Capitulo 4

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—¡Oye! No te lo pienses tanto, o ¿acaso te da miedo perder? —El pelirrojo tenía las manos en ambas rodillas, y la vista fija en el piso, apenas escuchando.


Gracias a esa intervención por parte del moreno, Taiga fue sacado de los pensamientos pesimistas que rondaban por su mente, pero la verdad era que no le gustaba el recordar "ese" día, pues era parte de los momentos más difíciles por los que había atravesado en su vida. Podía sentir como sus lagrimales se humedecían y la vista se le nublaba lentamente. Luchaba por no llorar, como estuvo haciendo todos esos años, tragándose las lágrimas innecesarias. No tenía por qué llorar, no podía.


El siguió jugando con aparente calma y serenidad, pero no podía engañar a Aomine. El ciertamente percibía que algo le estaba pasando, y aunque no lo notó al instante, era de su conocimiento que su amigo y viejo amor estaba hecho un desastre por dentro. Sus ojos se lo decían a gritos, revelando claramente como estaban apagados. No eran aquellos ojos brillantes y bellos de su tierna infancia. Ahora podías ver el peso emocional que cargaba a cuestas. Sin embargo, por su egoísmo, una parte predominante en su interior le pidió ignorar la realidad un rato y mejor siguieron persiguiéndose por la cancha.


A pesar de derrotarlo a cada oportunidad, aunque no resultara en nada sus esfuerzos, incluso si terminaban ambos hechos trizas.



...



Miro por la ventana, el perfil solitario iluminado ligeramente por la poca luz de sol que conseguía filtrarse por las nubes cargadas de lluvia, con el sonido de la tormenta resonando por todo Tokyo. El color obscuro surcaba el cielo con aspecto atemorizante, pero el agradable olor del agua le restaba seriedad. La verdad es que Aomine no era muy fanático de los días como esos, solo conseguían ponerlo de un humor de perros. Muy en el fondo rezo con todas sus fuerzas a los cientos de dioses que había en la religión sintoísta para que no hubiera mal clima. Pero parecía que la madre naturaleza le odiaba tanto como para llevarle la contraria, trayendo una pequeña tormenta la cual no iba a ceder pronto.


Ese día había planeado uno de sus ahora típicos encuentros con el pelirrojo. Pero todos sus planes se fueron a la basura, pospuestos evidentemente por el clima. Sin embargo, con todo el enojo y la frustración acumulada decidió asistir a la cancha en donde solían ir cuando eran jóvenes, ya era el décimo partido y aun no consiguió un avance real con Taiga. Cada vez su meta parecía más distante, y eso conseguía desanimarlo bastante. Sabía que tenía que hacer algo más, otro esfuerzo. Aunque el básquet siempre pareció ser su otro idioma en la juventud, no es que fuese la solución al problema que tenía Kagami, y creía que todos lo sabían también, pero es que el no conocía otra forma para acercarse a él.


Las palabras fallaban, pero esperaba que sus acciones pudieran hacer algo.


Con algo de desgane y pereza se dirigió a la cancha. Decidió no llevar un paraguas, así la lluvia le ayudaba a aclarar su mente, y tal vez con eso conseguiría ideas para ayudar a su Taiga. Una verdadera lluvia de ideas, como en esos momentos cuando tomaba una ducha y tenía una revelación esclarecedora.


Apenas salió de su departamento su ropa empezó a absorber las gotas que caían del cielo, pero sin dejarlo empapado. Conforme fue caminando sí que termino quedando todo mojado, de pies a cabeza, pero no le dio demasiada importancia, sintiéndose incluso alegre de hacerlo. Era una de esas cosas que tenía uno que vivir de vez en cuando.


Aunque seguro si atrapaba un resfriado ya no le gustaría su decisión, pero bueno, eran las consecuencias a las que tenía que atenerse como un adulto. Casi pudo escuchar a sus padres burlándose de el por su pobre criterio a la hora de hacer elecciones.


Al llegar a la cancha y ver el lugar tan solitario hizo que lo embargara la nostalgia, olvidándose por completo de cómo se sintió anteriormente. Se sentó en las ya desgastadas bancas a reflexionar el cómo podía influir tanto en su estado de ánimo aquel lugar, mientras recordaba cosas del pasado y los tantos errores de los que se arrepintió en su adolescencia. Y entonces, cubierto en cuerpo y envuelto en alma por la fría e incesante lluvia, sintió una fuerte opresión en u pecho. No podía describir la sensación de angustia que lo lleno de golpe, aunque el sabía que no estaba pasando nada realmente, no pudo reprimirse más, e hizo lo que hace tanto tiempo necesitaba hacer, y que por su orgullo no se permitió. Justo cuando la lluvia parecía más fuerte, y el cielo estaba más oscuro...



Lloró.



Lloró como no lo había hecho en años, con las emociones descontroladas inundándolo en olas, y los gritos que normalmente un adulto no soltaría le desgarraron el pecho y su garganta, fueron tragados por el sonido del agua y el viento. En el intento de liberarse de su desesperación, no vio el cielo otra vez, parecía que la tormenta le acompaño en su pena y llanto.


Se sentía solo y deprimido, sin luz o esperanza, y el intenso pensamiento que estuvo ignorando todo ese tiempo le lleno la cabeza "Él nunca fue completamente feliz, y jamás lo seria". Sus pensamientos lo traicionaban, y pudo sentir como se hundía en lo más profundo de estos.


Pero la lluvia ceso, o al menos el golpeteo de las gotitas sobre él lo hizo, pues aún sonaba en un largo eco a su alrededor. El sonido persistía en sus oídos, y realmente no se dio cuenta de cuan fuerte estuvo apretando sus parpados, ni siquiera se enteró de que cerró los ojos, hasta que quiso comprobar que sucedía.


Apenas se giro un poco para ver hacia el cielo, encontrándose con el fondo de un paraguas amarillo que lo cubría.


Termino por voltearse por completo, topándose con la agradable vista de un callado y atento pelirrojo. Al toparse sus ojos el parecía ponerse algo nervioso, pues el agarre antes seguro sobre el mango vacilo, haciendo que el hombro del hombre se mojara un poco. Pero a pesar del ligero temblor de manos, el parecía... ¿feliz?



¿Él era feliz al verlo?



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