La torre de luz

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Kanamatia era la ciudad sagrada y soporte cultural para todas las razas y reinos de Lumtaria.

...las tradiciones orales cuentan que todos los pueblos vivían en guerra. Estaban los azores, raza de seres alados, que tomaron los cielos. Los verker, una raza de seres marinos y antiguos enemigos de los azores, tomaron la profundidad de los océanos. Los rojils y los indekos, pueblos nómadas, se refugiaron en los desiertos. Los gigantes narkars, dominaron en las montañas, y los amras, los más pacíficos, se aislaron en los bosques del norte. Hasta que ellos llegaron...

(Crónicas de los Azores - Libro XII) 

La antorcha estaba encendida en lo más alto de la torre de luz. En la sala principal, las sombras parecían danzar al ritmo de las llamas. Una suave brisa glacial entró por las ventanas. Nora se estremeció. Creyó ver a Nun, su príncipe amado, en el balcón. Pero fue solo su imaginación. El día había sido gris, y la noche, como las murallas de la torre, estaba muy oscura. Nora salió al balcón. El planeta rey hacía su apertura, y a ella le pareció que la observaba, inquieto, mientras que, al mismo tiempo, varias lunas se ocultaban en el horizonte.

Nora estaba impaciente. Habían pasado 108 ciclos desde que Nun se despidiera de ella en aquella torre y desapareciera para volar lejos del reino, en busca de respuestas. Si no regresaba a tiempo, ambos estarían en problemas.

Ella lo habría seguido al fin del mundo, pero tenía que reconocer que habían hecho una locura. Habían desafiado una orden del rey. Podrían enfrentar un castigo, o peor, un juicio político.

Nora era un azor, una raza de seres que vivían en Elisandría, el reino más poderoso de Lumtaria. No era una joven cualquiera, sino una princesa, y Nun era el primogénito del rey, el heredero al trono. Ambos pertenecían a una casta especial de seres alados. Pero no todos tenían alas. Solo los más agudos y despiertos llegaban a tenerlas y podían surcar los cielos. Por eso, la mayoría de los azores de la realeza eran alados. Pero eso no les exoneraba de la ley. Si Nun no llegaba con respuestas, estaban perdidos.

Nora se paseaba de un lado al otro del balcón de aquella imponente torre, un monumento construido por los nakars, los gigantes, como un regalo a los azores, en señal de paz. Aquel amasijo de piedra, adornado con metales preciosos y cristales relucientes alrededor de la gigantesca antorcha, hacía que cualquiera que paseara por el balcón pasara desaparecido a lo lejos, en cambio, el faro era ideal para observar a los que llegaban al reino.

Nora se detuvo un segundo y alzó su cabeza para contemplar la hipnótica llama. Aquel faro no era nada comparado con la luz que sentía en su interior, que siempre le indicaba el camino y que le recordaba todo lo aprendido junto a Nun. Pero, por primera vez, la llama parpadeaba. Nora tenía dudas. Por primera vez sentía que...

Entonces lo vio. Era Nun. Venía volando. La princesa respiró aliviada. Si partían ahora, llegarían a tiempo al palacio. Si venía con respuestas, cualquier desobediencia sería perdonada. Si estaban equivocados, al menos, nadie se enteraría. Pero el príncipe zigzagueaba en el aire. Algo no estaba bien. Nora aguzó la mirada y quedó paralizada un momento, con las manos sujetas al balcón.

—¡Oh, no! —murmuró.

Nun volaba torpemente, con un ala ensangrentada. Nora reaccionó, corrió hacia el interior de la torre y accionó una palanca en la sala repleta de pequeñas antorchas. La ventana principal se empezó a abrir de inmediato. El príncipe entró por la abertura, a duras penas, y cayó en medio de la sala. Nora corrió hacia él y, arrodillándose, lo tomó entre sus brazos. Tenía un ala sangrante y una herida mortal en el costado.

—La Ciudad Sagrada ha caído —dijo Nun con voz entrecortada—. Sus líderes se han rebelado... nuestro mundo está aislado...

Nora apenas entendía, aterrada por el estado de Nun. La sangre inundaba el lugar.

—¿Quién te hizo esto? —preguntó, abrazándolo.

—Tienes que protegerla... No dejes que se apoderen de ella.

Haciendo un esfuerzo por mantener los ojos abiertos, Nun alzó lentamente su mano y depositó en la de Nora un objeto pequeño, apretándosela con sus últimas fuerzas. Nora lo miró a los ojos y asintió con la cabeza.

—Tienes... que... ser fuerte. Te esperaré... —dijo Nun, mientras sus ojos se cerraban para siempre.


Crónicas de Nebadon - NoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora