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Lo que a Tony más le dolía de todo aquello fue que no era capaz de ver a Steve, ni sentir su cuerpo o escuchar su voz. Todas esas mañanas en las que el rubio de bellos ojos azules despertaba a su lado le parecían el paraíso, siempre fue así, incluso ahora cuando abría los ojos por las mañanas y solo encontraba un cuarto vacío, lleno de recuerdos dolorosos.

La Civil War se había llevado consigo no solo la mitad de su equipo sino que también se llevó una parte del mismo Tony, la mejor parte si tenía que admitirlo.

El recuerdo de Steve era lo único que lo mantenía en ese mundo que lo trataba con crueldad.

Separado del amor de su vida, quien le mintió para finalmente ser golpeado en el reactor que le mantenía con vida sin vacilación, aun así, Tony seguía pensando en él y en su bienestar. Mantenía su escudo que observaba a diario junto con aquella carta que leía una y otra vez con la esperanza de poder tenerlo cerca.

Debía admitir que anhelaba escuchar su voz y aferrarse a él como en tiempos anteriores donde se ocultaba en los brazos del capitán para huir de sus pesadillas.

Lloraba cada día sin falta por el arrepentimiento y al darse cuenta de que no era tan especial para Steve como había pensado. El soldado le había prometido las estrellas y él, Anthony Stark le entregó el universo.

Ya nada podía hacer para remediar los daños que había provocado por la ira de descubrir la verdad sobre la muerte de sus padres, en realidad el hecho de saber sobre su asesinato no le afectó tanto como saber que su esposo lo sabía desde un principio y lo encubrió.

Lo peor de todo, era que existía otra persona especial para Steve, alguien mucho mejor que él, por la cual abandonaría todo sin dudar. El sargento Barnes era alguien mucho más digno de estar junto al héroe de Norteamérica.

No podría competir con él.

Rogers y Barnes tenían su historia, mejor que la suya con el capitán. Si lo pensaba detenidamente, el intruso era él, no tenía ningún derecho de decirle al súper soldado que lo eligiera por sobre su mejor amigo.

Era volver al principio, Anthony Edward Stark estaba solo nuevamente. Aun así guardaba la esperanza de que Steve siguiese amándolo, así como él seguía profundamente enamorado de ese hombre.

Observó nuevamente el objeto que abarcaba la habitación, sintió su corazón estrujarse al recordar como estuvo incrustado en su pecho. Deseaba tanto volver a ser protegido por aquel escudo pero ya no podía ser como entonces.

Sabe que está mal aferrarse al pasado de esa forma, su única solución para no sentir que el mundo le aplastaba era encerrarse en su laboratorio dentro de las paredes de su hogar, siendo viernes y visión su única compañía, negaba las vistas de Pepper y solo procuraba el bienestar de Peter y Rodhey. Sabía que sus compañeros también habían perdido a sus amigos pero estaba seguro de que ninguno de ellos lo resentía tanto como él.

Trabajaba arduamente día y noche para distraer a su mente, alejar los malos pensamientos que se aglomeraban en su cabeza haciéndole daño, aunque al final era perseguido por sus memorias, sus conflictos le hacían concentrarse en su único proyecto.

Se propuso a fabricar un nuevo escudo.

Únicamente para ser sostenido por esas manos que un día llegaron a recorrer cada milímetro de su piel, tenía la ilusión de entregárselo cuando se vieran nuevamente como una señal de que todo estaría bien y que podrían regresar a ser lo que antes fueron, pero si las cosas no funcionaban, si Steve era más feliz junto a otra persona, entonces ese nuevo escudo podría darle fin a su dolor.

Almas perdidasWhere stories live. Discover now