Una ejecución magistral.

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Prudentemente el jefe de la  policía ilumina la celda con un farol, la resplandeciente luz inunda la lúgubre recámara mostrando la ubicación de Henrick, que permanecía sentado en un banco de granito, encadenado al suelo con un corto grillete. Su apariencia no había cambiado nada a pesar del tiempo en prisión, seguía teniendo una figura esbelta pero musculosa, los cabellos negros y rebeldes le cubrían la cara hasta los ojos. Con un movimiento de su cabeza miró a los oficiales y dijo:
-Disculpad que no pueda saludaros  formalmente, pero me siento un poco atrapado, y no por mis pensamientos precisamente.
-Oh, no te molestes, es una descortesía de nuestra parte venir sin avisar- continuó Alexander con la broma iniciada por Henrick mientras el alguacil se iba poniendo aún más nervioso.
Los oscuros ojos de Henrick se clavaron en la cadenilla que colgaba de la chaqueta de Alexander haciéndolo ponerse en pie mientras unos duros recuerdos afloraban en su mente.
Era de noche, llovía y Alex ya no podía correr más; pero en el momento más preciso, cuando creía que su víctima ya estaba eliminada, su suerte lo traiciona fallando el mortífero ataque. En lugar de clavar su hoja en el corazón, es clavada en un reloj de bolsillo, y en lugar de sentir la salpicadura de la tibia sangre, recibe un aturdidor estruendo en su oído. El último maldito disparo de Alexander, la bala ni siquiera lo rozó, pero sus sentidos se apagaron debido al potente ruido. Para cuando volvió en sí, ya estaba encadenado y rodeado de  revólveres; y un asustado, pero vivo Alexander se llevaba toda la gloria de haber capturado al asesino más buscado de Venecia.
Con un brusco zarandeo de su cabeza Henrick se deshizo de ese doloroso fracaso y se centró en el inminente presente.
- Me alegra ver lo felices que son estando nuevamente juntos pero no perdamos más el tiempo, Alex, a lo que vinimos.
Con completa confianza Alex caminó hasta sentarse en el mismo banco que su presunto asesino.
- ¿Qué quieren?- preguntó con desconfianza Henrick.
- Te tenemos una oferta- dijo Alexander.
-Acepto- respondió apresuradamente Henrick.
-¡Ni siquiera sabes lo que te vinimos a ofrecer!- le interrumpe el jefe de la policía.
-Oh, dios mio, es cierto; Alexander, no es una propuesta de matrimonio, verdad.
- Dejate de bromas sabes de sobra que soy un hombre que tiende a hacer esas cosas por escrito, después de todo, así fue como lograste matar a dos de mis prometidas.
-Ciertamente, después de todo soy un héroe, he salvado a esas pobres mujeres de un destino terrible, deben estarme agradecidas.
- ¡Quién lo diría! Es la primera vez que estoy de acuerdo con un asesino- dijo el comisario siguiendo la broma.
Henrick y Alexander desviaron sus miradas hacia él.
-¿Es que acaso no tiene tacto? No ve que puede herir los sentimientos del pobre Alexander - dijo Henrick con voz fría y casi enojada.
- ¡Al carajo! ¡Me tienen harto! Alex, a lo que vinimos - gritó la redonda figura del alguacil.
-Cierto, casi lo olvido, el trato es este: si nos ayudas con un asuntillo, reduciremos tu condena, salvándote de la silla eléctrica.
- No, Alex, en realidad quieres decir que anulas mi condena.
- No, no, no, lo que quise decir es que la reduciremos - le espetó Alex.
- Bueno, todo no puede ser perfecto, está bien, trato hecho.
-Entonces ¿aceptas?
- Si, al final me voy a escapar igual - dijo entre dientes Henrick.
- Muy bien, mañana en la mañana el prisionero 491 será trasladado a Polonia para su ejecución. Disfruta tu última noche aquí - ambos agentes se miraron y salieron velozmente de la celda y a igual velocidad que a la que el encargado de las llaves cerró la puerta.
Al sentir el crujido del portón escaleras arriba,Henrick sacó de entre su ropa una caja de cerillos y una nota que le había dejado Alex al sentarse a su lado. Dentro de ella se encontraba una llave. Prendiendo un fósforo, Henrick leyó con calma la nota, en la que Alex le explicaba el plan al detalle.
-Ja ja ja, digno del idiota que me atrapó, no dejas de sorprenderme Alexander, cuán metódico puedes ser, hasta me pusiste una lista con los nombres de los que debo matar -  habló para sí mismo.
- ¡Esta noche no podré dormir de la emoción!- exclamó, aunque unos minutos después estaba dormido como un tronco sobre el banco.
Al día siguiente cuando aún los rayos del Sol no habían acariciado la cresta de las colinas, Alex y el alguacil, acompañados por cinco hombres uniformados llegaron para recoger a Henrick, quien era llevado a las afueras de la prisión encadenando y amordazado con una escolta de 23 miembros de la guarnición los que no dejaban de apuntarle ni por un segundo.
Discretamente el encargado de la prisión se acercó a Alexander preguntándole con voz preocupada:
- Cree usted que con solo cinco hombres baste para escoltar ese monstruo, Alexander, no querrá que parte de mi guarnición los acompañe.
- Ja!  Los soldados polacos no son como los venecianos, solo míralos, el menos ha estado ya en alguna batalla. Además, tan solo lo transportaremos unos kilómetros hasta la estación de tren donde se encuentra el centenar de hombres que mandó Polonia.
-¡Un centenar de hombres!- exclamó con los ojos muy abiertos.
-Así es, amigo mío, y todos con la orden de matarlo si intenta escapar.
Alex se gira encara a los uniformados en el mismo momento en que Henrick está siendo encadenado a la diligencia  reforzada.
-Recordad, vuestro trabajo es sencillo, solo tenéis que llevarlo a la estación; mi compañero y yo nos adelantaremos y los esperamos en la estación.
Acto seguido montó en su caballo y salió junto al jefe de la policía.
-Tienes que jubilar ya a ese hombre- le comentó Alex muy serio a su compañero.
-¿Por qué lo dices, Alex?
-Se creyó lo del centenar de hombres.

Cuando la diligencia se encontraba ya lo suficientemente lejos, Henrick se liberó de sus cadenas con la llave que le había dejado Alexander.
-¡Cuán  cómodo es andar sin grilletes!Ahora, vamos a deshacernos de estos pequeños estorbos.
Abriendo la pequeña puerta de la diligencia, Henrick se lanzó como una peligrosa fiera contra el primero de los dos hombres que permanecían parado en una fina barandilla en la parte posterior de la diligencia. De un brusco movimiento impactó la cabeza del pobre hombre contra el filo de los barrotes reforzados, matándolo limpiamente. Con un ágil giro Henrick se colocó a las espaldas del  compañero que estaba a su lado y casi sin darle tiempo a reaccionar lo estranguló.
Sigiloso como una sombra recorrió la distancia que lo separaba de sus próximas víctimas: el conductor y su acompañante, que permanecían aún inadvertidos de lo que estaba sucediendo. En un solo movimiento desequipa la bayoneta del mosquete del acompañante y le apuñala con la misma en el pecho; incluso antes de que el conductor pudiese girar la cabeza a su derecha, ya tenía el frío acero de la bayoneta clavada en su garganta.
Al percatarse de que la diligencia se había detenido, el líder de la caravana gira su caballo y carga a todo galope  contra Henrick, sable en mano. Este, sin perder la calma y con un gesto casi aburrido, le arrojó la bayoneta, matándolo al impactar en su cráneo.
Henrick se lanza de la diligencia para tomar un nuevo rumbo y al dar unos cuantos pasos adentrándose en el bosque, clava su vista en la lista de Alexander.
-¿Alex los habrá puesto en orden alfabético o de prioridad? Ah, no importa, ¡los mataré a todos y listo!
¿Me recuerdas Venecia?¡Ha regresado Henrick el Rojo!

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⏰ Última actualización: May 19, 2018 ⏰

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