La Doncella Errante

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-¿Quién lo iba a pensar? Ya me había librado de esta silla antes. Créanme, con las cosas que he visto y he sentido, no tengo el más mínimo temor, mi corazón late tranquilo a pesar de que conozco el final de esta historia.
Girando la cabeza hacia la derecha, el periodista se queda mirando al acusado con cara asustada.
-Eh, para escribir esta historia no uses tinta y papel, debes usar sangre, para que sientas lo mismo que sentí yo, sentirlo en tu propia piel.¿Aún se puede oír , cierto?
- ¿A qué se refiere?- preguntó el periodista al supervisor de la ejecución.
-Es que él está...-comienza a explicar el supervisor.
- Al llanto de la doncella, a las campanadas de la catedral, al dolor de los vivos y la eterna agonía de los muertos.
-Ya no está en su sano juicio- le comenta el supervisor al periodista, que estaba algo perturbado.
- Mejor me retiro- comentó el periodista- no me gustan las ejecuciones.

Un año antes.

Un lluvioso día de febrero llega a Venecia el detective Alexander Brawsuin desde Polonia con la tarea de resolver el caso de la serie de homicidios de parejas ocurridos a lo largo de varios meses .
-Y bien,¿ de qué se trata este caso? - le pregunta Alexander al jefe de la policía en Venecia, que se encontraba de pie junto al oficial encargado del caso y dos oficiales de alto rango.
- Oh, Alexander, gracias a los cielos que eres tú. Necesitamos que resuelvas este caso urgentemente, te apoyaremos en lo que necesites ; todos mis hombres están a tu servicio.
- Si, todo eso ya lo sé, lo que no acabo de comprender es por qué no me has dado el maldito informe que te pedí hace un minuto.
-Disculpa Alex, debes comprender que todos estamos muy estresados, han sido muchas muertes en solo tres meses.Tu informe esta sobre tu escritorio. Sin más preámbulos nos retiramos, quedas en tu casa.
Alex recorrió toda la comisaría hasta su despacho, una habitación pequeña, con solo una ventana con vista a los canales decorada con cortinas color arena aunque bastante feas y sucias, como todo en aquel lugar. Cerró su puerta, corrió las cortinas , y se sentó en su escritorio para echarle un ojo al informe. No era muy largo, apenas tenía una hoja y en ellas se encontraba lo siguiente escrito:
Número de víctimas: 47 y contando.
Sospechoso: una secta de nombre, origen, objetivo, número de integrantes y líder desconocidos.
Se habían llevado a cabo cinco operaciones encubiertas para infiltrar agentes de la comisaría; los cinco habían sido eliminados de forma horrible. También se habían realizado revisiones a propiedades de posibles integrantes. Las casas se encontraron vacías, a excepción de su dueño, un cadáver mutilado, sin sus genitales y con signos de haber sido violados, pero lo más perturbador era que estos signos solo se encontraban en hombres.
Lentamente Alexander deja caer el informe sobre la mesa con la mente turbia por lo que había leído. Se levanta y da un rodeo por la habitación sumido en sus pensamientos, algo lo hace detenerse, e instantáneamente, casi como acto reflejo saca su reloj de bolsillo de la chaqueta. Lo contempla por un par de minutos perdiendo su mirada en el cristal roto y las manecillas detenidas en la media noche.
La sala se colma de sus recuerdos, la noche era completamente oscura, ni la luna quería brindar su luz. Un Alex mas joven corría, empapado por la lluvia. Su cuerpo estaba exhausto, llevaba casi una hora corriendo en vano, pues cada vez que se giraba, no importaba que tanto hubiese corrido, ni que tantos desvíos tomara, él siempre estaba allí, tras él, caminando con una calma antinatural, propia de los mas talentosos depredadores.
En ese momento pareciese que la suerte había abandonado al detective pues se había encontrado con un callejón sin salida. Alex se gira, dispuesto a afrontar su problema; rápidamente desenfunda su revólver y apunta a su objetivo, aunque con las manos temblorosas, sin saber si por el frío, o por el miedo, o por ambos.
Las luces del callejon se apagaban a medida que él avanzaba, solo un farol permaneció encendido desafiando su aura, lo único que se apreciaba eran las chispas de sus hojas al chocar, y el escalofriante brillo de sus ojos.
-Nada más clásico, eh, Alex, estás entre la espada y la pared- le dijo con una voz tan tranquila, como si hablase con un amigo, como si no fuese a matarle.
El nerviosismo se apoderó por completo del detective que jaló el gatillo como última salida. El lúgubre sujeto permaneció inmóvil, sin apenas mostrar rasgos de emoción humana, la bala había impactado a varios metros del objetivo. Alex sintió el alma pugnar por escapar de su cuerpo y cayó de rodillas en el húmedo suelo.
-¡ Vaya, agente Alexander ! Desaprobechaste la última oportunidad que te ha dado la vida. Verás, soy un buen samaritano, por lo tanto, lo haré un poco más rápido, incluso te diré unas últimas palabras, ¿cómo dicen por aquí? Chao bambino.
Al terminar la frase el asesino se lanzo en una carrera de alta velocidad, fue tan rápido que el tiempo pareció detenerse para el agredido. Antes de darse cuenta Alex ya tenía aquella peligrosa fiera sobre sí , con una daga rasgándole el hombro y la otra atravesando la fina tela de su vestimenta con el objetivo de atravesar su corazón. Ya era muy tarde para ejecutar un segundo disparo.
Un rayo de esperanza se abrió paso en el oscuro destino del detective; la daga se clavó en su reloj de bolsillo. El brusco impacto los derribó y Alex, tan solo por inercia, jaló nuevamente el gatillo.
Sus lúcidos recuerdos se ven diluidos por una cruda realidad. El aún sudoroso detective tiene una clara pero peligrosa idea, debe ponerse en contacto con el jefe de la policía.
-¿Necesitas algo?- le pregunta el jefe de la policía.
-Ummm, yo diría que más bien necesito a alguien.
- Todos mis hombres están a tu servicio, lo sabes.
- A quien yo quiero no esta aquí precisamente.
-Entonces donde... No, no estas hablando de él, verdad.
-Vaya, que rápido lo captas.
-¡Estas loco, Alexander!
-Ya lo creo.

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