CAPÍTULO 4

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Como cada mañana, Taylor llegó al Road Coffe, agradeciendo el calor del interior del recinto. Se quitó la bufanda que le protegía de aquel frío matinal y escrutó con la mirada todo el establecimiento. No encontró a Amber. Seguramente libraba aquel día, y aunque la joven tenía derecho a su merecido descanso, a Taylor no poder verla le parecía un mal augurio. Era una mala forma de empezar un día que seguramente iría a peor.

Se sentó en la barra, pidió lo mismo de siempre y se tomó el café y la tostada sumergido en vacíos pensamientos. Cuando fue a echar mano a la cartera para pagar, retuvo su mano derecha. No quería introducirla en el abrigo. Se había obligado a no torturarse en la medida de lo posible. Había guardado su billetera en el bolsillo izquierdo para obligarse a evitar el tacto de la tela que le hacía de enlace a los negros recuerdos. Sin embargo, con la mano ya a mitad de camino, no tuvo el valor de retirarla. Impulsado por la nostalgia, decidió buscar el tacto del objeto de su obsesión.

—Yo pago esta vez —dijo una voz femenina conocida para él, paralizándole instantáneamente. Se escuchó el tintineo de las monedas sobre la barra.

Taylor giró la cabeza y encontró a Amber. Iba preciosa con aquella camisa blanca y aquel pantalón de pinza que estilizaban su figura. Era delgada, pero no en la medida casi enfermiza que Taylor consideraba que la sociedad, erróneamente, estaba marcando como el perfil a seguir. El aspecto de Amber era de una delgadez saludable. No es que no le pareciera bonita con el traje de uniforme, pero el simple hecho de verla tan cambiada le había sorprendido. Lo más impactante era su melena larga y abundante, que al no tener que estar aprisionada en forma de coleta por el trabajo como solía tenerla a diario, se mostraba majestuosa y libre, mostrando unas perfectas ondulaciones castañas.

—Vaya... No esperaba verte hoy por aquí —dijo Taylor, e instantáneamente se dio cuenta de lo descortés que estaba siendo—. Gracias por la invitación, pero no será necesario.

—No lo es, es cierto —replicó Amber con su maravillosa sonrisa—. Por eso lo hago. No por necesidad, sino porque me apetece hacerlo.

—Estoy en deuda con usted entonces... Contigo, quiero decir —rectificó Taylor, intentando no tratarla con la formalidad que trataba a la Amber camarera, sino con la amistad con la que quería tratar a la Amber amiga.

—Puedes saldarla ahora mismo si quieres. Solo tienes que invitarme a un café —sugirió Amber señalando a una mesa vacía de la cafetería.

Taylor se sonrojó. El día anterior había intentado invitarle a conversar y no se había atrevido, pero ahora era ella la que había tomado la iniciativa. Puede que solo fuera una casualidad, o puede que ella hubiera intuido sus intenciones. Seguramente fuera lo segundo, pues las mujeres tendían a tener un sentido especial para esas cosas.

—Por supuesto. Yo me tomaré otro para acompañarte —dijo al fin Taylor, y alzó el dedo buscando la atención de la compañera de trabajo de Amber—. El mío que sea descafeinado, que ya tengo suficiente cafeína con el primero.

Los dos tomaron asiento alrededor de la mesita circular de la cafetería. Se hizo un tenso silencio solo quebrado, por fortuna, por la aparición de la camarera trayendo lo que habían pedido. Fue Amber la que se atrevió a iniciar la conversación. Le costó horrores, pues, aunque no lo aparentaba, la timidez tendía a retraerla. Además, se sentía intimidada por Taylor y el misterio que, siendo tan cerrado, le rodeaba.

—Qué frío hace hoy, ¿verdad? —La climatología siempre era un recurso recurrente cuando uno no sabía qué decir.

—Sí, es cierto. Se me ha helado hasta la lengua, por eso hablo poco.

"Amar después del Amor"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora