CAPÍTULO 2

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Un día más, otro, igual al anterior.

El despertador devolvió a Taylor a su triste realidad. Se levantó de la cama con un quejido lastimero y buscó una camisa y un pantalón en una maraña de ropa en la que era difícil diferenciar qué prendas estaban limpias y cuáles necesitaban pasar por la lavadora. Su estado mental hacía que algunas cosas esenciales pasaran a un segundo plano de importancia.

Se lavó la cara viendo en el espejo el reflejo de un rostro herido por la pena, con visibles ojeras por la dificultad de conciliar el sueño y con el abatimiento como máximo representante. Terminó de asearse y comenzó de nuevo su rutina diaria.

Empezó a caminar rumbo a su empresa de telecomunicaciones. Había días que ni siquiera tenía fuerzas para acercarse y entonces caía a plomo de nuevo en la cama. Pero los beneficios, que tendían a disminuir, le obligaban a hacer acto de presencia en sus dominios empresariales, aunque solo fuera para que todos recordaran que seguía al mando, que había un capitán manejando aquel barco. Aunque en la práctica, había delegado casi todas sus funciones en personal de confianza y solo se dedicaba a firmar papeles, a veces sin ánimo para terminar de leerlos.

Durante su caminata, hizo su parada habitual en el Road Coffe, una cafetería cuya cercanía a la Universidad de Texas le hacía estar eternamente observada por la famosa torre del reloj del complejo académico. Aquella construcción de estilo neocolonial de casi cien metros de altura que albergaba veintinueve pisos en su interior se erigía magnífica, ajena a los pensamientos de Taylor.

El joven se sentó en la misma silla de todas las mañanas. Y de nuevo, apareció Amber ofreciéndole su magnífica sonrisa. La sonrisa de aquella chica era lo único que permanecía igual que todos los días, pero que él cada vez sentía como algo diferente.

—¿Lo mismo de siempre? —preguntó ella, tan educada y atenta como solía serlo.

Taylor asintió con la cabeza. Siempre que podía evitar las palabras, las omitía. Sentía que le ardía la garganta cada vez que tenía que comunicarse con los demás. cualquier tipo de comunicación que le separara de su deseada soledad le causaba daño. Dio un par de bocados a la tostada de mantequilla y la apartó, dedicando toda la atención al amargo café. Observaba por la ventana pasar a todo tipo de personas y, de alguna manera, sentía que caminaban ajenas al sentido de la vida, que no valoraban la profundidad de su existencia. Eso le enfadaba. Pensaba que vivían en una constante felicidad que ni apreciaban ni merecían.

Antes de empezar a remover su bebida con la cuchara, observó que había una cara sonriente dibujada en la espuma, parecida a las que solían hacer los niños. Esbozó una sonrisa interna que no se manifestó externamente, pues sus músculos faciales no hicieron movimiento alguno.

Unos minutos después, Amber vino a retirar su desayuno.

—Estaba excelente, hoy el café sabía especialmente bien —dijo Taylor sorprendiendo a la chica, que estaba acostumbrada a su silencio formal—. Y el dibujo podrían exponerlo en el museo de la ciudad.

Amber estiró unos centímetros de más su típica sonrisa. Era muy extraño que Taylor le dedicara algo más que formalismos, jamás iba más allá de un par de palabras educadas. Casi no sabía cómo reaccionar.

—¿Te ha gustado? —preguntó finalmente ella—. Estoy haciendo un curso de barista. Espero mejorar los dibujos poco a poco...

De nuevo se hizo el silencio durante un par de segundos. Taylor asintió con la cabeza y pudo notar la decepción en el rostro de Amber, que esperaba una conversación más animada. La mujer se dedicó a terminar de recoger la mesa.

"Amar después del Amor"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora