La parada

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Otra mañana como cualquiera. Tengo que levantarme antes que salga el sol para agarrar un buen puesto en el autobús y tal vez llegar a tiempo a clases. Con la pereza típica de todo joven, me levanté de la cama después del cuarto bostezo, pensando para mis adentros que si no me levanto yo mismo, en cualquier momento entrará por la puerta mi padre lanzando gritos al aire y más que despertarme sólo logrará molestarme. Aún con la sensación de cansancio me paré y miré por la ventana. La parada del autobús estaba consumida por la oscuridad y el cielo lucía nublado. Muy probablemente me tocaría correr bajo la lluvia hasta la parada, como incontables veces anteriores.

Después de alrededor de una hora, cuando finalmente desperté por completo, me vestí y arreglé mis útiles. Me dispuse a salir de la casa, pero no sin antes despedirme de mis padres, cuando lo fui a hacer, descubrí que la puerta de su habitación estaba cerrada y no respondían a mis bulliciosos toques. Decidí no molestarlos, ya que mis padres son la clase de personas que les molesta cuando mi hermana o yo salimos sin despedirnos o cuando los molestamos mientras duermen.

Efectivamente, como predije, comenzó a lloviznar en mi camino hacia la parada. Una vez allí me paré bajo techo. No quedaba más que esperar a que llegara el autobús para comenzar otro tedioso día de rutina. En la parada había una ancianita que siempre había visto por la calle. Salía todas las mañanas con su perro y cargaba una mascarilla para respirar. Lo raro es que esa mañana no la traía puesta. Al lado de ella, sentados, estaban un par de obreros trabajadores de la construcción de unos edificios más abajo de la zona donde vivo. Estos señores se veían muy sucios para ser tan temprano en la mañana. Me pareció extraño no ver a mi compañera de clases... ella vivía a escasos metros de mi casa y siempre estaba en la parada muy temprano para llegar a tiempo a clases.

Pasaba el tiempo y llovía cada vez más fuerte. Las calles se estaban inundando con la lluvia y el autobús no aparecía. Aburrido comencé a escuchar la conversación de la anciana con los trabajadores:

- ¿Ustedes son los obreros que trabajan donde hubo aquel accidente en que el edificio colapsó?

- Así es señora, ¡terrible! Nosotros vamos a recoger los escombros y ayudar a buscar cuerpos.

- ¡Pero qué horror! Debe ser terrible morir asfixiado. Anoche se le acabaron las baterías a mi máquina de oxígeno y sentía que moría y mírenme ¡Esta anciana no está lista para el infierno!

Todos hablan de muerte... eso me hizo recordar la noche anterior cuando mis padres me mandaron a comprar pan y de vuelta a casa un auto casi me atropella. Me dio un susto de muerte. Estuvo a centímetros de hacer contacto conmigo... yo del susto solté los panes y le di una patada al carro. Espero al menos haberle dejado una abolladura. Miré al sitio donde ocurrió lo dicho para, con terror, darme cuenta de que allí, tirados en la calle, estaban los panes que supuestamente debí llevar a casa anoche, y marcado en la calle, la huella de unos neumáticos. Ahora que lo pienso, no recuerdo que pasó después del incidente.

Absorto en mis pensamientos, no me di cuenta que la lluvia cobró más fuerza y las calles se inundaban descomunalmente. Todo estaba inundado y no pareciera que fuera a parar... además, para colmo, comenzó a aparecer una misteriosa neblina que ocultó todo a su paso, dejando a la vista sólo la ya inundada e impenetrable calle. A lo lejos de la neblina se veía una luz acercándose lentamente. Después de varios minutos se divisó una barca con un hombre viejo de escasos mechones de largos y blancos cabellos. Por ropa usaba sólo una especie de saco marrón desgastado y su mirada denotaba cansancio. Silenciosamente se acercó a la parada, extendió la mano y con voz lúgubre nos pidió: "¿pasaje?". Rápidamente me registré mi bolsillo trasero en busca de mi billetera, para descubrir que no estaba y en su lugar había dos monedas de oro. Se las di a Caronte y me subí. Una vez todos dentro de la barca, partimos a perdernos en la niebla, a perdernos de la memoria de los vivos.

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La paradaWhere stories live. Discover now