Capítulo 6

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Para cuando la lluvia de balas empieza a azotar, el cuerpo de mi madre, de Ana, me arrastra hasta uno de los sillones, empujandome hasta aplastar me y asfixiarme. Del mismo modo, Ariadna logra cubrirse y mirar con el ceño fruncido a quien esté disparando, aunque no lo logra.

—¡¿Dónde tienes un arma?!

Le grita a través del interminable desastre. Por su parte, Ana niega y sus ojos destilan temor, aunque eso no amedrenta a su cuerpo, que me sujeta de forma protectora.

Otro meollo en mi rencor, pese a que nos encontramos en una situación desfavorecida.

El enojo no me deja pensar, pero poco a poco siento el miedo en las paredes de mi cuerpo, volviendo al recuerdo del que solo veo a mi hermano con los ojos grises de una bella mujer que me sujetaba de la mano, mientras la niña de coletas a la par sujeta las orejas de un conejo rosa.

Las infinitas sesiones con la psicóloga vuelven a mi mente.

¿Quién es él, Lea?

Me muestra la foto de un joven rubio con bucles y ojos grises. Los bordes de la fotografía parecen quemados, y dejan ver qué no está completa.

Alguien la rompió.

En mi corazón empieza a haber una batalla. No le diré su nombre.

Morirá conmigo.

Niego con la cabeza.

—No lo sé, señorita Uranein.

Ella se molesta, como otras tantas veces.

Jadeo de dolor. Siento como las fracturas de mi mente se arremolinan como avalancha. Sólo hay atisbos de un gran pesar y otras tantas cosas que olvidé por mi propio bien.

Ana me mira con esos ojos que durante años adoré, que idolatre en pro de una nueva vida, pensando que alguien la había enviado para salvarme.

Que equivocada estaba.

—Resiste, mi niña, te sacaré de aquí.

Es lo único que logra articular mientras asiente en dirección hacia su amiga y ambas aprietan los dientes. Lo que se les pasa por la cabeza no deja ver la duda, solo la determinación. Ambas se paran al unísono y corren hacia la cocina, aunque la lluvia no es complaciente y termina por darle en el hombro a Ariadna, quién cae mientras se sujeta la herida.

Grito por inercia.

—¡Ariadna!

Intento pararme, pero Ana me detiene.

—¡Quédate ahí!

Hago caso, presa del terror e intento contraer mucho más mi cuerpo.

Durante un segundo todo se tiene y otra voz se interpone entre el bullicio.

—¡Dámela, maldita mentirosa!

Es una voz masculina. Suena irritada y al borde del airado perenne.

—¡Sobre mi cadáver!—contraataca mi madre, Ana.

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⏰ Última actualización: Jan 19 ⏰

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