En algún punto de la vida te preguntas qué es el amor y cómo se supone que debe sentirse. Piensas en no estar solo, sobretodo cuando ves a otras personas con alguien que consideran especial, y sientes que quizás no hay nadie allí afuera para ti. Pero, quizás cuando menos lo esperaste, alguien finalmente aparece en tu vida y de pronto te sientes la persona más feliz del planeta.
Sí, el amor es genial. Al menos la idea de compartirlo con otra persona. Estar enamorado y ser amado. Conforme pasa el tiempo experimentas estos grandes momentos de pasión y felicidad, el sexo y las risas, las memorias y las experiencias; todo es asombroso. Pero en algún punto aprendes que no sólo es eso. El amor es también llorar, es dolor, un compilado de emociones. Es perdonar, entender y aceptar. Es comprender que para sentirte feliz también debes hacer sentir feliz a otro. Y, obviamente, sin dejar de ser tu mismo sino adaptándote a la otra persona. Yo lo sentí de esa manera.
Aunque debo admitir que me he cuestionado mi definición, después de todo, la relación en la que intenté aprender qué era el amor trajo consigo malas experiencias.
Conocí a un chico por una aplicación, una en la que yo me había poco a poco acostumbrado a no encontrar (ni buscar) nada serio más que alguna amistad temporánea o un encuentro casual. Pero la interacción con él fue diferente, desde el inicio. Sentí que conectaba con alguien de forma muy inesperada. Empecé a entusiasmarme y le pedí vernos al poco tiempo.
Una de las razones, y quizás la principal, es que entendíamos nuestro sentido del humor. Podíamos reírnos de las mismas cosas y entendernos bajo contextos similares. Nos entusiasmaba hablar de temas parecidos, a pesar de dedicarnos a profesiones totalmente diferentes. Aunque admito que yo abarcaba más espacio en la conversación, a veces no puedo evitarlo.
Nos conocimos en una fiesta, nos besamos, y terminamos la noche en un cuarto de hotel. Ambos estábamos ebrios, pero él más que yo. La poca sobriedad que me quedaba me decía que esa noche no debería terminar como aquellas a las que me había acostumbrado. Y fue muy difícil sostener esa idea, pero a pesar de todo intenté hacerlo. El creyó que era porque no me sentía atraído hacia él fisicamente, pero opté por explicarle la razón de mi decisión. Me dijo que estaba bien, y solo nos quedamos dormidos. Abrazados, el uno del otro.
La mañana siguiente la pasamos juntos. Desayunamos y caminamos por las calles llenas de hojas de otoño. Había algo peculiar, él me empezaba a sostener de la mano, a abrazarme y hacerme caricias. Yo lo miraba y sonreía, me daba ganas de seguirle besando como anoche. Nunca había hecho esto con otro chico en la calle. De hecho, me daba un poco de vergüenza que alguien me dijera algo, pero nada de eso pasó. Recuerdo mucho este día, porque me sentí honesto conmigo mismo, sentí que expresaba quién era sin miedo a nada, y le daba las gracias a él por hacer que aquello sea posible, por hacerme aprender.
Al tiempo le pedí estar juntos y formalizar una relación de pareja. Ambos optamos por eliminar la aplicación y cualquier otra que se asemejara. Empezamos a salir, a conocer lugares juntos. Conocí a sus amigos, a los lugares a los que le gustaba ir. Nos fuimos de viaje dos veces, una en mi cumpleaños y otra para recibir el año juntos. Era una relación de la cuál me sentía entusiasmado, pero no fui completamente consecuente. La cagué.
Cuando recién teníamos un mes y medio de estar juntos, yo empezaba a sentir que podía enamorarme por primera vez. Y, aunque la idea era alentadora, me daba mucho miedo. Sé que antepuse esta idea del miedo como excusa, pero por las razones más equivocadas le fui infiel con otra persona, y me sentí de lo peor. Sentí que me había convertido en algo malo, en algo que juré que odiaba. Y le conté, le pedí perdón, y me terminó. Era lo correcto. Pero yo, a pesar de mi estupidez, sabía que le quería así que lo busqué, le hablé y le costó perdonarme, y hasta me costó perdonarme a mí mismo. Es aquí donde creo que comenzó a decaer todo, porque perdonar requiere esfuerzo, y con tan poco tiempo, ¿valía la pena?...
