Era una fría y lluviosa noche de mediados de otoño. El viento aullaba casi en un silencio total y llevaba consigo un sentimiento de soledad, melancolía y abandono. La lluvia caía desde el atardecer por lo que la tierra se había convertido en espeso lodo. Las nubes ocultaban la poca luz que las estrellas podían ofrecer, el mundo estaba cubierto de oscuridad. De vez en cuando un relámpago rasgaba el cielo e iluminaba por pocos segundos los campos atestados de despojos carbonizados, los restos humanos estaban apilados en montañas de varios metros de altura y databan de los primeros meses de la plaga, cuando aún se pensaba que los difuntos eran el principal foco de infección y eran calcinados en masa. Aquel lugar había sido bautizado como el "Valle de Muertos", un nombre tan lúgubre como el mismo sitio. Cualquier individuo que rondara por aquel paraje juraba que dicho nombre no le hacía justicia a tan desolado y triste lugar. Alguna vez se corrió el dicho de que todos tenían al menos un familiar ahí, sepultado en alguna parte de los kilómetros y kilómetros de pilas de esqueletos.
En medio de éste matadero avanzaba un vehículo todoterreno cuyo motor, vagamente modificado para minimizar el ruido, rompía con el ambiente de silencio y calma. El automóvil tenía capacidad para 5 integrantes: Un conductor, un copiloto que estaba encargado de la navegación y la lectura de mapas, dos pasajeros cuyo trabajo dependía del tipo de misión que se llevara a cabo y un artillero ubicado en la zona de carga; la parte trasera había sido alterada para que se tuviera una vista de 180 grados, el cristal y la carrocería habían sido removidos para dar lugar a un vallado metálico de un metro de alto, también se integró un asiento movible, un reflector de baja intensidad, un barandal para precaución del usuario y un faro de emergencia que podía ser dirigido manualmente. El protocolo de exploración ordenaba que las luces de los autos debían iluminar a un 20% de su capacidad, es decir, una luz tenue y casi inexistente. Justo en medio de los focos se encontraba la llanta de repuesto, en noches como ésta era solo cuestión de tiempo para que tomara el lugar de algún neumático dañado. La tracción de las ruedas no era de mucha ayuda entre escombros, fango y extraños restos. Las llantas habían sido reforzadas con cadenas para evitar cualquier atasco, lamentablemente no parecía que diera resultados. Para los miembros del segundo convoy de la D.E.B. (División de Exploración y Búsqueda) hubiera sido más sencillo abandonar el vehículo y seguir a pie, pero ahí afuera había "cosas" que no dudarían ni un segundo en ir tras ellos.
A pesar de que el Valle de Muertos permanecía en constante silencio, los integrantes del grupo juraban que el viento venía acompañado del sonido de las voces de aquellos que habían muerto inhumanamente a lo largo de la plaga y que ahora yacían ahí, a la espera de una redención que jamás llegará. Bajo ellos, en el cuerpo metálico del vehículo, se hallaba un recordatorio de aquellos caídos; con la sangre helada observaban como a su paso establecían un camino de huesos quebrados y viseras en un avanzado nivel de putrefacción. Un camino de muerte.
Robert Lewis, el conductor del todoterreno, era un viejo que fácilmente pasaba las seis décadas de edad. Su gris y opaco cabello estaba descuidado, le avergonzaba la creciente calva que devoraba su cráneo por lo que usaba una despintada gorra roja con el logo de algún equipo de béisbol olvidado hace tiempo para esconder sus penas. Debajo del café de sus ojos se hallaban decenas de arrugas que se acentuaban por la falta de sueño, Robert había olvidado la última vez que pudo dormir mínimo ocho horas consecutivas. Sus párpados se volvían cada vez más pesados con el pasar de los días, cuando sentía que el sueño comenzaba a vencerlo se decía a sí mismo "Mantén los ojos abiertos maldito anciano, la ciudad depende de nosotros. Hazlo por ella, tu nieta te necesita." A pesar de que forzaba la vista a causa de la poca luz que su auto emanaba no apartaba la mirada hacia la derecha o izquierda, su atención se encontraba totalmente en el camino ya que la vida de sus pasajeros y de la colonia dependía de que regresaran a salvo. Esas provisiones que habían conseguido les darían un respiro por al menos siete u ocho días.
Oliver "Olly" Scott fungía como el artillero y vigía del convoy. Se describía como un hombre pelirrojo, de complexión ligera y ágil. Era, según sus propias palabras, el gatillo más rápido de la pequeña colonia de Hope. Siempre que tenía la oportunidad alardeaba de cómo fue parte del grupo de sobrevivientes que arrebataron el puesto de avanzada No. 1020 de las manos de los muertos andantes. Incluso llegaba a mentirle a los más ingenuos diciendo que él mismo había sugerido el nombre de "Hope" para aquel lugar. Su fama de engreído había hecho que muchas personas no lo tomaran en serio. Pero, lo que nadie podía negar es que tenía un don para las armas de fuego y tan pronto como la situación en Hope se estabilizó, Olly se ofreció para proveer fuego de artillería defensiva a los grupos de exploradores y recolectores. A pesar de haber cumplido satisfactoriamente más de diez misiones esa noche se encontraba inquieto, no lograba calmar su ritmo cardiaco; sujetaba fuertemente su rifle de caza y lo mantenía pegado a su pecho al mismo tiempo que observaba paranoicamente hacía todas direcciones. Sintió un sudor frio recorrer su espalda. Un sexto sentido que se había desarrollado con el pasar de los meses le decía que algo estaba mal.
El copiloto y comisionado de crear la ruta de viaje era un joven de 25 años llamado Jack Armstrong. Por años se aprovechó de ser pariente del prestigioso astronauta americano Neil Armstrong y ahora, ese apellido no tenía ningún valor. Un error de su pasado le había provocado una cicatriz que comenzaba en la mitad del rostro, pasaba por la ceja derecha (creando una división entre los vellos) y terminaba en la sien. Su cabello castaño oscuro estaba peinado de manera que la herida se encontraba oculta. La barba comenzaba a asomarse en su rostro, hacían ya tres días desde que tuvo la oportunidad de pasarse la navaja. Inconscientemente, cada cierto tiempo acercaba su mano hacia los pequeños vellos, tenía esta manía cuando estaba nervioso o estresado. Aquella noche no había parado de tocar su cara. Jack se encontraba inquieto, todo estaba demasiado tranquilo... Esta extraña paz le recordó aquel día que perdió todo. "Ella no logró salir de ahí por mi culpa" se decía.
—¿Cómo te sientes novato? —Robert rompió el silencio. Más que palabras fueron silenciosos susurros. —Estás más callado que de costumbre.
—Bien, supongo. —Jack respondió sin ganas y sin mirarlo. Sus ojos color miel estaban clavados en la ventana, observaba las gotas que golpeaban contra el espejo. Intentó encontrar consuelo, pero no lo logró. La culpa lo carcomía por dentro, habían pasado casi seis meses desde que se había separado de Daniela, su novia. Podía escuchar entre pesadillas cómo ella gritaba su nombre gimiendo por ayuda. Intentaba consolarse diciendo que él había hecho todo lo que estaba a su alcance, pero era en vano, nunca se perdonaría el hecho de haberla dejado a su suerte. —Solo pienso.
—¿Puedo saber en que piensas muchacho? —El viejo giró levemente su cabeza para poder lanzarle una rápida mirada a Jack. Tan pronto como notó su presencia retomó su atención al camino.
—En... Tu sabes... —Hizo una larga pausa. Una lágrima resbaló por su mejilla, aunque luchó porqué fuera la única no pudo contenerse. Era una lucha que no podía ganar. —En ella... No puedo quitármela de la cabeza.
—Lo... Lo siento chico. —Robert guardó silencio por unos momentos pensando que responder, no conocía a su copiloto tanto como hubiera querido. Jack Armstrong había llegado a Hope a finales de agosto por lo que era un desconocido para la mayoría de los habitantes. —Cuando te sientas listo puedes hablar conmigo sobre lo que pasó con ella.
El copiloto no respondió nada.
Robert no demostró interés en continuar la plática, debía estar concentrado en la carretera. Retiró la gorra de su cabeza, se limpió unas gotas de sudor de la frente, apretó con fuerza el volante y agudizó su visión lo más que pudo. Si todo salía bien en las próximas dos horas se encontraría sentado a la orilla de una fogata cenando zanahorias y manzanas junto a su hija Elizabeth y su nieta Cloe.Oliver colgó su rifle en su hombro derecho y, decidido a descubrir que estaba ocurriendo, encendió el faro de emergencia. Miró hacia todas las direcciones posibles esperando encontrar toda una manada de cazadores o una horda de seguidores detrás de ellos, pero no, solo observó montículos de cadáveres pudriéndose junto a despojos y huesos. Lo que uno esperaría en el Valle de Muertos. Si tan solo Oliver hubiera prestado más atención a su alrededor se hubiera percatado que "algo" con la inteligencia de ocultarse en las sombras los estaba acechando. Algo que ni en las más tenebrosas pesadillas se podría haber imaginado.
Y esa criatura estaba siendo guiada inconscientemente a la colonia Hope.
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La Plaga Andante.
Horror"Tus muertos volverán a vivir; los cadáveres se levantarán... Anda, oh pueblo mío, entra a tus habitaciones; cierra tras de ti tus puertas..." Isaías 26:19-20 La humanidad se encuentra al borde de la extinción. Los no muertos caminan sobre la faz de...