Un joven en primavera

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Él, que a los ojos de todos era una de las personas que reflejaban la miseria de la humanidad, el dolor de la vida, la pobreza de la sociedad, la ausencia de alegría en el mundo.

Pero él no se veía así, de hecho no sabía lo que significa ser "miserable" ya que toda su vida fue así. Y a pesar de ello, él era de los pocos que conocían la verdadera felicidad, el verdadero amor y lo que en realidad significa el vivir.

La luz del sol de aquel día era tan cegador a los ojos de nosotros los humanos, que era inevitable el no forzar la vista para no mirar absolutamente nada que no fuera necesario para nuestra felicidad, una felicidad que en realidad no era mas que una ilusión de nuestra esperanza a la alegría que no tenemos.

Se podía ver los cientos de personas caminar, la mayoría con un Smartphone en las manos o en el oído, haciendo llamadas que bien podían ser “necesarias”, o al menos eso quiero pensar al darme cuenta de la belleza de la vida que se perdían a cada segundo.

Me encontraba caminando en alguna de las calles de nuestro hermoso país cuando a lo lejos, fuera de toda la monotonía, de todas esas personas que a mi parecer, podrían tener más rasgos de un “robot”, que de un ser humano, alcancé a ver a un niño, tal vez tenía unos cinco años, se veía tan feliz, algunas veces pienso que los niños son los únicos que en realidad son felices en ésta vida, tanta inocencia, tanta falta de experiencia al dolor es lo que los hace tan felices.

Reduje mi velocidad al caminar para poder contemplar no solo la belleza de la vida, sino la belleza de la humanidad en esa imagen de ver al niño reír a carcajadas con quien podría ser su abuelo, un hombre de la tercera edad que por su aspecto físico, no solamente podría haber tenido anemia, sino un sinfín de enfermedades que se le notaban a una distancia más grande que la de la misma ignorancia.

Cuando me acerqué aún más, pude escuchar los consejos de aquel sabio hombre diciéndole a su nieto, siempre con una simpatía y amor que hacía que el niño no deje de reír y comprobar la verdadera felicidad cada segundo.

“El amor que tengo por ti es más grande que mi edad— ríen —pero tu amor por mí es igual, y es por ello, que aunque un día no estemos juntos, tienes que saber que siempre lo estaremos, aquí”

Entonces el hombre toco su pecho, en donde debería estar el corazón, el niño hizo lo mismo y dijo:

“Nuestro amor es un par de viejitos”

Y volvieron a reír.

El niño tal vez no lo pudo entender en ése momento, pero yo sí, ése hombre sabía que iba a morir muy pronto, y quería que su única compañía sobreviva con la misma felicidad que en ése momento vivían.

Ambos tenían un sombrero con unas cuantas monedas a un lado suyo, pero no les pude dar nada, ya que la razón de mi caminar cada día a mis destinos, es así como ellos, la falta de capital, sin embargo, ellos dos no tenían casa, no tenían una cama, tal vez no tenían un desayuno en sus estómagos ése día, y a pesar de ello, eran más felices que yo, y que todos los que caminaban a mi alrededor con un Smartphone que suplementaba la felicidad con el placer de cubrir una necesidad sociocultural en un aspecto tecnológico.

Cuando me alejé un poco más de ellos, me senté en una banca, en algún jardín de nuestro bello México, reflexioné lo que había visto y escuchado, y entonces; me puse a llorar.

A la semana siguiente quise pasar nuevamente por el mismo lugar, pero ésta ocasión si llevaba dinero, además de un desayuno para ambos, uno para el abuelo, y otro para el niño, estaba muy emocionado, la pobreza de la humanidad al ver tantas personas cual “robots” no me importó, aún hay esperanza de ser felices, de lograr nuestros sueños, y mi sueño ése día era el ver la felicidad real de ésas dos personas.

Cuando al fin llegué, vi al niño, sentadito, seguía riendo, se veía feliz, mirando las aves volar, los árboles y las nubes, imaginando que tenían forma de animales u objetos. Pero no vi al anciano, sentí que se me detuvo el corazón por un momento, ya que ésa vez sólo había un sombrero. De inmediato me acerqué al él, con cautela y serenidad, esperando que todo siga bien.

—Hola—. Dije cuando estaba frente a él, siempre con una sonrisa sincera.

—¡Mira! ésa nube parece un perro con orejas de elefante—. Me dijo el niño como respuesta tras una gran carcajada mientras señalaba el cielo.

Alcé la vista y sólo vi nubes, sin embargo me reí también, no por ver una nube en forma de perro con orejas de elefante, sino por la felicidad de saber que él era feliz en ése momento.

—Oye, y el ¿hombre que te acompañaba?

—¿Mi abuelito?

—Sí, tu abuelito.

—Aquí—. Y señaló su pecho mientras me sonreía con dulzura, justo donde le habían enseñado que estaba el corazón.

Tras ver esto, fue inevitable el contener nuevamente el llanto, miré el cielo fingiendo ver las nubes, bajé la vista, me senté a su lado y luego tras tocarme el pecho también, le dije:

—El mío igual.

—¿Por qué lloras?

—Porque soy feliz.

Nuestra platica fue muy sincera e incluso divertida para él, se puso muy feliz cuando compartimos el desayuno juntos, lo acompañé cuanto pude por ésa mañana, le prometí que la semana siguiente volvería, pero me dijo que si no lo veía es porque tenía que continuar su camino.

Pasaron las semanas y no lo he vuelto a ver, yo también continúo con el mismo camino que él, el de la felicidad y la esperanza.

Ojalá todas las personas busquen ése camino en éste planeta tan hermoso, éste país tan bello, nosotros somos el México que queremos ser, y yo quiero ser feliz, quiero ser el cambio, quiero ser la esperanza que nunca morirá, porque así como yo, todos lo podemos ser.

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