido abandonar aquel sentimiento que la ahogaba cada vez más. Sí, después de mucho meditarlo, Enid daría fin al tormento de estar enamorada de dos personas al mismo tiempo. Se alejaría de ellos, haría como si nunca en su vida hubiera existido ese par de amigos, tan diferentes entre sí, pero que hacían latir fuertemente su corazón, cada uno a su manera. Se sentía mal de irse sin despedirse, pero no tenía más remedio. No deseaba dar explicación alguna.

Quiso imaginar qué pasaría después que ellos se dieran cuenta que ella ya no estaría más en sus vidas, pero alejó rápidamente esa idea; terminar aquel informe era su prioridad. Además de tener frente a ella a uno de los chicos por quien su corazón se aceleraba o sus manos sudaban. Él estaba ahí, frente a ella acostado; dormido después de pasar la noche en vela, ayudándola a terminar el trabajo que debía entregar antes de las nueve de la mañana.

— ¡Haz mi tarea!— pidió, necesitaba distraerse para no arrepentirse de lo que haría esa noche—. Vamos, sé que estás despierto—lo movió un poco para hacerlo que se levantara, pero nada. Él era una roca, además encontraba divertida la situación.

Continuó molestándolo, pero lo único que consiguió fue darse cuenta que usaba el chico como almohada, su suéter. Sintió como un balde de agua fría le cayera. Ya conocía el extraño gusto del chico por usar sus sudaderas o a ella misma como almohada, pues según él, su perfume con aroma a vainilla lo relajaba.

Cansada de todo y a punto de llorar, Enid comenzó a recoger sus cosas, pero de inmediato una mano evitó que continuará con su plan de escape—. ¿Terminaste de hacer tu trabajo?—preguntó el dueño de la mano, incorporándose a la vez que con su mano libre tallaba su rostro para despabilarse.

—No, pero ya no puedo más. Por eso te pedí que lo hicieras—dijo, intentando lucir relajada.

Él la miró atento, girando un poco su cabeza, meditando sí debía o no ayudar a su amiga—. No puedo—anunció, poniéndose de pie y soltando a la chica—. Debo ir a comprar unas cosas para la fiesta de mañana. Pensaba ir mientras estabas aquí, pero no quería dejarte sola.

—¿Cuál fiesta?— cuestionó la chica intentando sacar de su cabeza las últimas palabras pronunciadas por su amigo.

—Mañana es mi cumpleaños—anunció el muchacho con desgano, sintiéndose mal al saber que la persona que más quería había olvidado su cumpleaños—. Haremos una fiesta en casa, espero no te moleste—comentó cuando Enid había agachado su cabeza avergonzada.

—No me molesta, además es tu casa.

—Nuestra casa

Con esas palabras, Enid terminó por entender que la decisión que tomaba era la mejor—. ¿Quieres un regalo en especial?—cuestionó para disimular sus lágrimas deseosas por salir y sabiendo que cualquier regalo que ella tuviera para él, jamás llegaría.

—Que me quieras—pidió, mirándola fijamente a los ojos, sintiendo el dolor de la chica.

—Yo te quiero, y mucho.

Él sonrió de lado— Pero no como a él—anunció, dándose cuenta que su mejor amigo venía corriendo hacia ellos.

Enid volteó, encontrándose a la persona de quien se había enamorado desde el día que se conocieron. Sonrió, de verdad lo quería. Era tan fácil quererlo.

—Los veo luego, tengo que comprar las cosas para mañana—comentó, entendiendo que cada vez que su mejor amigo se hacía presente, dejaba de existir para la chica. Antes de marcharse, miró fijamente a la chica, intentando grabar el rostro de ella en su mente, era como sí presintiera que Enid estaba a punto de marcharse para siempre. 

Continuará...


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