La Esfera de los Dioses

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La joven se dirigía con rapidez hacia aquella habitación prohibida. Sabía que podía meterse en un lío si desobedecía las órdenes del capitán, pero poco le importaba si con ello podía hacer un bien para el Universo entero.

Una vez llegó al cuarto, miró hacia todos lados para comprobar que no la habían seguido. No vio a nadie allí, tal y como imaginaba. Rebuscó entonces en sus bolsillos con prisa, buscando su tarjeta.

Cuando la sacó, pasó la tarjeta por la ranura junto a la puerta, que se abrió segundos después con un sonoro "¡click!". Antes de entrar, la muchacha volvió a asegurarse de que no la veían, se armó de valor y entró, cerrándola puerta tras de sí.

En aquella habitación solo había cables y más cables y unos mandos de control unidos a una máquina que ocupaba gran parte de la estancia. En el centro de ésta podía ver una cápsula, y dentro estaba su objetivo.

Se acercó pues a ella, y en su interior vio a aquel ser que era tan diferente a ella.

La chica tenía dos antenas en la frente, él no. Ella tenía dos pares de ojos compuestos, similares a los de un insecto, él no. Tenía cuatro brazos y la piel de un tono violáceo, él no.

Maravillada, contempló a aquella criatura a la que llamaban "humano".

Era ya un señor mayor de piel arrugada, pero ella sabía muy bien que era la persona que necesitaba si quería que el Universo no sufriese ningún daño, tal y como planeaba.

Se acercó a los mandos y le dio una orden a la máquina, que emitió un rayo que atravesó el cuerpo del anciano, que tras un zarandeo despertó, chillando de dolor.

El hombre quedó aturdido un rato, y luego miró fijamente a la persona que había activado la máquina con sus grandes ojos de hielo.

 —¿Quién eres? — preguntó con voz hosca.

—Me llamo Evangeline — respondió la chica, haciendo caso omiso del tono de voz de su interlocutor.

—¿Qué haces aquí? ¿Qué buscas de mí? Sabes que no deberías estar aquí, ¿verdad?

Ella asintió.

—No, no debería, pero hay algo más importante que un severo castigo que hace que esté aquí hablando contigo.

—¿Y qué es, si se puede saber? ¡No pienso hacer nada que pueda beneficiar a los tuyos! — El anciano comenzaba a irritarse.

Evangeline no se sorprendía por la actitud que mostraba. Era completamente normal que aquel hombre reaccionase así. No sabía de dónde habían sacado a aquel humano ni por qué, solo sabía que los suyos lo habían traído un día ala nave y desde entonces estaba encerrado en el laboratorio en el que se encontraban.

—Verás... El capitán de la nave ha dado con la ubicación de la Esfera de los Dioses, un objeto mágico que contiene toda la energía y esencia del Universo en su interior. Si se hace con la esfera, el Universo entero será destruido, esclavizado o algo incluso peor. — Explicó la alienígena, con un deje nervioso en la voz.

—¿Y para qué me necesitas? — El hombre la miraba sin comprender nada.

Ella tragó saliva antes de responder,temiendo una negativa por parte de aquel señor.

—Posees algo que nuestro capitán no... — Al ver que la expresión del hombre no cambiaba, optó por ser más directa —: Tienes el poder para activar la esfera.

Tuvo miedo cuando su única esperanza guardó silencio durante un rato que se le hizo eterno. Después,clavó de nuevo sus ojos en la muchacha.

—Niña, ¿qué te hace pensar que puedes confiar en mí? ¿Por qué crees que no me haría con el control del Universo cuando la esfera cayese en mis manos? Si ese objeto, en teoría, tiene el poder de conceder cualquier deseo, yo podría aprovecharme de eso. ¿No lo habías pensado? Dime pues, ¿por qué decides confiar en mí?

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